El regreso de la edad de hielo
Las estad¨ªsticas no dejan lugar a dudas: se lee mucho y a trav¨¦s de m¨²ltiples soportes
En el term¨®metro (biling¨¹e) que tengo colgado en el exterior de la ventana la columna de mercurio llega a 37? Celsius. No se lo digo en Fahrenheit porque podr¨ªa darles un soponcio por simpat¨ªa. Tengo la casa en penumbra, pero sirve de muy poco. Desde el patio me llega el intermitente fragor de los viejos aparatos de aire acondicionado (este a?o nadie los ha renovado y son varios los que renquean) y, m¨¢s all¨¢, el eco descarnado de un programa de televisi¨®n dominical, probablemente Qu¨¦ tiempo tan feliz, un nombre que es un aut¨¦ntico sarcasmo si tenemos en cuenta, por citar un par de ejemplos, lo que los benditos Assange y Snowden nos han contado y todo lo que hemos perdido desde que Reagan y Thatcher iniciaron a escala global el desmontaje del Estado de bienestar para que el capitalismo pudiera reinventarse a lo bestia y regresar en derechos laborales a su edad de hielo (y plomo). Pero hoy, aqu¨ª y ahora, lo peor es el calor, que nubla las mentes y excita los ¨¢nimos. Me siento blue and disgusted ¡ªtriste y asqueado¡ª, como canta cansinamente Memphis Slim (¡°me siento como un radio roto / de la rueda del carro de un granjero¡±) desde un ced¨¦ felizmente redescubierto estos d¨ªas. El ominoso bochorno me trae a la memoria, por contraste, una imagen de la Oda del viejo marinero (1798), de S.M. Coleridge, que tan eficazmente ilustr¨® Gustavo Dor¨¦: ¡°El hielo estaba aqu¨ª, el hielo estaba all¨ª / el hielo estaba por doquier; /cruj¨ªa y gru?¨ªa, y rug¨ªa y aullaba / como los sonidos que se escuchan en un desmayo¡±. La modorra y el ensue?o me llevan a imaginarme leyendo en mi sill¨®n de orejas incrustado en un acogedor bloque de hielo, como esos mamuts siberianos que se han conservado desde el holoceno. Hay un libro para cada momento, nos dicen los sabios. Tienen raz¨®n: estos d¨ªas de agobio, cabreo e impotencia, escojo mis lecturas cuidadosamente. Ligeras y frescas, sobre todo. Elijo ¡ªquiz¨¢s cautivado por la promesa impl¨ªcita en el t¨ªtulo¡ª Instrucciones para una ola de calor, de Maggie O¡¯Farrell (Salamandra), de cuya novela La extra?a desaparici¨®n de Esm¨¦ Lennox (tambi¨¦n Salamandra) conservo un agradable recuerdo sin memoria. Aqu¨ª la historia gira tambi¨¦n en torno a una desaparici¨®n: un padre jubilado sale a comprar el peri¨®dico y no regresa, lo que desencadena una historia familiar en la que nada es como parece. El contexto es muy apropiado: la ola de calor que sorprendi¨® a los londinenses en el verano de 1976 (no estuve en Par¨ªs en mayo de 1968, pero s¨ª all¨ª: ?uff!) con temperaturas como las nuestras, que provocaron en ciudadanos no acostumbrados a tales can¨ªculas un sinf¨ªn de comportamientos atrabiliarios (de atrabilis, bilis negra) y reacciones inusitadas. Lectura fresca y ligera, pero con personajes s¨®lidos y literariamente veros¨ªmiles, lo que no es poco en la era de Brown. Justo lo que usted, envidiado e improbable lector/a, necesita para leer en la tumbona y a la sombra, untado en crema protectora de factor 20, mientras yo me torro en este horno en penumbra, con m¨²sica de fondo de Memphis Slim y acompa?amiento de chirriantes aparatos de aire acondicionado.
?Fahrenheit
El ominoso bochorno me trae a la memoria 'Oda del viejo marinero' (1798), de S.M. Coleridge
No creo, a pesar de lo que diga Beatriz de Moura, fundadora de la pen¨²ltima adquisici¨®n de Planeta (que, seg¨²n el eufemismo, ha ¡°entrado en el accionariado de Tusquets¡±), que estemos viviendo ¡°un Fahrenheit 451¡±, es decir, una ¨¦poca en que amplias capas de la poblaci¨®n est¨¢n dejando de leer. M¨¢s bien, creo yo, lo que sucede es que se est¨¢n dejando de leer cierto tipo de libros; por ejemplo, algunos de los que publicaba la se?ora de Moura durante su etapa m¨¢s, digamos, independiente. Las estad¨ªsticas de h¨¢bitos de lectura y los datos de Nielsen no dejan lugar a dudas: se lee mucho y a trav¨¦s de m¨²ltiples soportes, pero se lee masivamente lo que tambi¨¦n ha sido masivamente aventado desde los medios, que son los mejores impulsores del ¡°boca a oreja¡±. Hoy se lee m¨¢s mim¨¦ticamente que nunca, en una especie de fen¨®meno equivalente a cuando la multitud se agolpa ante los cuadros de una exposici¨®n ¡°que hay que ver¡± o se fotograf¨ªa en el puente Carlos de Praga para poder decir ¡°yo tambi¨¦n estuve all¨ª¡±, en una irrisoria variaci¨®n del cl¨¢sico et in Arcadia ego. El fen¨®meno de las aglomeraciones, como dec¨ªa Ortega, lleg¨® hace tiempo al libro o, al menos, a cierto tipo de libros: aquellos a los que se les exige una rentabilidad impensable para la mayor¨ªa. En cualquier caso, lo cierto es que, a pesar de todo, siguen saliendo a la luz nuevas editoriales. M¨¢s de acuerdo con la veterana editora estoy respecto a sus opiniones sobre la distribuci¨®n, caballo de batalla editorial y cifra de tantos fracasos. Ah¨ª tienen, por ejemplo, el relanzamiento de la editorial Unomasuno, entre cuyos nuevos t¨ªtulos les recomiendo vivamente dos: Charco negro, una interesante antolog¨ªa de relatos ¡°negros¡± in¨¦ditos de autores espa?oles (entre otros: Marta Sanz, Luisg¨¦ Mart¨ªn, Cristina Fallar¨¢s, Berna Gonz¨¢lez Harbour) y argentinos (entre otros: Marcelo Luj¨¢n, Kike Ferrari, Gabriela Cabez¨®n, Carlos Salem), y De que nada se sabe (2002), una notable ¡ªaunque, a veces, desoladora¡ª novela del ecuatoriano Alfredo Noriega (Quito, 1962) que nunca hab¨ªa sido publicada en Espa?a, pero de la que conoc¨ªa la adaptaci¨®n cinematogr¨¢fica (Cuando me toque a m¨ª, 2006) de V¨ªctor Arregui. Bueno, pues resulta que esos dos libros, con los que he disfrutado en las ¨²ltimas semanas, no son (por ahora) f¨¢ciles de encontrar, a pesar de su novedad. La responsabilidad habr¨ªa que achac¨¢rsela no s¨®lo a una distribuci¨®n quiz¨¢s desganada, sino tambi¨¦n a la indiferencia con que ciertas librer¨ªas contemplan hoy las novedades de editoriales poco conocidas y de las que temen les ocupen espacio para nada. Y es una pena, cr¨¦anme. Estos libros est¨¢n buscando sus lectores y (todav¨ªa) no los encuentran.
L¨ªber
Con este tiempo leo 'Instrucciones para una ola de calor', de Maggie O¡¯Farrell
Los organizadores evitan referirse directamente a Madrid-Arena como escenario del pr¨®ximo L¨ªber. Prefieren decir que el evento tendr¨¢ lugar en el ¡°recinto de la Casa de Campo¡±, que trae m¨¢s bien nobles recuerdos goyescos e hist¨®ricos combates que memorias de absurdas tragedias evitables. Por lo dem¨¢s, L¨ªber ser¨¢ bifronte: tres d¨ªas para que los profesionales hagan sus cosas (en tres pisos diferentes que se recorrer¨¢n tipo Ikea, es decir, de arriba abajo, para que no haya privilegios) y un fin de semana para que los libreros que se apunten (se les exige pagar 3.900 euros por cada uno de los 10 m¨®dulos previstos) levanten sus casetas en un pabell¨®n anexo. Al p¨²blico se le cobrar¨¢n 5 euros por la entrada, reembolsables en la primera compra. Habr¨¢, dicen, autores firmando, cuentacuentos, mojigangas, etc¨¦tera. Mi topo amiga (lunar en forma de estrella en la espalda) me lee un comunicado interno de los libreros en el que no se les ve muy por la labor. Tienen raz¨®n: todo adolece de un aire improvisado. Al final, pudiera ser que los que vendan los libros sean los editores, con el consiguiente cabreo. Y, respecto al p¨²blico, en fin: no creo que en octubre, con lo cara que se va a poner la rentr¨¦e, y en el Madrid-Arena (que me diga: en la Casa de Campo) haya pu?aladas por ser el primerito en entrar.
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