Catando la melancol¨ªa

Con Flame y Citr¨®n (2008), el dan¨¦s Ole Christian Madsen, de larga trayectoria televisiva y con un puntual flirteo con el movimiento Dogma, puso toda la artiller¨ªa pesada del cine espect¨¢culo europeo al servicio de una compleja exploraci¨®n de las ambig¨¹edades del hero¨ªsmo: la peripecia vital de dos h¨¦roes de la Resistencia danesa era contada sin esquivar aristas, neutralizando ese impulso hagiogr¨¢fico que Hollywood hubiese amplificado sin demasiado sonrojo. En Noche de vino y copas, su siguiente largo, el cineasta se entrega, incondicionalmente, a un subg¨¦nero que, hace tan solo unos a?os, nadie hubiese podido prever que iba a afirmarse como socorrida delicia danesa para la exportaci¨®n: la comedia sobre perplejidades sentimentales donde la melancol¨ªa sexual propia del pa¨ªs de Carl Theodor Dreyer contrasta con la despreocupada carnalidad de lo latino. Tras Italiano para principiantes (2000), de Lone Scherfig, y Amor es todo lo que necesitas (2012), de Susanne Bier, Noche de vino y copas reincide en esas claves, proponiendo un ejercicio exento de sorpresas, pero con todas las previsibles gratificaciones de la especialidad en su justo lugar.

El f¨²tbol argentino, los tr¨¢nsitos de la cata a la intoxicaci¨®n et¨ªlica, un matrimonio en tenso tr¨¢mite de divorcio y un hijo adolescente en pleno despertar rom¨¢ntico son las cartas marcadas que emplea Madsen, con el aplomo de quien sabe que nadie aplaudir¨¢ su originalidad. Paprika Steen, cada vez mejor actriz de comedia, y una Adriana Mascialino, situada entre Isabel Sarli y una secundaria de Billy Wilder, elevan la pel¨ªcula por encima de lo rutinario.