Claudio y Lucas

Parece que fue ayer y, sin embargo, han pasado¡­ La memoria de la m¨²sica hizo acto de presencia en el primero de los dos conciertos de Claudio Abbado en Madrid, y nos dej¨® sin respiraci¨®n. Hab¨ªa dirigido una primorosa versi¨®n de la Sinfon¨ªa 33, de Mozart, despu¨¦s de una primera parte en la que hab¨ªa dejado la batuta a su asistente, el joven espa?ol Gustavo Gimeno, en la Sinfon¨ªa concertante para viol¨ªn, violonchelo, oboe y fagot de Haydn. El concierto hab¨ªa terminado oficialmente pero Abbado lo prorrog¨® con una estremecedora versi¨®n de un par de fragmentos de la m¨²sica de escena para Rosamunda, princesa de Chipre, de Schubert. De Chipre s¨ª, en estos tiempos que corren. El primero de ellos, en particular, el andantino a modo de intermezzo despu¨¦s del tercer acto, nos hizo revivir a los de m¨¢s edad su primer concierto madrile?o en Iberm¨²sica con la Sinf¨®nica de Londres en mayo de 1980, cuando despu¨¦s de una Segundade Brahms interpret¨® tambi¨¦n como propina este entreacto de una manera genial. Ahora el enfoque es distinto pero si me apuran a¨²n m¨¢s hechizante. Abbado consigui¨® anteayer que se nos saltasen las l¨¢grimas. Tiene un estilo de hacer m¨²sica sin comparaci¨®n posible en la actualidad. Todo respira verdad, profundidad, cercan¨ªa.

No le gusta a Abbado que le llamen maestro. Prefiere que se dirijan a ¨¦l como Claudio. Al obo¨ªsta Lucas Mac¨ªas Navarro todos le conocen por Lucas. Claudio y Lucas demostraron ayer la importancia del di¨¢logo intergeneracional en m¨²sica. Realizaron juntos un Concierto para oboe y orquesta de Mozart verdaderamente antol¨®gico. El obo¨ªsta de Valverde del Camino naci¨® en 1978 y es solista de su instrumento en la Concertgebouw de ?msterdam y en la Orquesta del Festival de Lucerna. Es de los m¨²sicos m¨¢s completos que han salido de nuestro pa¨ªs en mucho tiempo. Ayer demostr¨® su musicalidad intachable, su t¨¦cnica asombrosa, su instinto endiablado tanto cuando toc¨® como solista como cuando se integr¨® en la orquesta. La comunicaci¨®n musical entre Claudio y Lucas es absoluta.

Punto y aparte merece Beethoven, tanto por el sentido de la oportunidad que supuso programar en d¨ªas sucesivos las oberturas Leonora II y Leonora III, con su valor did¨¢ctico a?adido en el juego de las comparaciones, como por la posibilidad de redescubrir el impulso vital de una sinfon¨ªa como la Cuarta, siempre un poco marginada al estar situada entre dos obras colosales como la Tercera y la Quinta. La versi¨®n de la orquesta Mozart y su director fue colosal. Brill¨® el conjunto, se lucieron solistas como la flautista Chiara Tonelli y la clarinetista Maria Francesca Latella, por poner un par de ejemplos, y desprendi¨® cada pasaje una expresividad tranquila, una atm¨®sfera de convivencia entre el clasicismo en despedida y el romanticismo emergente. El ¨¦xito fue clamoroso.