Ronald M. Dworkin, el fil¨®sofo de la dignidad humana
Acerado polemista, debati¨® desde el rigor de la teor¨ªa jur¨ªdica sobre el aborto, la eutanasia o la igualdad
Ronald Myles Dworkin, fallecido ayer a los 81 a?os, recibi¨® un extenso reconocimiento como el m¨¢s original e influyente fil¨®sofo del derecho del mundo de lengua inglesa. En sus libros, en sus art¨ªculos (especialmente en la New York Review of Books) y en su docencia, en Londres y Nueva York, desarroll¨® una poderosa y erudita ex¨¦gesis del derecho y explor¨® cuestiones candentes y de gran inter¨¦s p¨²blico ¡ªtales como, por ejemplo, la forma en que el derecho deber¨ªa abordar asuntos raciales, el aborto, la eutanasia y la igualdad¡ª de forma accesible a los lectores no especializados. Sus argumentos legales eran sutiles aplicaciones a problemas espec¨ªficos de una filosof¨ªa liberal cl¨¢sica que, a su vez, se basaba en su creencia de que el derecho debe derivar su autoridad de lo que la gente corriente reconoce como virtud moral.
Dworkin estudi¨® Filosof¨ªa (con Willard Van Orman Quine en la Universidad de Harvard e, informalmente, con J. L. Austin en la de Oxford) y Derecho en Oxford y Harvard. Trabaj¨® como asistente del gran juez y jurista estadounidense Billings Learned Hand y ejerci¨® la pofesi¨®n como asociado en la gran firma de Wall Street Sullivan & Cromwell, antes de ense?ar Derecho en las Universidades de Yale y Nueva York, as¨ª como en la de Oxford y en el University College de Londres.
Esta amplia formaci¨®n y pr¨¢ctica de la profesi¨®n, que agudiz¨® la capacidad anal¨ªtica de un intelecto excepcional, le permitieron, ya desde muy joven, desafiar a las figuras m¨¢s eminentes del mundo del derecho y la jusprudencia, incluidos Hand y H. L. A. Hart, el gran exponente del positivismo jur¨ªdico en Oxford. Para Hart, el derecho es un sistema de normas formales y el razonamiento legal no requiere recurso alguno a la moralidad. De forma diametralmente opuesta, Dworkin basaba sus teor¨ªas jur¨ªdicas en los derechos humanos, como expuso en 1977 en su primer y m¨¢s influente libro, Los derechos en serio (Ariel, 2002), en el que propon¨ªa una alternativa tanto al positivismo jur¨ªdico de Hart como a las recientes teor¨ªas del fil¨®sofo de Harvard John Rawls.
Dworkin pas¨® buena parte de su vida inmerso en la controversia legal y filos¨®fica, en las que demostr¨® ser un campe¨®n en ocasiones acerado, que defend¨ªa sus ideas con una contundencia que sorprend¨ªa a quienes le conoc¨ªan como afectuoso marido, padre y amigo.
Nunca dej¨® de ser un incombustible y orgulloso dem¨®crata liberal, de inconmovible lealtad a la tradici¨®n del New Deal establecida por su h¨¦roe, Franklin D. Roosevelt, incluso aunque los adeptos a esos ideales fueran cada vez m¨¢s escasos. Es posible que ese desplazamiento del centro pol¨ªtico de gravedad bajo sus pies le privara de una carrera m¨¢s destacada como intelectual p¨²blico. Dentro de su propio campo, el del punto de encuentro entre derecho y filosof¨ªa, su reputaci¨®n casi carec¨ªa de rivales.
T¨¦cnicamente, fue desafiado dentro de ese campo por partidarios de otras doctrinas; por ejemplo, por los seguidores de Hart, de Rawls y de Richard Rorty. A¨²n le criticaron de forma m¨¢s acerba, por motivos pol¨ªticos e ideol¨®gicos, juristas conservadores como el recientemente fallecido Robert Bork, l¨ªder de la derecha judicial en EE UU, con el que, improbablemente, imparti¨® un curso conjunto en la Universidad de Yale durante los a?os sesenta. En todas estas justas intelectuales Dworkin siempre estuvo dispuesto a romper una lanza y dar lo mejor de s¨ª mismo.
Para un hombre que consegu¨ªa, por la mera fuerza de su brillantez intelectual y su formidable capacidad de trabajo, destacar como estudioso y como abogado, Dworkin podr¨ªa dar una cierta sensaci¨®n de indolencia. Adoraba la compa?¨ªa, charlar, la buena mesa, la m¨²sica, navegar y viajar, y se mov¨ªa c¨®modamente entre las diversas sociedades de Nueva York, Martha¡¯s Vineyard, Oxford y Londres, lugares todos en los que ten¨ªa casa. Sin embargo, los amigos y la familia eran mucho m¨¢s importantes para ¨¦l que la sociedad, y quiz¨¢ el trabajo, pese a su estilo de vida, fuera m¨¢s importante que ninguna otra cosa.
Dworkin naci¨® en una localidad de la costa este de EE UU. Recibi¨® una educaci¨®n en la tradici¨®n cl¨¢sica y estudi¨® en Harvard y Oxford. Tras graduarse y trabajar con Learned Hand, uno de los jueces m¨¢s eminentes de EE UU, rechaz¨® una oferta para colaborar con Felix Frankfurter, un juez sumamente influyente del Tribunal Supremo, y en 1958 acept¨® una oferta del bufete internacional neoyorkino Sullivan & Cromwell, aunque pocos a?os despu¨¦s lo abandon¨® para impartir clases en Oxford. En 1961 fue nombrado profesor en la facultad de Derecho de Yale, que m¨¢s tarde abandonar¨ªa por una c¨¢tedra en la Universidad de Nueva York. En 1969 sucedi¨® a Hart como catedr¨¢tico de jurisprudencia de Oxford, puesto que ocup¨® hasta 1998, cuando acept¨® ocupar el mismo cargo en el University College de Londres.
Los libros de Dworkin, muchos de ellos traducidos al espa?ol, tuvieron una influencia inmensa, particularmente en las facultades de Derecho estadounidenses. Public¨® adem¨¢s numerosos art¨ªculos, tanto en revistas especializadas como en la New York Review of Books, pero pocos tan influyentes como la serie que public¨® entre 1977 y 1978, en la que criticaba una sentencia del Tribunal Supremo de EE UU sobre un caso en el que se abordaba el extendido malestar causado por la discriminaci¨®n positiva. Dworkin hab¨ªa concluido hac¨ªa poco su libro Los derechos en serio, en el que atacaba el ¡°positivismo legal¡±, elevando los derechos humanos por encima del derecho formal, al menos en algunos casos determinantes. ¡°Si la cuesti¨®n de que se trate afecta a derechos personales o pol¨ªticos fundamentales¡±, escribi¨® ¡°y puede sostenerse que el Tribunal Supremo haya cometido un error, un hombre estar¨¢ en su derecho social a negarse a aceptar que esa decisi¨®n sea concluyente¡±.
Si uno ha de atreverse a resumir una vida tan rica y l¨²cida en una f¨®rmula, podr¨ªamos decir que Dworkin rechaz¨® tanto la visi¨®n tradicional, seg¨²n la cual los jueces han de conformarse a la autoridad establecida, y la creencia de los liberales estadounidenses, conforme a la cual los jueces tienen que intentar mejorar la sociedad.
Dworkin siempre fue consciente de que el derecho, y sobre todo su administraci¨®n, eran ¡°una rama de la moral¡±. Su gran idea fue situar la dignidad humana en el centro de este sistema moral. ¡°Si logramos llevar una vida buena¡±, escribi¨® en una ocasi¨®n, ¡°haremos de nuestras vidas peque?os diamantes en las arenas del cosmos¡±.
? Guardian News & Media 2013.
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