Respuestas para tiempos convulsos
Las preguntas de la ¨¦tica invaden todos los campos: de la pol¨ªtica a la Red Varios pensadores cuestionan los valores del mundo actual
?D¨®nde empieza la vida privada de una persona p¨²blica?
Jos¨¦ Luis Pardo
As¨ª como el inter¨¦s privado es el l¨ªmite jur¨ªdico de lo p¨²blico, el l¨ªmite jur¨ªdico de lo privado es el inter¨¦s p¨²blico. De acuerdo con Rafael S¨¢nchez Ferlosio (El deporte y el Estado, EL PA?S del 31 de mayo de 1997), lo importante es distinguir entre ¡°inter¨¦s p¨²blico¡± (verbigracia, una cuenta bancaria deja de ser secreta si un juez investiga un posible delito) e ¡°inter¨¦s del p¨²blico¡± (verbigracia, el color de la ropa interior de un famoso). Cuando se presenta esto segundo como si fuera lo primero, la presunta ¡°publicaci¨®n de lo privado¡± encubre de hecho una privatizaci¨®n de lo p¨²blico (fen¨®meno cuyas muchas variantes son frecuentes en nuestros d¨ªas), es decir, que los calzones de Pepito invaden la esfera p¨²blica y sustituyen el debate pol¨ªtico por el cotilleo.
?Deber¨ªamos poner fin al anonimato en Internet?
Evgeny Morozov
Perm¨ªtanme contestar a la pregunta deshaci¨¦ndome primero del online. ?Deber¨ªamos poner fin al anonimato? Planteada as¨ª, la respuesta es sencilla: por supuesto que no. No hay una realidad digital separada ¡ªalgunos lo llaman ¡°ciberespacio¡±, otros ¡°online¡±¡ª y una vez te desprendes de esa idea muchas preguntas relacionadas tambi¨¦n se evaporan. En algunos contextos, el anonimato es terrible; en otros, es una bendici¨®n: nos permite experimentar y hacer cosas que nunca har¨ªamos si la gente supiera qui¨¦nes somos. ?Entra?a riesgos permitir que la gente se escude en el anonimato? Por supuesto. Pero hay riesgos asociados a pr¨¢cticamente todo en las democracias liberales: el coste de proporcionar libertad a la gente es que de vez en cuando la utilizar¨¢n para hacer cosas tontas, est¨²pidas, peligrosas. Yo estoy c¨®modo con ese riesgo y no veo raz¨®n para hacer las cosas de forma distinta solo porque haya tecnolog¨ªa digital de por medio.
?Es ¨¦tica la cultura del todo gratis?
Javier Gom¨¢ Lanz¨®n
A lo largo de la historia, la cultura mostr¨® una fabulosa creatividad sin apenas protecci¨®n de los derechos de autor. Pero era en la mayor¨ªa de los casos cultura subvencionada por estamentos aristocr¨¢ticos y condicionada por los intereses prioritarios de estos. Al establecerse el principio democr¨¢tico, los creadores, queriendo hacerse aut¨®nomos, buscaron financiarse directamente del mercado reclamando unos leg¨ªtimos derechos a quienes disfrutasen de sus obras. Se aprobaron entonces leyes de propiedad intelectual. Ahora el estado de la t¨¦cnica est¨¢ trastocando todo el orden constituido y uno se pregunta: esta cultura del todo gratis que nos invade, ?es una violaci¨®n inmoral del derecho de autor que hace peligrar la independencia de este arroj¨¢ndole a antiguas servidumbres? ?O la situaci¨®n de hecho producida por la tecnolog¨ªa evidencia el anacronismo de un derecho configurado conforme el antiguo modelo de la propiedad romana y habr¨ªa ahora que idear modos nuevos de compensaci¨®n de los autores (los ¡°nuevos modelos de negocio¡±)? El juicio ¨¦tico del problema planteado depende de la respuesta a estas preguntas.
?La exposici¨®n a im¨¢genes de violencia nos hace m¨¢s violentos?
Jorge Wagensberg
La violencia de la violencia. La violencia natural (heredada) sirve para la defensa de un territorio de alimentaci¨®n y reproducci¨®n, pero est¨¢ tan ritualizada que raramente acaba mal. La violencia cultural (aprendida) m¨¢s bien extrae placer del dolor ajeno. Las im¨¢genes violentas que proponen una reflexi¨®n no generan m¨¢s violencia, al contrario, sirven para regularla. Es el caso de La caza (Saura, 1965), La naranja mec¨¢nica (Kubrick, 1971) o de tantos crudos documentos. Pero las im¨¢genes violentas tambi¨¦n pueden quedarse solo en est¨ªmulos que se revuelcan en s¨ª mismos, como cierto cine de p¨®lvora y sangre, el circo romano o algunos videojuegos. Es esta violencia banal y de consumo la que puede generar nueva violencia por simple s¨ªndrome de abstinencia.
?D¨®nde est¨¢ el l¨ªmite entre la libertad y la seguridad?
Daniel Innerarity
El viejo antagonismo entre libertad y seguridad debe ser completado con otro elemento, que suaviza al tiempo que complica esa tensi¨®n: ?c¨®mo permanecer libres frente a las estrategias que nos proporcionan seguridad? La histeria del miedo ha dado lugar a protecciones redundantes que terminan volvi¨¦ndose contra uno: los individuos buscan microesferas inmunol¨®gicas como muros, coches, estigmatizaciones del otro, proteccionismos, segregaci¨®n¡ Quien quiera protegerse debe empezar por limitar el alcance y extensi¨®n de sus dispositivos de defensa, si no quiere destruirse a s¨ª mismo o, simplemente, hacer algo in¨²til. En la ¨¦poca del calentamiento clim¨¢tico, las bombas inteligentes, los ataques digitales y las epidemias globales, nuestras sociedades deben ser protegidas con estrategias m¨¢s complejas y sutiles.
?Se deben de aplicar cuotas para contrarrestar la discriminaci¨®n de las mujeres?
Cynthia Ozick
En principio, creo que el m¨¦rito tiene que ser el ¨²nico criterio decisivo para la promoci¨®n de mujeres y hombres: igualdad de oportunidades para todos, aunque puede dar lugar a resultados desiguales. Cuando el m¨¦rito es la gu¨ªa, la Naturaleza se ocupa de discriminar entre los que tienen m¨¢s o menos cualidades.Tambi¨¦n en principio, me opongo a las cuotas, una forma de discriminaci¨®n legal que promociona deliberadamente a un grupo, rechazando a otros que pueden ser igualmente cualificados, pero que son inelegibles por el simple hecho de no formar parte del grupo favorecido. Ambas f¨®rmulas implican discriminaci¨®n. Pero como vivimos en sociedades en las que el m¨¦rito se recompensa raramente, los principios deben someterse a veces al pragmatismo. ?Deber¨ªa haber discriminaci¨®n positiva para las mujeres con talento? S¨ª. ?Estigmatizan estas cuotas a las mujeres que se benefician de ellas por listas y capaces que sean? S¨ª. Pero ?llegar¨ªan sin ellas las mujeres a puestos de responsabilidad profesionales o gubernamentales? Dados los prejuicios, las viejas costumbres y pr¨¢cticas, probablemente no. Entonces ?tendr¨ªan que estar institucionalizadas las cuotas por ley? ?Esperemos que no! Confiemos en que en el futuro el mundo est¨¦ tan acostumbrado a ver mujeres en puestos de responsabilidad que no sea necesaria ninguna clase de coerci¨®n legal para implantar ese ideal de igualdad. ?Puede ocurrir? S¨ª. Sin discriminaci¨®n positiva Israel, por ejemplo, ha tenido una primera ministra, y una mujer al frente del Tribunal Supremo. En Estados Unidos, sin recurrir a las cuotas, hay 20 mujeres en el Senado y 78 en la C¨¢mara de Representantes. M¨¢s que nunca.
?El principio de autoridad es innegociable para la educaci¨®n?
Emilio Lled¨®
En relaci¨®n con la educaci¨®n y la autoridad, de la que algunos pol¨ªticos han hablado, con poqu¨ªsima autoridad por cierto, tengo que contar una reciente experiencia. Con motivo de la VII Semana del libro de la Biblioteca P¨²blica Municipal de Salteras, ese precioso pueblo, pr¨®ximo a Sevilla, donde nacieron mis padres, he tenido un encuentro, con alumnos y profesores, en uno de sus colegios p¨²blicos. Como creo que el ser humano es lo que la educaci¨®n hace de ¨¦l, y como creo profundamente en la igualdad de la educaci¨®n, en la educaci¨®n p¨²blica, el recuerdo de ese encuentro me acompa?a todos estos d¨ªas. Un colegio alegre lleno de la luz que me transmit¨ªa no solo las claras paredes, adornadas de dibujos, propuestas de alumnos, manifestaciones de sus inquietudes e ilusiones, sino el di¨¢logo con ellos, la entrevista que me hicieron, la libertad que irradiaba la educaci¨®n que estaban recibiendo. Comprob¨¦, adem¨¢s, el entusiasmo, la calidad de ese grupo de j¨®venes maestros y maestras, que saben que la autoridad consiste, sobre todo, en tener verdadero inter¨¦s por lo que ense?as, amar lo que ense?as y, de paso naturalmente, amar a aquellos a los que ense?as, y en los que haces crecer la libertad, la libertad de pensar, de ser, por encima de los sectarismos y fanatismos con que se manchan los comienzos de la educaci¨®n y que acaban corroyendo, aniquilando la vida.
?Ser¨ªa ¨¦tico hoy clonar seres humanos si la ciencia fuera capaz de hacerlo?
Antonio Valdecantos
Quien manda aqu¨ª es el complejo econ¨®mico-tecnol¨®gico, dentro del cual a la llamada ¡°¨¦tica¡± le incumbe un papel ancilar, consistente en dar cobertura humanista a todo lo exigido por la ¡°demanda de los tiempos¡±. La funci¨®n de eso que empalagosamente llamamos ¡°¨¦tica¡± (y sobre cuya consistencia intelectual el p¨²blico no deber¨ªa hacerse muchas ilusiones) consiste en persuadir de que hay decisiones cruciales y vertiginosas que tomar, cuando lo cierto es que est¨¢n tomadas de antemano. En cuanto la clonaci¨®n humana sea de verdad viable y rentable, no faltar¨¢n fil¨®sofos que la bendigan y que la presenten como un triunfo de la raz¨®n. Es su tarea.
?Qu¨¦ derechos deber¨ªan garantizarse por ley a los animales?
Chantal Maillard
Nuestro c¨®digo ¨¦tico se ha establecido a partir de la moral del ¡°semejante¡±, algo que no solo justifica todas las formas de racismo, sino que tambi¨¦n legitima las torturas y matanzas de los desemejantes. No hay ¡°crimen contra la animalidad¡±, ni ¡°genocidio¡± en lo que concierne a los animales no humanos. Deber¨ªa haberlos. Todo animal, humano o no humano, tiene derecho a la vida, a la libertad y al respeto. Una legislaci¨®n que fuese realmente ¨¦tica deber¨ªa tener esto en cuenta, dado que todos compartimos el mismo ecosistema, ese que nos empe?amos en destruir desde el estrecho marco de nuestras pertenencias.
?Deben usarse los valores y la democracia occidentales como modelo universal?
Jes¨²s Moster¨ªn
El genoma humano determina las necesidades b¨¢sicas, muy parecidas en todas partes. Las culturas tradicionales eran soluciones locales distintas de la ecuaci¨®n universal de nuestras necesidades, pero el pasado es un pa¨ªs lejano, que nosotros ya no habitamos. La intercomunicaci¨®n actual corroe las tradiciones y las funde en una cultura universal crecientemente compartida. Algunos ideales parcialmente occidentales, como la salud, la felicidad, la verdad y la ciencia, pueden proponerse como modelo general. Otros, no. La democracia liberal actual deja mucho que desear, pero es el sistema pol¨ªtico menos malo ensayado hasta ahora. Sus dos valores esenciales son la libertad y (como subrayaba Popper) la oportunidad de cambiar el Gobierno de vez en cuando sin necesidad de guerra o revoluci¨®n alguna.
?Debe el Estado proteger la cultura y las costumbres de los inmigrantes o deben estos adaptarse a los del pa¨ªs de acogida?
Manuel Delgado
El racismo ya no emplea la noci¨®n de raza. All¨ª donde dec¨ªa ¡°razas inferiores¡± ahora dice ¡°culturas diferentes¡±, a las que se jerarquiza en funci¨®n de su grado de adaptabilidad a una inexistente cultura anfitriona. La primera exclusi¨®n de que se hace v¨ªctima al llamado inmigrante es negarle el derecho a una distinci¨®n clara entre p¨²blico y privado. Es as¨ª que pr¨¢cticas religiosas o simples gustos vestimentarios que para los ¡°no inmigrantes¡± son una cuesti¨®n privada pasan a ser reconocidas como anomal¨ªas alarmantes que deben ser corregidas. Eso no quiere decir que no haya entre nosotros quienes no se adaptan a nuestros valores de la libertad y democracia. Cierto, pero estos no son los inmigrantes, sino quienes nos gobiernan.
?C¨®mo recuperar la confianza de los ciudadanos en los pol¨ªticos?
Amelia Valc¨¢rcel
La desafecci¨®n consiste en la falta de confianza de la gente en sus instituciones p¨²blicas, especialmente las pol¨ªticas, parlamentos o ejecutivo. Se manifiesta en primer lugar por la merma en la participaci¨®n en las consultas electorales. M¨¢s tarde aparece como cr¨ªtica general de la ineficacia del sistema pol¨ªtico, cargando las tintas en su costo, sus privilegios y su nula eficiencia. La desafecci¨®n, que mezcla desprecio e inquina, es un fen¨®meno solo presente en las democracias. Tiene por resultado la erosi¨®n del campo pol¨ªtico que, si se alcanza, es ocupado normalmente por populismos o Gobiernos autoritarios. Es una de las peores enfermedades que padece una democracia y, aunque puede presentarse en todas, es mucho m¨¢s frecuente en las recientes o poco consolidadas. Si se produce, recuperar la confianza es dif¨ªcil, por no decir imposible.
?Hay que ayudar a los bancos o dejarque se hundan?
F¨¦lix de Az¨²a
La pregunta es demasiado bondadosa para mi gusto. Yo creo que hay que dejar de ayudar a todo el mundo: los clubes de f¨²tbol, las Iglesias, los sindicatos, las industrias protegidas, el cine, la prensa, las teles auton¨®micas, el servicio de exteriores de la Generalitat catalana, en fin, todo aquello que financiamos sin haber sido consultados. Otra cosa es que se dejen. Seguramente los bancos, como la Iglesia, el Gobierno catal¨¢n, los sindicatos, la prensa, las teles auton¨®micas o el f¨²tbol son demasiado poderosos como para pedirles que prescindan de nuestros sueldos. Seguir¨¢n viviendo (y muy bien) gracias a nuestro empobrecimiento. Pero no veo yo que haya un solo partido pol¨ªtico capaz de ponerles freno. Entre otras cosas porque tambi¨¦n a los partidos pol¨ªticos los estamos pagando con nuestro empobrecimiento. ?No habr¨ªa que dejar de ayudar a los partidos y dejar que se hundan, a menos que dejen de ayudar a los bancos, etc¨¦tera?
?Es ahora m¨¢s beneficioso estar dentro de la Uni¨®n Europea que fuera?
Gianni Vattimo
Francamente me parece que consiste principalmente en el hecho de que ser¨ªa demasiado dif¨ªcil hacerlo y de que producir¨ªa m¨¢s da?os de los que se quieren evitar. Es verdad, sin embargo, que la impopularidad de la Uni¨®n Europea parece haber alcanzado su m¨¢ximo, ya no hay casi nadie en nuestros pa¨ªses que no relacione nuestros males econ¨®micos con los v¨ªnculos que nos impone el tratado europeo. Habr¨ªa que: a) reducir cuanto antes la rigidez de esos v¨ªnculos, por ejemplo, concediendo excepciones al pacto de estabilidad que impone l¨ªmites a la deuda de todos los pa¨ªses y b) sobretodo, modificar la estructura general de la Uni¨®n Europea construyendo, junto con la moneda com¨²n, una verdadera pol¨ªtica econ¨®mica com¨²n y solidaria.
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