C¨®mo ganar un reino
El aventurero estadounidense Josiah Harlan conquist¨® la corona de Ghor, en Afganist¨¢n, en el siglo XIX, e inspir¨® a Kipling 'El hombre que quiso ser rey'
?Qui¨¦n no ha querido ser rey? No un rey de ahora, claro, de nuestras monarqu¨ªas delicuescentes y desvitalizadas, sino el bravo monarca de un reino remoto y fabuloso ganado a pulso por la fuerza del coraje y el ansia de horizontes y aventuras. Un rey de los que se hicieron a s¨ª mismos empu?ando el rev¨®lver en lugares salvajes a los que apenas llega la imaginaci¨®n, dejando atr¨¢s el lastre de la vida cotidiana, los afectos y la seguridad.
Entre ese pu?ado de hombres valientes que buscaron el reino de sus sue?os y se coronaron con sus propias manos en tronos de jungla, monta?a o desierto destacan, por supuesto, James Brooke, que devino el raj¨¢ blanco de Sarawak, y Charles de Mayrena, que se proclam¨® rey de los sedang en las selvas de Indochina. Menos conocido, no fueron menores las aventuras y logros del cu¨¢quero y francmas¨®n Josiah Harlan, que parti¨® con las manos desnudas de Pensilvania en 1823 para ganarse en las peligrosas tierras de Afganist¨¢n un lugar entre los conquistadores de reinos, convertido en soberano del principado de Gohr, en el Hindu Kush. Harlan, lo que hay que ver, quiso llegar a su real destino a lomos de un elefante: eran otros tiempos.
En el origen de sus incre¨ªbles aventuras hay un desenga?o amoroso
Las asombrosas andanzas de Harlan, obsesionado con Alejandro Magno, fueron uno de los elementos que inspiraron a Ruyard Kipling su c¨¦lebre relato El hombre que quiso ser rey, base de la pel¨ªcula de John Huston con Sean Connery y Michael Caine. "Nos vamos de aqu¨ª para ser reyes", dicen Dravot y Peachey al narrador del cuento. Pertrechados de ambici¨®n y 20 rifles Martini-Henry, encontraron su destino en Kafirist¨¢n para perder luego trono y, respectivamente, vida y cordura. Harlan, que dec¨ªa que una espada afilada y un coraz¨®n audaz suplantan las leyes del derecho hereditario, tampoco pudo conservar su reino pero sobrevivi¨® para regresar a EE UU y vivir nuevas peripecias.
Durante la guerra civil, organiz¨® su propio regimiento de caballer¨ªa, Harlan¡¯s Light Cavalry, para luchar contra los confederados; ?el mismo hombre que hab¨ªa conducido ej¨¦rcitos en Afganist¨¢n, servido como asesor militar del Ranjit Singh, el Le¨®n de Lahore, y adoptado el c¨®digo de honor de los pastunes!
La vida de Harlan, que ha contado en detalle Ben Macintyre en su espl¨¦ndida biograf¨ªa Josiah the Great (HarperCollins, 2004), parece sacada de la m¨¢s desaforada novela de aventuras. Y para acabar de te?irla de romanticismo tiene en su origen un desenga?o amoroso. ?Se puede pedir m¨¢s? Reto?o de una familia de p¨ªos y acomodados cu¨¢queros de Filadelfia, Harlan (1799) se embarc¨® como marinero rumbo a los puertos de Oriente llevando en el coraz¨®n a su amada Elizabeth Swaim, con la que planeaba casarse.
En Calcuta le lleg¨® una carta inform¨¢ndole de que la inconstante chica se hab¨ªa casado con otro. En un arrebato, nuestro hombre decidi¨® no volver nunca a EE UU y se entreg¨® a la b¨²squeda de aventura, fama y fortuna. Hay que ver lo lejos que te puede enviar una mujer de una patada.
Harlan se traslad¨® al norte de India y se puso al servicio del exiliado rey afgano Shah Shujah, que conspiraba para recuperar su trono. De este modo, el estadounidense se involucraba en el peligroso gran juego de las potencias europeas por el control de Asia Central. Al mismo tiempo, se colocaba en situaci¨®n de aprovechar las querellas intestinas para ganar poder personal y, qui¨¦n sabe, pillar alg¨²n t¨ªtulo. "Aqu¨ª hay reinos disponibles, que requieren s¨®lo iniciativa, energ¨ªa y suerte", escribi¨® Harlan, que a?adi¨® una frase a retener: "Cada uno en su propia estimaci¨®n es un rey".
Parti¨® hacia Kabul para desestabilizar al reinante Dost Mohammed y preparar la invasi¨®n al frente de un peque?o ej¨¦rcito de buscavidas y desesperados. Si consegu¨ªa el retorno del rey este le har¨ªa visir y luego ya ver¨ªamos. De esta gente como Harlan te asombra su inconsciencia casi tanto como su arrojo. En la marcha hacia Kabul, disfrazado de derviche, tuvo que v¨¦rselas con bandidos, tribus crueles, arenas movedizas y hasta un mot¨ªn. Se present¨® ante Dost Mohammed como un improbable turista y de su don de gentes da fe que este le propusiera entrar a su servicio. Tras muchas vicisitudes, el estadounidense concluy¨® que una revuelta era imposible y regres¨® a la India.
Se desplaz¨® entonces al Punjab para ponerse al servicio del maharaj¨¢ Ranjit Singh. El americano hizo de m¨¦dico del hipocondriaco, tuerto y libertino maharaj¨¢ y de general de su ej¨¦rcito, y fue nombrado gobernador de Gujrat. Fue entonces cuando se vio envuelto en la guerra entre afganos y sikhs y decidi¨® aliarse con Dost Mohammed, al que hab¨ªa tratado antes de deponer. No s¨¦ si me siguen. El emir de Kabul, que era cruel pero no rencoroso, le hizo comandante de sus tropas. Tras la victoria sobre los sikhs en Jamrud, le regal¨® una espada ba?ada en oro y le encarg¨® una expedici¨®n punitiva contra el infame Murad Beg, khan de Kumduz, un esclavista uzbeko de la peor clase.
Tambi¨¦n mand¨® un regimiento de caballer¨ªa en la guerra civil de Estados Unidos
Al frente de un ej¨¦rcito de 4.000 afganos, el estadounidense march¨® a la gran oportunidad de su vida montado en elefante. Hubo de aparcar a la bestia antes del Hindu-Kush y durante su traves¨ªa por el Hazarajat, en 1839, impresion¨® hasta tal punto al pr¨ªncipe de Ghor (o Goree o Gawr) que este le propuso transferirle la soberan¨ªa si asum¨ªa la seguridad del reino. Se redact¨® un documento en el que Harlan se compromet¨ªa a crear, preparar y comandar un ej¨¦rcito y a cambio ¨¦l y sus herederos se aseguraban la corona.
El aventurero hab¨ªa cumplido su sue?o. Solo quedaba darle forma. Volvi¨® a Kabul pensando en regresar a Ghor para instalarse y entonces todo se vino abajo: los brit¨¢nicos hab¨ªan invadido Afganist¨¢n. Y no estaban para bromas: Harlan era un tipo dudoso que se hab¨ªa vuelto medio afgano, as¨ª que lo expulsaron del pa¨ªs con el papel que lo declaraba rey a¨²n en el bolsillo. El estadounidense regres¨® a su patria, no sin antes pasar por Rusia donde seguramente intrig¨® para ver si el zar le ayudaba a instalarse en su trono. En 1841 estaba en Filadelfia donde modestamente pidi¨® que le llamaran general Harlan y no Rey Josiah.
En octubre de 1871, mientras planeaba embarcar rumbo a China para ofrecer al emperador sus servicios militares, Harlan Sahib se desplom¨® muerto en una calle de San Francisco. Dicen que en Ghor no encontr¨® solo una corona sino tambi¨¦n, en una joven hazara, el amor que le neg¨® una vez Eliza Swaim. Quiz¨¢ por eso ansiaba tanto volver. Es sabido lo que cuesta ganar un reino, pero a veces es m¨¢s dif¨ªcil conquistar un coraz¨®n.
Babelia
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