Polvo enamorado
El intelectual catal¨¢n ha fallecido como quer¨ªa: dulcemente, como muere un r¨ªo en el mar
Jos¨¦ Luis Sampedro ha logrado la que fue, quiz¨¢, su mayor ambici¨®n en los ¨²ltimos a?os de su vida: ¡°Morir dulcemente, como muere un r¨ªo en el mar¡±. Hace dos a?os, ya notaba en sus labios resecos el saborcillo acre de la sal. No le amargaba esa certeza. No ten¨ªa miedo, en absoluto. Tampoco prisa ninguna. Se dejaba morir d¨ªa a d¨ªa viviendo intensamente su ¨²ltimo amor con su esposa, la fil¨®sofa Olga Lucas, 30 a?os m¨¢s joven. Disfrutando como un chiquillo de su idilio con los j¨®venes a los que anim¨® a rebelarse. Y sufriendo en privado las servidumbres de su vejez con un estoicismo y un humor a prueba de sus m¨¢s ¨ªntimas calamidades. ¡°M¨ªreme usted: estoy hecho un despojo¡±, bromeaba a medias, ¡°pero mientras me rija la cabeza y pueda ir al ba?o solo, aqu¨ª estoy, tan campante¡±.
Cierto era. Nunca he visto a nadie m¨¢s fr¨¢gil ni m¨¢s fuerte. Las cataratas que nublaban sus ojos no le cegaban al sufrimiento ajeno. La sordera no le imped¨ªa o¨ªr el pulso de la calle y los aldabonazos de su conciencia. Su declive f¨ªsico no era ¨®bice para amar la vida como un adolescente. Ese amor, esa alegr¨ªa y esa compasi¨®n por el pr¨®jimo que le acompa?aron durante toda su vida, no le habr¨¢n abandonado, seguro, hasta su ¨²ltimo aliento. ¡°?Por qu¨¦ voy a estar triste, si estamos rodeados de milagros?¡±, contest¨® a la est¨²pida pregunta de si no le daba pena la partida. ¡°Piense en un huevo. Un gran invento sin t¨¦cnica, sin cient¨ªficos, sin nada. El huevo es una maravilla¡±. A ver qui¨¦n era el guapo que le llevaba la contraria.
Nos recibi¨® en su apartamento alquilado frente a la playa de Mijas, en la costa de M¨¢laga. El mar y la luz se colaban hasta la cocina. Estaba escribiendo algo, a mano, el folio sobre una tabilla, de espaldas frente a la ventana y, al levantarse, se alz¨® ante nosotros un gigante m¨ªstico. Una calavera animada por el aura de sus cuatro pelos blancos y el fulgor de sus ojos azul¨ªsimos. Puro hueso y esp¨ªritu. Pero esp¨ªritu enamorado. Fue lo primero que quiso decir. Pregonar su devoci¨®n a su esposa ¡ª¡°mis ojos, mis o¨ªdos, mis manos. Por ella vivo; sin ella, estar¨ªa muerto¡±¡ª, con la que acababa de escribir Cuarteto para un solista (Plaza y Jan¨¦s, 2011), una especie de testamento de su visi¨®n del mundo, del hombre y de la vida.
Luego nos embarcamos en una conversaci¨®n r¨ªo. Se le preguntara lo que se le preguntase, volv¨ªa por meandros inveros¨ªmiles a la esencia de su pensamiento. Somos naturaleza. Estamos jugando con fuego. Poner al dinero como bien supremo nos conduce a la cat¨¢strofe. Entre su sordera y su verborrea y mi torpeza y mis nervios, cre¨ª, ilusa y soberbia, que tendr¨ªamos que repetir el encuentro para poder entender aquel torrente. Cu¨¢nta ignorancia. Al o¨ªr la grabaci¨®n, ah¨ª estaba todo. Todo Sampedro. Un tesoro sencillo, compacto, brillante sin estridencias, como el acero viejo.
Al despedirnos, en el rellano de su puerta bautizado por ¨¦l como ¡°calle de la Rep¨²blica¡±, escogi¨®, entre todos, el ascensor como el mejor invento del siglo XX. Y del XXI. Quiz¨¢ porque las escaleras de su casa le imped¨ªan bajar m¨¢s a menudo de lo que quer¨ªa a la arena de la playa que ve¨ªa desde su ventana. Se conformaba, dec¨ªa, con ver a los gorriones picar las migas del chiringuito. As¨ª se consideraba. Un ave de paso. Un r¨ªo que siempre es el mismo y siempre es distinto. Su ¨²nica ambici¨®n, nos dijo, era morirse sin molestar a nadie. As¨ª ha sido. Nos enteramos ayer de su muerte cuando Sampedro ya era polvo. Pero polvo enamorado.
Babelia
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