Seis pu?ales contra C¨¦sar
Paco Azor¨ªn dirige un 'Julio C¨¦sar', con Mario Gas, Trist¨¢n Ulloa y Sergio Peris-Mencheta La obra, que se se estren¨® en Murcia, estar¨¢ este verano en Olmedo y M¨¦rida
Suele montarse poco el Julio C¨¦sar de Shakespeare: demasiado larga, demasiados personajes. La nueva puesta de Paco Azor¨ªn, que he visto en el Romea barcelon¨¦s (felizmente abarrotado), sigue la estela de la reducci¨®n que present¨® Rigola har¨¢ once a?os en el Lliure. El texto, en viva y clara traducci¨®n de ?ngel-Luis Pujante, se queda en hora y media, con tan solo ocho personajes masculinos. Desaparece Calpurnia, aunque a quien echo realmente de menos es a Porcia, la mujer de Bruto, tan sabia y valiente como Lady Percy en Enrique IV. La funci¨®n es de 1599 y anticipa tonos y perfiles de obras posteriores. Casio, espoleta de la conspiraci¨®n, es un aprendiz de Yago que logra convertir a Bruto en un aprendiz de Macbeth, y es dif¨ªcil no pensar en Hamlet al ver el fantasma de C¨¦sar durante la batalla de Filipo. Como siempre en Shakespeare, las luces y sombras est¨¢n magistralmente repartidas. ?Cu¨¢nto debe el magnicidio al ¡°bien del pueblo¡± y cuanto a la envidia y el despecho de los senadores? El presunto malo (Bruto), casi hijo adoptivo de C¨¦sar, est¨¢ corro¨ªdo por las dudas y luego por la culpa; el presunto bueno (Marco Antonio) tiene m¨¢s conchas que Torcuato Fern¨¢ndez Miranda, y ya me gustar¨ªa a m¨ª saber d¨®nde andaba el d¨ªa que apiolaron a su adorado jefe.
Paco Azor¨ªn ha dise?ado una escenograf¨ªa escueta y simb¨®lica: envueltos en niebla, un imponente obelisco y una hilera de sillas negras. En lo alto, una pantalla que muestra, al comienzo, la lista de mandatarios romanos, ideal para comprobar lo poco que duraban en el poder. M¨¢s tarde, algunas im¨¢genes despistan, como las de los patricios (rostros an¨®nimos, en blanco y negro) que desfilan durante la muerte de C¨¦sar. Est¨¢ muy bien conseguida la atm¨®sfera turbia de la conjura, esa larga noche de tormenta atravesada por negros presagios, y el despacho en el que vela Bruto, atormentado e insomne, bajo una luz (estupendo trabajo de Pedro Yag¨¹e) que parece evocar un gabinete franquista en v¨ªsperas de alzamiento.
No debe de ser f¨¢cil pasar de un espacio abierto, como el Teatro Circo de Murcia, donde se estren¨®, a un teatro a la italiana, como el Romea, en apenas dos semanas: todav¨ªa hay escenas confusas (la media hora final), algunos tonos muy altos y algunas gesticulaciones innecesarias. Esa podr¨ªa ser la raz¨®n de que un buen actor como Jos¨¦ Luis Alcobendas ofrezca un Casio tan desigual: comienza para mi gusto demasiado torvo y subrayante, se afianza luego (o se tranquiliza) y pisa fuerte en el eje de la conspiraci¨®n, y tiene pasajes de nuevo desaforados en la parte de la batalla. Trist¨¢n Ulloa dibuja un Bruto con ecos, como dec¨ªa antes, de Macbeth y Hamlet, convincente y lleno de matices, contenido pero con potencia de voz y una gran fuerza expresiva: un liberal idealista en permanente lucha consigo mismo, un intelectual arrojado a la acci¨®n y hundido por una mezcla de nobleza y candidez fatal, que propone una eliminaci¨®n casi quir¨²rgica y se encuentra con una chapuza sangrienta, y labra la ruina del grupo al empe?arse en dar la palabra al astuto Marco Antonio. De los restantes conspiradores me convenci¨® la energ¨ªa de Agus Ruiz como Casca y me parecieron dignos pero sin especial relieve, quiz¨¢s por lo recortado de sus papeles, el Decio de Pau C¨®lera y el Metelo de Carlos Martos.
Ha sido un gran acierto ofrecerle el rol de C¨¦sar a Mario Gas: tiene autoridad instant¨¢nea y exhala humanidad
Otro gran acierto de reparto ha sido ofrecerle el rol de C¨¦sar a Mario Gas. A menudo se presenta al jerarca como una criatura m¨ªtica y distante cuando el texto pide lo contrario. Gas tiene autoridad instant¨¢nea y una formidable dicci¨®n, pero sobre todo exhala humanidad. Su perfil y su empaque (cabello y barba blancos, arropado en un manto rojo oscuro) evocan la figura de Welles y a la vez hay algo rosselliniano, un aire garibaldino y patriarcal en ese C¨¦sar que quiere senadores gordos a su alrededor porque desconf¨ªa de los flacos que piensan demasiado, como Casio; ese C¨¦sar estoico y fatalista como un viejo soldado, que parece untar ajo en una tostada imaginaria mientras aborda el pasaje de ¡°Mil veces muere un cobarde antes de su muerte¡±.
Con Sergio Peris-Mencheta tengo un poco la sensaci¨®n de que ha de jugar a contratipo como Marco Antonio, tal vez porque recuerdo la nobleza sin doblez de estupendos trabajos recientes como El Gran Capit¨¢n en Isabel o el boxeador de Love Ranch. M¨¢s all¨¢ de esas composiciones concretas, dir¨ªa que es un actor eminentemente emocional, y por eso funciona mejor en su mon¨®logo ante el cad¨¢ver de C¨¦sar, cuando muestra, sin testigos, sus verdaderos sentimientos. ¡°En p¨²blico¡± yo creo que Antonio tiene un lado de falso pay¨¦s malicioso, a lo Josep Pla, y ese es justamente el aspecto que no acierto a ver en su trabajo. El discurso de Antonio en el Foro (mi escena favorita de la obra) es, en s¨ª mismo, una lecci¨®n de puesta en escena que Shakespeare divide, teatral¨ªsimamente, en tres actos: el brillante juego ret¨®rico (¡°pero Bruto es un hombre honorable¡±), la preterici¨®n del testamento, y el colof¨®n, verdadero as bajo la manga, de ese manto horadado por las dagas con el que hace ver paso a paso el asesinato: Peris-Mencheta baja al patio de butacas y ah¨ª da el do de pecho porque gana en las distancias cortas y, como digo, en la emoci¨®n directa.
Es cosa sabida que tras la muerte de C¨¦sar y el maquiav¨¦lico responso de Antonio baja bastante el inter¨¦s de la tragedia. Las escenas b¨¦licas suelen ser endiabladamente dif¨ªciles de levantar, y el montaje de Azor¨ªn no escapa a ese dictado. Hay demasiadas podas, entre ellas, l¨¢stima (aunque se comprende el tajo) la muerte de Cinna a manos de la plebe, una de las primeras muestras del ¡°todos contra todos¡±. Hay una poderosa imagen inicial (los conspiradores derribando el obelisco), pero la resoluci¨®n de las batallas es mec¨¢nica: parecen cuatro amigos cabreados discutiendo por la posesi¨®n de un solar lleno de cascotes, y el Octavio de Pedro Chamizo resulta un tanto amanerado. A excepci¨®n de las apariciones del fantasma de C¨¦sar y del emotivo suicidio de Bruto, toda esa parte es la m¨¢s necesitada de ajustes, y ha de afianzarse y crecer en Olmedo y M¨¦rida.
Julio C¨¦sar. De William Shakespeare. Director: Paco Azor¨ªn. Int¨¦rpretes: Mario Gas, Sergio Peris-Mencheta, Trist¨¢n Ulloa, Pau C¨®lera.
Babelia
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