Salsa Carina
Los primeros s¨¢bados de cada mes eran sagrados y ella preparaba una esmerada comida.Vendr¨ªan sus hijos, Marcela y Tom¨¢s, que ya viv¨ªan solos
Se detiene frente a la g¨®ndola de conservas. Quiere hacer una rica salsa, la mejor que haya hecho. Aunque sea la misma de siempre. No cocina bien, pero sabe que preparando buenos acompa?amientos cualquier plato mejora. Tres recetas altern¨® hasta el hartazgo en estos veinticuatro a?os de matrimonio. Veinticuatro a?os. Salsa de champi?ones para las carnes, crema de puerros para los pescados y salsa de tomate Carina para las pastas. Se apropi¨® de una receta de un viejo libro de cocina y la bautiz¨® con su propio nombre, Carina. Una mentira piadosa. Se agrega al tomate vegetales picados en trozos muy peque?os: zanahorias, puerro, alcaparras. Ya los hab¨ªa cortado esa ma?ana, lo estaba haciendo cuando apareci¨® Arturo en la cocina. Como todos los primeros s¨¢bados de cada mes, vendr¨ªan sus hijos, Marcela y Tom¨¢s, que ya viv¨ªan solos. Luego de varios desencuentros hab¨ªan llegado a ese arreglo: el almuerzo del primer s¨¢bado del mes era sagrado. Por eso su asombro cuando Arturo le dijo que se iba. Por muy importante que fuera lo que ten¨ªa que hacer, nada cambiaba que lo hubiera dejado para despu¨¦s de comer.
Carina elige dos latas de tomate y las pone dentro del carro donde ya est¨¢n el frasco de alcaparras, dos botellas del vino tinto que le gusta a Arturo y las cajas de ravioles. Mira las latas dentro del chango, levanta una y despu¨¦s de inspeccionar la la descarta porque tiene una peque?a abolladura. La cambia por otra. Por qu¨¦ escoger una lata abollada si la cobran igual que las sanas. Recuerda una frase que sol¨ªa usar Arturo: no pagar gato por liebre. Pobre Arturo. Va hacia la l¨ªnea de cajas, se para en aquella donde hay menos hombres. Los hombres hacen mal las compras, piensa, cargan de m¨¢s y cuando pasan por la caja dudan, se dan cuenta de que no pesaron algunos alimentos, van a buscar algo que se olvidaron. Arturo nunca hizo las compras. Ni ella le reclam¨®. Ella no le reclam¨® nada en veinticuatro a?os de matrimonio. ?l tampoco hasta esa ma?ana. Aunque lo de Arturo tampoco fue un reclamo. Reclama quien pide un cambio, una modificaci¨®n. ?l apenas inform¨®, dijo pero no pidi¨® nada. Ojal¨¢ hubiera pedido.
La ¨²ltima mujer delante de ella avanza y empieza a descargar sus compras. Carina mira la hora. A pesar de que le llev¨® tiempo limpiar la cocina, va a llegar bien. Los chicos no vendr¨¢n antes de las dos. Le dijo a Arturo: ¡°?Y qu¨¦ les digo a los chicos?¡±. ¡°Yo les voy a explicar¡±, le contest¨® ¨¦l, ¡°despu¨¦s¡±. S¨ª, claro, Arturo siempre despu¨¦s. Pero antes ella tendr¨ªa que enfrentarlos y decirles por qu¨¦ su padre hab¨ªa faltado al almuerzo de todos los primeros s¨¢bados. Trat¨® de convencerlo de que se fuera despu¨¦s de comer. Pero ¨¦l dijo que no, que ya ten¨ªa la valija lista. Ese no fue el punto, ni la valija lista, ni el almuerzo al que no asistir¨ªa. Hasta ah¨ª ella estaba aturdida, pero entera. ?l agreg¨® que lo estaban esperando. Otra mujer. Y ese tampoco fue el punto porque siempre hay otra mujer. Pero entonces ella quiso saber qu¨¦. No le importaba ni qui¨¦n ni por qu¨¦ ni c¨®mo. Qu¨¦. ¡°?C¨®mo qu¨¦?¡±, pregunt¨® ¨¦l. Carina le explic¨®: ¡°?Qu¨¦ cosa de m¨ª te hizo buscar otra mujer, alejarte?¡±. ?l habl¨® de generalidades, el tiempo que pasa, el amor que se desvanece, la cotidianeidad que arrasa con lo que se ponga delante. Sin embargo ella insisti¨®, qu¨¦. No lo dejar¨ªa ir sin que ¨¦l diera un motivo concreto. Y por fin ¨¦l dijo, para que lo dejara ir. ¡°Tu olor, ol¨¦s mal¡±. Ella sinti¨® un hachazo en el cuerpo. ¡°Huele mal tu aliento, tu piel, tu pelo¡±. Esa confesi¨®n fue la que cort¨® el hilo que sostiene a las personas para que no pasen del deseo al acto. As¨ª como ella sinti¨® un hachazo en el cuerpo, tuvo el deseo de que un hachazo lo atravesara a ¨¦l. Y a¨²n empu?aba la cuchilla con la que acababa de cortar los vegetales.
Paga la cuenta, mete las bolsas en el chango y va al estacionamiento. No puede recordar d¨®nde dej¨® su auto. Recorre la playa en un sentido y en otro. Un vigilador se le acerca: ¡°?La ayudo?, no se inquiete le pasa a mucha gente¡±. Pero ella claro que est¨¢ inquieta, porque tiene que ir a su casa, terminar la salsa, decirle a sus hijos que su padre no almorzar¨¢ con ellos. No quiere que ese hombre la acompa?e. ?l le pide las llaves, casi se las saca de las manos. Apunta a un lado y al otro hasta que por fin oyen el sonido de una alarma que se desactiva y ven luces titilando a unos metros de ellos. Carina da las gracias y se dispone a irse pero el hombre no deja que empuje el carro. Mientras avanzan, ella puede ver el hilo de sangre que chorrea del ba¨²l. La sangre de Arturo. Mira al vigilador que todav¨ªa no parece haberse dado cuenta. ¡°La ayudo a cargar¡±. Carina sabe que es en vano negarse. ¡°En el ba¨²l no, cargue todo en el asiento de atr¨¢s¡±, dice ella y se para sobre una peque?a mancha en el piso, ah¨ª donde caen las gotas de sangre. El hombre baja la mirada: ¡°?Qu¨¦ hizo se?ora?¡±. Ella est¨¢ a punto de confesar, o de empujar el carro sobre ¨¦l y salir corriendo, o de clavarle la cuchilla con la que mat¨® a Arturo y lleva en la cartera. Pero entonces el hombre se sonr¨ªe y agrega: ¡°Se ve que estaba muy distra¨ªda esta ma?ana¡±, mientras se?ala los pies de Carina. Reci¨¦n entonces ella nota que lleva puesto un zapato marr¨®n y otro negro.
?Qu¨¦ cosa de m¨ª te hizo buscar otra mujer, alejarte". "Tu olor, ol¨¦s mal"
Claudia Pi?eiro es escritora argentina, su ¨²ltima obra es Un comunista en calzoncillos.
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