No se marchitan mis flores del mal
Sin poseer ni una sola gota de aristocracia en mis venas, ni estar convencido de que todo debe cambiar para que todo siga igual, ni haber pisado nunca Sicilia, ni tener demasiadas cosas que perder, me siento tan apesadumbrado como el pr¨ªncipe de Salina en medio del baile, despidi¨¦ndose con su mirada de las cosas que ama al final de la conmovedora El Gatopardo. Me ocurre cuando paseo por Madrid y la exhaustiva memoria sentimental identifica los lugares que antes fueron salas de cine o veo otras en las que presientes su inmediata agon¨ªa. Sabiendo que no ser¨¢n restauradas ni reemplazadas y que sientes irracional alergia a relacionar los multicines de los grandes centros comerciales, los ¨²nicos que parecen tener garantizada la supervivencia, con tu ritual ancestral de lo que supon¨ªa ir al cine.
Si a eso le a?ado que mi cumplea?os me afirma que ya lleg¨® el invierno (pero de verdad, no como en la serie Juego de tronos, que llevan anunci¨¢ndolo desde el primer cap¨ªtulo y sigue sin aparecer en su tercera temporada), la melancol¨ªa prematura crece ante la irremediable desaparici¨®n de una de las mejores cosas que me ofreci¨® la vida, el b¨¢lsamo infalible que descubriste en la ni?ez para todas las heridas del alma.
Y est¨¢ claro que aunque dispongas en tu casa de las pel¨ªculas que amas y puedas disfrutarlas con impecable imagen y sonido, sin que te amenace el ataque de nervios y la furia asesina contra los extra?os que engullen ruidosamente a tu lado las odiosas palomitas, nada volver¨¢ a ser igual cuando desaparezcan los cines, cuando solo sea un recuerdo lo que Cabrera Infante defini¨® inmejorablemente como Arcadia todas las noches.
La memoria sentimental te recuerda los lugares y las circunstancias en las que viste por primera vez pel¨ªculas que te removieron a perpetuidad, con las que estableciste una relaci¨®n tan apasionada como enfermiza, habitadas por gente, sentimientos y actitudes con las que te identificas emocionalmente hasta lo alarmante, que aunque sepas de memoria lo que van a hacer y a decir siempre te provocan el nudo en la garganta y las l¨¢grimas. No son las mejores pel¨ªculas que has visto, el clasicismo tal vez no las admita en su intocable gremio, pero son tuyas, han golpeado tus fibras ¨ªntimas a perpetuidad.
Siempre vivo en estado de trance El buscavidas, fascinado por el calvario y la redenci¨®n de aquel tipo arrogante que pose¨ªa talento, pero que tuvo que aprender al precio m¨¢s tr¨¢gico a tener car¨¢cter, a ganarle la definitiva partida a Gordo de Minnesota, a enfrentarse a su explotador, a sus demonios, al lacerante recuerdo del suicidio de la ¨²nica persona que crey¨® en ¨¦l (¡°Hemos firmado un contrato de mutua tristeza y una impenetrable oscuridad nos rodea¡±), a costa de que le expulsen de su suprema afirmaci¨®n, de que le proh¨ªban para siempre expresar su arte.
Aunque el t¨ªtulo de Lo importante es amar incite a salir corriendo, todo es anticonvencional, febril, salvaje y desesperadamente l¨ªrico en esa inmersi¨®n en el infierno, en la historia de amor entre dos personas rotas y que saben que habr¨¢ v¨ªctimas. La conversaci¨®n de la maravillosa Romy Schneider con su marido antes de que este trague el matarratas es la secuencia que m¨¢s me ha perturbado en la historia del cine. Siento algo parecido en el mon¨®logo de Brando ante el cad¨¢ver de su esposa en ?ltimo tango en Par¨ªs, en su primer encuentro con Maria Schneider, en la alcoh¨®lica y pat¨¦tica persecuci¨®n por las calles de Par¨ªs de esa persona que su pone su ¨²ltimo tren vital mientras que ruge el saxo de Gato Barbieri. En la piedad, el misterio y la l¨ªrica que despliega Lauzon cont¨¢ndome la historia de L¨¦olo, ese ni?o que sue?a para escapar de la locura. En todas ellas existe una verdad, una belleza, una pasi¨®n y una complejidad que emocionan. Y tambi¨¦n duelen.
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