Bowie, un extra?o objeto de museo
El Victoria & Albert de Londres propone un agotador pero discutible viaje por la figura del m¨²sico M¨¢s de 40.000 entradas vendidas por Internet para la muestra
23 de Heddon Street, un mediod¨ªa cualquiera en un callej¨®n cualquiera a espaldas de la barahunda de coches y gente proyectada por la imperial y bulliciosa Regent Street. No llueve sobre Londres como en aquella tarde de 1972, cuando el fot¨®grafo Brian Ward plasm¨® la imagen de un alien rubio, guitarra en bandolera, la bota apoyada sobre unos embalajes pringosos, bajo el cielo negro y la luz de una farola: The rise and fall of Ziggy Stardust and the spiders from Mars (Ascendencia y ca¨ªda de Ziggy Stardust y las ara?as de Marte). Una placa conmemorativa a buscar con lupa y varios restaurantes irremisiblemente cosy y aparentemente evitables son ahora los anacr¨®nicos testigos de c¨®mo se fragu¨® la portada de un disco para la leyenda. Que est¨¢n para eso (las leyendas, queremos decir): para difuminarse como l¨¢grimas en la lluvia, que dir¨ªa el replicante m¨¢rtir de Blade runner.
?Y David Bowie, en todo esto? Volvamos a South Kensington y recordemos la visi¨®n de hace 24 horas: en un pasillo del Victoria & Albert, ese museo gigantesco a la mayor gloria de las artes menores (moda, dise?o, artes decorativas¡), pegados en unos cristales, sucesivos carteles con el rostro del mismo alien ¡ªesta vez pelirrojo¡ª reciben al visitante con cara de susto. Es uno de los clich¨¦s de la serie captada por Brian Duffy en 1973 para la portada del ¨¢lbum Aladdin Sane. El rayo azul y rojo que cruza de forma aparatosa el ojo derecho de Bowie (el bueno, no el que el golpetazo de un compa?ero de estudios dej¨® a nuestro h¨¦roe con la pupila dilatada de un androide en soledad) no esconde la gran met¨¢fora, que no es otra cosa que una cara de susto, o al menos de sorpresa desagradable; como si Aladdin Sane, de forma retroactiva ¡ª40 a?os, ya¡ª tuviera miedo de algo, de alguien. Quiz¨¢ de lo que hay detr¨¢s del rayo, del ojo, de la met¨¢fora y de los cristales: la exposici¨®n David Bowie is, que abrir¨¢ sus puertas a los incondicionales del mito y a los dem¨¢s seres humanos este s¨¢bado en el Victoria & Albert Museum (hasta el 11 de agosto).
Los responsables del museo londinense decidieron, hace cosa de dos a?os, aceptar el reto de exponer un bien inmaterial de alto voltaje como es la mezcla compuesta por el personaje Bowie y por la obra del personaje Bowie. Encomiable. Peligroso. Tanto, que el triple salto mortal, aun ejecutado con red, ha acabado regular. Los comisarios de la exposici¨®n, Victoria Broackes y Geoffrey Marsh, tuvieron acceso ilimitado a lo que no se cansan de denominar Los archivos Bowie, un supuesto cofre de los tesoros si de memorabilia hablamos. Delante de la vitrina donde se expone una de las indudables joyas expuestas, la partitura original de Space oddity, Victoria Broackes explica: ¡°Esta muestra es un reto fascinante, porque supone trabajar sobre algo acerca de lo cu¨¢l tanta gente en el mundo siente tanta pasi¨®n¡±.
Meter a Bowie en un museo es, de entrada, discutible. A¨²n lo es m¨¢s enclaustrar a uno de los mayores m¨²sicos del siglo XX (y, si se incluye su extraordinario y flamante nuevo disco The next day, tambi¨¦n del XXI) en un museo de artes decorativas. S¨ª, ya sabemos que Bowie influy¨® directamente en los dise?adores de moda y en los arquitectos de conceptos esc¨¦nicos para shows en directo, y estamos ante el artista total y todo lo que se quiera, y a eso se agarra el concepto de esta exposici¨®n, pero uno entra al V & A, se pone los auriculares y escucha su voz, mira sus dibujos, las fotos, los mil y un trajes del m¨²sico en sus giras, los instrumentos, las carpetas de discos, los v¨ªdeos, el maniqu¨ª de Ziggy Stardust metido en un ata¨²d blanco y el Pierrot de Ashes to ashes paseando junto a una adorable viejecita por la playa de Hastings¡ y se larga a por un t¨¦ con scones con la irresistible/temible sensaci¨®n de haber asistido a un concierto fallido. Algo mucho m¨¢s parecido a espantosas giras de los ochenta como The glass spider tour que a los hist¨®ricos gigs de los setenta en la Round House de Candem o en el Hammersmith Odeon. Una exposici¨®n m¨¢s parecida a los prescindibles discos de finales de los ochenta y los noventa (Never let me down, Tin Machine¡) que a las sucesivas obras maestras compuestas entre 1969 y 1980 (Space oddity, Hunky dory, Ziggy Stardust, Young americans, Station to station, Low, Heroes, Scary monsters and super creeps¡).
Por supuesto, el peregrino asiste a todas las declinaciones positivas del chico m¨¢s famoso de Brixton. De las negativas, que las hubo, hay poca o nula noticia. Ya puestos, y teniendo en cuenta que la exposici¨®n es en Londres, los comisarios pod¨ªan haber recogido cap¨ªtulos bien londinenses, como aquel de la llegada de Bowie a la Estaci¨®n Victoria en 1976, saludando con el brazo en alto tras haber declarado en una entrevista con el New Musical Express que ¡°Europa saldr¨ªa beneficiada con un r¨¦gimen fascista¡±. Claro que Bowie dec¨ªa estas cosas y las contrarias: su nivel de diarrea verbal, aun siendo kilom¨¦trico, fue siempre, afortunadamente, muy inferior al de su genialidad musical.
Los responsables de esta exposici¨®n han tenido a bien poner el acento en las insoslayables ¡°influencias creativas¡± (las comillas son suyas) sobre la obra de Bowie. Es sabido: si se elige ese camino, las posibilidades son infinitas para bien y para mal. Y as¨ª, se nos explican hasta la saciedad los cruces de caminos entre David Bowie y Andy Warhol, entre David Bowie y Marcel Duchamp, entre David Bowie y Lindsay Kemp, entre David Bowie y Fritz Lang, entre David Bowie y los artistas expresionistas de Die Br¨¹cke, entre David Bowie y Alexander McQueen, entre David Bowie y Nabokov, entre David Bowie y las distop¨ªas de J. G. Ballard y entre David Bowie y el sursum corda, y tanta intensidad intelectual y tanta necesidad de subrayados justificativos mata lo aut¨¦ntico, lo germinal, lo genial, aquello que deber¨ªa quedar explicado sin tanta concomitancia forzada y trillada: a saber, la psique volc¨¢nica y contradictoria del propio personaje Bowie (uno m¨¢s, junto a Ziggy Stardust, Aladdin Sane o El Delgado Duque Blanco) y la monumentalidad de una obra capital en la m¨²sica popular de los ¨²ltimos 44 a?os.
Disco y exposici¨®n: ?azar?
The next day, el disco de estudio n¨²mero 26 en la carrera de David Bowie y su regreso tras un silencio de 10 a?os, se ha situado ya en el n¨²mero 1 de las listas de ventas en Reino Unido tras cosechar magn¨ªficas cr¨ªticas. A eso se unen las 40.000 entradas para la exposici¨®n Bowie is despachadas por el Victoria & Albert por Internet. Los responsables del museo llevaban como seis meses anunciando la exposici¨®n. Lo cual contrasta con el silencio sepulcral desde el que el propio Bowie y sus m¨²sicos elaboraron The next day en los dos ¨²ltimos a?os. Las lenguas m¨¢s p¨¦rfidas ya hablan de una coincidencia demasiado llamativa: el disco sali¨® el d¨ªa 12. Los periodistas comenzaron a visitar la exposici¨®n a primeros de mes. David Bowie is abre sus puertas este s¨¢bado. Desde ayer, el disco es n¨²mero 1. Bowie siempre fue un genio de la m¨²sica... y del marketing. ?Cabe relacionar todas estas premisas?
Babelia
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