Arco¨ªris
Los andamios que se alzan junto al Congreso declaran que el tiempo ha pasado y hay que proceder al refuerzo y la restauraci¨®n de algunos aspectos fundamentales
El Congreso est¨¢ en obras. Desde hace meses, con el don apreciable de coincidir con el blindaje policial de sus accesos y cercan¨ªas, est¨¢ rodeado de andamios y su fachada principal dibujada sobre las vallas protectoras. Es, de alguna manera, una buena met¨¢fora. Los edificios, a veces como las personas, dicen m¨¢s por detalles de su aspecto exterior sobre c¨®mo se sienten en el interior, que por muchas declaraciones de intenciones y ¨¢nimo. Los andamios que se alzan junto al Congreso declaran que el tiempo ha pasado y hay que proceder al refuerzo y la restauraci¨®n de algunos aspectos fundamentales. Cualquiera dir¨ªa que son las obras m¨¢s psicosom¨¢ticas de la capital. Algo parecido a esos matrimonios que cuando pasan una crisis deciden realicatar los cuartos de ba?o antes de tomar otra decisi¨®n m¨¢s dr¨¢stica.
Pero ayer esos andamios sirvieron para que escalaran hasta el tejado varios activistas de Greenpeace. Sus efectivas e incruentas acciones jalonan sus m¨¢s de 40 a?os de existencia y la capacidad de incordio de la organizaci¨®n qued¨® patente con la voladura criminal del Rainbow Warrior por los servicios secretos franceses en 1985. Ayer se protestaba por la aprobaci¨®n de la Ley de Costas con una opini¨®n p¨²blica ocupada en otras cosas, incluida la agujereada situaci¨®n de sus bolsillos, desentendida de la letra peque?a de esta otra reforma legislativa. Una verdadera tarascada a la protecci¨®n y el rigor sobre nuestro litoral.
La escalada de Greenpeace, que evidencia el disparate de pretender parapetar a la pol¨ªtica del descontento social con escudos y antidisturbios, quiz¨¢ anime a algunos a repasar la ley Ca?ete con su permisividad y perpetuaci¨®n de algunos disparates nacionales.
Los espa?oles hemos visto orde?ar nuestra costa como si fuera una vaca lechera. Bajo la excusa del desarrollismo y el crecimiento econ¨®mico, se ha confundido la rentabilidad con el deterioro. En un pa¨ªs donde la ecolog¨ªa ha sido un lujo que no pod¨ªamos permitirnos, la costa parece ser un caramelo demasiado dulce para no com¨¦rselo a dentelladas. Lo terrible es asistir a la puesta en duda de 25 a?os de pelea por la preservaci¨®n, bajo un manotazo de avaricia. La costa espa?ola es en demasiados lugares el felpudo del pa¨ªs. Aqu¨ª con el arco¨ªris, si lo alcanz¨¢ramos, har¨ªamos cordeles para salchichones.
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