Un jueves en Medell¨ªn
Somos marido y mujer, pero como ella cree que la convivencia mata la pasi¨®n, preferimos seguir viviendo cada uno en su propia casa
Mi esposa y yo vivimos separados. Quiero decir que somos marido y mujer, pero como ella cree que la convivencia mata la pasi¨®n, preferimos seguir viviendo cada uno en su propia casa. Yo vivo solo, y ella con sus ni?os, que son dos, y no hijos m¨ªos, sino fruto de su vientre en el primer matrimonio que tuvo, con un arquitecto. Un d¨ªa, con el pretexto de que estoy medio viejo y una vez me desmay¨¦ en un restaurante, ella me pidi¨® las llaves de mi casa. ¡°?Qu¨¦ tal que est¨¦s solo y te vuelva a dar un patat¨²s y yo no pueda entrar a rescatarte, a llevarte por ejemplo al hospital?¡±. ¡°O por ejemplo al asilo¡ tienes raz¨®n¡¡±, le dije yo. Y le entregu¨¦ una copia de las llaves. ¡°Pero debes darme las tuyas t¨² tambi¨¦n, en reciprocidad. ?Qu¨¦ tal que un d¨ªa tus hijos te est¨¦n dando una paliza y yo no pueda entrar a rescatarte?¡±. No sin cierta reticencia, ella accedi¨®.
Ella no ha usado nunca las llaves para entrar en mi casa, que yo sepa, ni yo tampoco he usado las suyas para entrar en su casa cuando ella no est¨¢. Solo que el otro d¨ªa se me meti¨® en la cabeza que algo raro estaba pasando all¨¢. Los hijos se hab¨ªan ido con el arquitecto toda la semana y la actitud de mi esposa me result¨® un poco extra?a. En vez de venir a visitarme o de invitarme a comer, sac¨® unas disculpas absurdas para que no nos vi¨¦ramos ni el martes ni el mi¨¦rcoles. La idea confusa sigui¨® creciendo en mi cabeza y el jueves por la tarde la llam¨¦ por tel¨¦fono. Ella me dijo que estaba yendo al cine con Lina, su mejor amiga. El p¨¢lpito creci¨®. Corr¨ª a su casa, que est¨¢ como a 10 manzanas de la m¨ªa; el portero me conoce y me dej¨® pasar aunque, advirti¨®, ¡°la se?ora no est¨¢¡±. Sub¨ª los ocho pisos en el ascensor. Todo estaba en silencio, en orden. Aunque ella no compra flores, hab¨ªa un ramo de rosas en el florero de la sala. El caos de juguetes de los ni?os hab¨ªa sido ordenado en la habitaci¨®n de las dos camas sim¨¦tricas. Fui al cuarto de mi esposa. La cama tendida; ning¨²n olor extra?o. Sin embargo a un lado de la cama hab¨ªa un malet¨ªn de viaje. La etiqueta de Avianca, todav¨ªa en el asa de la maleta, dec¨ªa Mr. Ferro.
Vi que Mr. Ferro hab¨ªa tomado un vuelo Barranquilla-Medell¨ªn el d¨ªa anterior. A veces mi mujer, que es veterinaria, hace asesor¨ªas para el zool¨®gico de Barranquilla. Puse el malet¨ªn sobre la cama y lo abr¨ª. Poca ropa de hombre, como para dos noches; un par de calzoncillos negros. Una bolsa de remedios, y en ella cepillo de dientes, curitas, pastillas para bajar la tensi¨®n y un sobre de seis preservativos, rojos, al que le faltaban dos. Una loci¨®n pour homme (para hombre) de un aroma asqueroso. Lo m¨¢s extra?o de todo es que tambi¨¦n hab¨ªa dos bolsas de champi?ones. Blancos, frescos, olorosos. Volv¨ª a cerrar el malet¨ªn, lo devolv¨ª a su sitio y sal¨ª del apartamento de mi mujer.
Esa noche no hice nada, ni al d¨ªa siguiente, pero el s¨¢bado salimos a comer. Trat¨¦ de abordar el asunto de un modo indirecto, lejano: ¡°?Sabes una cosa?¡±, le dije, ¡°yo detesto los calzoncillos negros de hombre¡±. Abri¨® los ojos grandes, pero la voz son¨® serena cuando pregunt¨®: ¡°?Y eso por qu¨¦?¡±. ¡°Por razones obvias, porque no se les ve el mugre¡¡±. ¡°La mugre, querr¨¢s decir¡±. ¡°Eso¡±, contest¨¦ yo y ella cambi¨® de tema. Cuando vino el camarero le pregunt¨¦: ¡°?No tendr¨ªan por casualidad champi?ones al ajillo? No me han gustado nunca, pero hoy los quiero probar¡±. Mi mujer volvi¨® a abrir los ojos un poco m¨¢s de lo normal y yo le sonre¨ª.
No hab¨ªa champi?ones y a mi mujer le trajeron langostinos. Cuando empez¨® a elogiarlos, le pregunt¨¦, seco: ¡°?Qui¨¦n es Ferro?¡±. ¡°?Qu¨¦?¡±. ¡°Que qui¨¦n es Ferro¡±, insist¨ª. Hizo con la boca ese gesto que detesto que es retorcer los labios cerrados hacia un lado. ¡°Vi el malet¨ªn, vi los calzoncillos negros, vi los condones, ol¨ª la loci¨®n (asquerosa), vi los champi?ones¡±. ¡°No tienes derecho¡±, dijo, en voz muy baja, pero iracunda. ¡°T¨² me diste las llaves¡±, dije. ¡°Y t¨² a m¨ª. Hace dos meses, un neceser azul. Vi el pintalabios, el perfume (asqueroso), las bragas rojas; no hab¨ªa condones, pero estos espero que te los hayas puesto t¨²¡±. Tragu¨¦ saliva. Prob¨¦ el mero a la plancha. Llam¨¦ al camarero y le ped¨ª una botella de cava catal¨¢n.
Mi esposa y yo vivimos separados. Quiero decir, somos marido y mujer, pero como ella dice que la convivencia mata la pasi¨®n, preferimos seguir viviendo cada uno en su propia casa. El otro d¨ªa, no s¨¦ por qu¨¦, se me meti¨® en la cabeza que. Etc¨¦tera.
H¨¦ctor Abad Faciolince, escritor colombiano. Su ¨²ltima obra es Testamento involuntario.
Babelia
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