Lejos del para¨ªso
Bebo Vald¨¦s sufri¨® el sino de tantos m¨²sicos cubanos. Tierra fabulosamente f¨¦rtil en ritmos y melod¨ªas, sus artistas se ven obligados a emigrar, por conmociones pol¨ªticas o, m¨¢s frecuentemente, por la pura necesidad de ganarse un sustento decente, algo a veces imposible en un mercado tan ¨¢spero como el de Cuba.
As¨ª nos encontramos con biograf¨ªas guadianescas, pasmosas, como la de Bebo. Figura esencial de la explosi¨®n de la m¨²sica habanera durante los rutilantes a?os cuarenta y cincuenta, funcion¨® como pianista, compositor, arreglador y l¨ªder de bandas. Habitual del Tropicana, fue convocado cuando lleg¨® Nat King Cole para grabar en espa?ol.
Como tantos otros instrumentistas de su generaci¨®n, andaba fascinado por las posibilidades del jazz, desarrollando su versi¨®n de las jam sessions con las descargas. Tambi¨¦n intent¨® dar la respuesta al mambo que populariz¨® P¨¦rez Prado, con su batanga. Pero, insisto, no se pierdan los exuberantes discos de populares artistas de aquella era dorada que llevan sus huellas digitales.
De repente, el tajo de la Revoluci¨®n y la primera oleada del exilio. Bebo dej¨® a su numerosa familia en La Habana y se busc¨® la vida en M¨¦xico, con el espl¨¦ndido Rolando Laserie. Hubo luego estancias en Estados Unidos y Espa?a. Parec¨ªa carecer de todo tipo de divismo: acompa?aba a triviales cantantes de m¨²sica ligera pero tambi¨¦n a boleristas de nivel como Lucho Gatica. Hab¨ªa trabajo para alguien de sus habilidades pero pocas posibilidades para expresarse creativamente. M¨¢s a¨²n, cuando los azares del coraz¨®n le llevaron a Estocolmo, donde ejerci¨® de pianista de hotel, siempre sonriente y dispuesto a complacer peticiones.
Pero Bebo no se hab¨ªa perdido. Le pod¨ªan borrar de los registros hist¨®ricos del castrismo pero estaba localizado en la red global de m¨²sicos cubanos dispersos por Europa y Am¨¦rica. A principios de los noventa, cuando la discogr¨¢fica alemana Messidor, decidi¨® apostar por el jazz afrocubano, a Paquito D'Rivera no le cost¨® convencerlo que protagonizara el disco Bebo rides again (1994), preparado y elaborado en pocos d¨ªas. Nadie lo dir¨ªa escuchando la finura de los arreglos, la energ¨ªa de las composiciones y el deleite con que tocaban unidos exiliados y m¨²sicos residentes en Cuba.
Ten¨ªa 76 a?os y se le despert¨® toda la m¨²sica que ten¨ªa adormecida. El proyecto de Messidor no prosper¨® pero entonces aparecieron Fernando Trueba y Nat Chediak, entusiastas que le embarcaron en discos y documentales que demostraban sus variados recursos. El p¨²blico se enamoraba de aquel saber estar, de los dedos esquel¨¦ticos que iluminaban las im¨¢genes de Calle 54 (2000) y El milagro de Candeal (2004). Su trayectoria vital inspir¨® Chico y Rita (2010), la pel¨ªcula de dibujos animados de Trueba y Mariscal.
Pero la realidad fue m¨¢s asombrosa que cualquier guion cinematogr¨¢fico: un octogenario Bebo se convirti¨® en estrella internacional gracias a su primorosa labor en Lagrimas negras (2002), la colaboraci¨®n con el cantaor Diego El Cigala. En el frenes¨ª de las giras, Bebo demostr¨® su alta calidad humana. Y s¨ª, termin¨® reencontrarse con el m¨¢s famoso de sus hijos, tambi¨¦n pianista gigante: Chucho Vald¨¦s. Las vidas cubanas, ya saben, son at¨ªpicas.
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