Direcci¨®n animal
Estuve en ese coloquio en el que una lectora le pregunt¨® al respetable narrador cu¨¢ndo pensaba dejar de escribir contra todos los que -en las leyes, en la vida, en los libros- eligen la direcci¨®n animal. Y el narrador, imperturbable, respondi¨®: "Cuando haya aprendido a hacerlo mejor, se?ora".
Me pareci¨® que tras su respuesta se hallaba la idea encantadora, pero m¨¢s bien ingenua, de progreso. El verano pasado, en la Documenta de Kassel, entr¨¦ en una estancia vac¨ªa del museo Fridericianum en la que no hab¨ªa nada, salvo la instalaci¨®n sonora de Ceal Floyer: la voz de Tammy Wynette repitiendo indefinidamente las palabras I will just keep on/ till I get it right (Continuar¨¦ hasta que lo haga bien).
?Una destilaci¨®n de la neurosis del artista que insiste? Pens¨¦ que muchos de los que buscan continuar hasta "hacerlo bien" caen en el error de querer seguir la obra de sus predecesores, como si creyeran que en el arte se puede avanzar. Y tambi¨¦n pens¨¦ que estaba de acuerdo con Duchamp cuando dec¨ªa que el arte es producido por una serie de individuos que se expresan personalmente y no es nunca una cuesti¨®n de progreso, pues mejorar no es m¨¢s que una pretensi¨®n exorbitante por parte nuestra.
No son muchos, pero en la regi¨®n de "los que insisten" hay tambi¨¦n creadores sin alma de disc¨ªpulos: solitarios que huyen de todos aquellos que, por temor a la libertad de caminar por su cuenta, acaban repitiendo lo ya manoseado por los maestros que han intentado en vano superar.
De hecho, el gran drama de nuestra educaci¨®n es que no se ense?a ninguna noci¨®n de libertad, ninguna perspectiva filos¨®fica. La disciplina de la libertad habr¨ªa podido ayudarnos a fijarnos m¨¢s en algunos solitarios que eligieron la m¨¢s alta expresi¨®n intelectual, nunca la animal. Solitarios como David Foster Wallace cuando dec¨ªa que deseaba ser divertido, sobrecargado, fragmentario y raro y ser completamente libre y, por mucho que se lo reprocharan los buitres, poder escribir cuanta intertextualidad y notas a pie de p¨¢gina le viniera en gana. Pienso siempre en esos admirables solitarios cuando, con infinito bochorno, leo la ley Wert. Que ahora la mencione puede parecer un desv¨ªo en lo que vengo diciendo, pero tan s¨®lo lo parece... Entre los raros m¨¢s radicales hay dos que cita con admiraci¨®n Duchamp en Escritos (edici¨®n de Jos¨¦ Jim¨¦nez en Galaxia Gutenberg). Uno es Raymond Roussel, autor de una de las obras m¨¢s singulares de la historia de la literatura. El otro, infinitamente menos conocido, es Brisset.
Por dios, dir¨¢ alguien, ?qui¨¦n es Brisset? No alarmarse. Fue un sabio que en 1871 public¨® un tratado con un toque pirado: La Nataci¨®n o el arte de nadar aprendido a solas en menos de una hora. De ese libro, si alguien logra tener acceso a ¨¦l, recomiendo el cap¨ªtulo inicial, Forma de entrar en el agua. Es un delirio. A?os despu¨¦s, public¨® su obra maestra, La Grande Nouvelle, un espectacular texto cient¨ªfico sobre el origen del lenguaje y del ser humano. Descendemos de la rana, sosten¨ªa ah¨ª Brisset. Su teor¨ªa se iniciaba de forma contundente: "El hombre nace en el agua, su antecesor es la rana y el an¨¢lisis del lenguaje humano demuestra esta teor¨ªa". En Par¨ªs los pataf¨ªsicos y los surrealistas le rindieron sentido homenaje frente al Pante¨®n, y le dieron el t¨ªtulo de Pr¨ªncipe de los pensadores.
Nacimos en el agua y por eso todas las leyes y los ministros de la iglesia que hacen esas leyes son verdaderas ranas, ven¨ªa a decirnos con infinita seriedad. Al igual que Roussel, el gran Brisset perteneci¨® a la estirpe de los artistas ¨²nicos con luz de locura. Uno y otro, dec¨ªa Duchamp, mostraban la direcci¨®n que tendr¨ªa que tomar el arte: la expresi¨®n intelectual, antes que la animal. Pero desgraciadamente lo animal, con sus leyes enemigas del conocimiento, se viene imponiendo desde ya hace tiempo, sobre todo en nuestra religiosa charca.
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