Joy Laville: ¡°Me gusta mirar mis cuadros. Pero no admirarlos¡±
La artista brit¨¢nica afincada en M¨¦xico habla de su trabajo y evoca a su marido, el novelista Jorge Ibarg¨¹engoitia, fallecido ahora hace 30 a?os
Aseguran los amigos de Joy Laville que a la pintora (Isla de Wight, Reino Unido, 1923) le falta solo una cosa para reunir todas las caracter¨ªsticas que se atribuyen a los grandes artistas: el ego desmesurado. Y al hablar con ella da efectivamente esa impresi¨®n. Pero el sal¨®n de su casa en Cuernavaca (M¨¦xico) est¨¢ decorado casi exclusivamente por cuadros suyos, esos paisajes de tonos apacibles habitadas por personajes l¨¢nguidos en las que su marido, el escritor Jorge Ibarg¨¹engoitia (1928-1983), encontraba ¡°una misteriosa familiaridad¡±. Laville resuelve esa aparente contradicci¨®n entre humildad y narcisismo de la misma forma que pinta, con un argumento sencillo: ¡°Mis cuadros me dan tranquilidad. Me gusta mirarlos pero no admirarlos¡±.
Laville supo desde ni?a que quer¨ªa pintar. Quiso ir a una escuela de arte, pero estall¨® la Segunda Guerra Mundial y el sue?o se aplaz¨® hasta que con 32 a?os se instal¨® junto a su hijo Trevor, fruto de su primer matrimonio, en la localidad mexicana de San Miguel de Allende sin saber apenas una palabra de espa?ol. All¨ª tom¨® sus primeras clases de pintura y all¨ª se enamor¨® de su pa¨ªs de adopci¨®n, aunque su paleta conserva unos colores suaves que recuerdan m¨¢s a la isla brumosa de su infancia. Casi seis d¨¦cadas despu¨¦s, archipremiada en M¨¦xico y reconocida fuera de su pa¨ªs, la artista no deja de trabajar ni un d¨ªa, siempre por las ma?anas, desde la diez y media hasta las dos de la tarde. ¡°No pinto todo el rato¡±, aclara, ¡°de vez en cuando me siento para mirar lo que he hecho¡±. No es una labor solitaria. Le acompa?a su perra Mila, que bebe alegremente del cubo donde su due?a limpia los pinceles. ¡°Aunque parezca un labrador, Mila fue una perra abandonada pero ha olvidado su pasado. Le encanta mandar sobre otros animales¡±, cuenta Laville. Y a?ade en voz baja: ¡°No le gusta que lo diga, pero se le nota en las patas que fue una perra callejera¡±.
La artista ya pintaba por las ma?anas cuando conviv¨ªa con Ibarg¨¹engoitia. En realidad, los dos trabajaban desde temprano, cada uno en su estudio de su casa en el barrio mexicano de Coyoac¨¢n. ¡°Yo no pod¨ªa ir a ver qu¨¦ estaba escribiendo o ¨¦l que estaba pintando yo salvo que uno pidiera al otro su opini¨®n¡±, cuenta. Entonces ella se convert¨ªa en la primera lectora de Jorge. ¡°Ten¨ªamos que ser sinceros el uno con el otro, aunque un comentario negativo generaba cierta hostilidad, que se dispersaba r¨¢pido¡±. Y se dispersaba r¨¢pido porque tambi¨¦n eran cuidadosos. ¡°Nunca dec¨ªamos ¡®esto es horrible¡¯, eleg¨ªamos otras f¨®rmulas como ¡®?no crees que tal vez esto estar¨ªa mejor de otra forma¡?¡¯¡±. Y as¨ª hasta alrededor de las dos de la tarde, cuando el escritor inauguraba uno de los mejores momentos del d¨ªa acerc¨¢ndose al estudio de la artista y proponi¨¦ndole tomar juntos un trago, siempre con la misma frase ritual, breve y sonora, como el sonido de una campanilla: ¡°?Un tequil¨ªn?¡±.
Laville no ha perdido esa costumbre del tequila. ¡°Me tomo uno siempre antes de comer. Y si estoy invitada a alguna casa dos. Y a veces, hasta tres¡±. El tequil¨ªn le ayuda a ¡°dormir la mona¡±, como dec¨ªa su marido, porque otro de los grandes placeres de la jornada era y es la siesta, y en ocasiones la prolonga hasta las seis de la tarde, la hora de ver primero el informativo de la BBC, y luego alg¨²n documental de Animal Planet. ¡°Jorge tambi¨¦n se tumbaba despu¨¦s de comer, pero normalmente no dorm¨ªa. Le¨ªa alg¨²n libro boca arriba en la cama, como esas figuras de piedra de las catedrales, una postura que yo bautic¨¦ como ¡®Westminster Abbey¡¯¡±, recuerda.
Ibarg¨¹engoitia falleci¨® hace ahora 30 a?os en un accidente a¨¦reo cerca de Madrid pero se percibe su presencia en muchos rincones de la casa. En un cartel sobre su obra colocado ante la chimenea. En la parte izquierda de una estanter¨ªa donde se conservan sus libros. Y sobre todo, en la memoria de su viuda. ¡°Est¨¢ aqu¨ª todav¨ªa. Era maravilloso vivir con ¨¦l, sobre todo porque era muy feliz, lo cual es muy agradable. Y muri¨® en su mejor momento, cuando disfrutaba de la vida y escrib¨ªa como nunca¡±. El escritor ten¨ªa un ingl¨¦s estupendo, aunque con un fuerte acento mexicano, pero cuando necesitaban emplear t¨¦rminos muy concretos, ¨¦l hablaba en espa?ol y su esposa le contestaba en su idioma. ¡°Su fama de sarc¨¢stico no era cierta. Pod¨ªa irritarse con la gente pero incluso cuando se enfadaba usaba las palabras exactas. Una vez una vecina empez¨® a tocar con furia el claxon de su autom¨®vil porque alguien hab¨ªa ocupado su plaza de estacionamiento. Y Jorge, que no pod¨ªa m¨¢s, sali¨® a la ventana y grit¨®: ¡®?C¨¢llese, pinche hist¨¦rica!¡¯. Pero es que era verdad. La se?ora era una pinche hist¨¦rica¡±.
Tras la muerte de su esposo, Laville no quer¨ªa regresar a M¨¦xico. Pero termin¨® por volver y acert¨®. ¡°Me siento como en casa, no podr¨ªa vivir en otro sitio. Este pa¨ªs me gusta f¨ªsicamente, el campo es apasionante, me admira como crece todo: cortas una rama y brota enseguida. Y me gustan los mexicanos. Hay personas horribles, claro, pero la mayor¨ªa, la gente que trabaja es muy buena gente¡±. Sin embargo, no se siente mexicana. Pero tampoco inglesa. Y entonces, ?qu¨¦ se siente? La artista hab¨ªa avisado antes de la entrevista de que hablaba despacio porque pensaba despacio, pero en esta ocasi¨®n no tarda ni un segundo en contestar: ¡°?Me siento yo!¡±.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.