Cerveza belga, gracias a Dios (y al Gobierno)
Radiograf¨ªa de un pa¨ªs a trav¨¦s de su inagotable pasi¨®n por la cebada
A la Uni¨®n Europea le falla el mensaje. Carece ¨²ltimamente de ambici¨®n, de carisma; parece aquejada de estrabismo debido a una sobredosis de nacionalismo: no acaba de ser capaz de crear y trasladar un discurso atractivo. Esta no es otra cr¨®nica acerca del eurodesencanto, pero a la capital europea, Bruselas, le pasa a menudo algo parecido. Est¨¢ plagada de rincones exquisitos, tiene sabor y personalidad, hay aqu¨ª arquitectura, arte, cine, m¨²sica, c¨®mic, esas cosas. Pero definitivamente Bruselas no juega en esa liga de los Par¨ªs-Londres-Nueva York-Berl¨ªn-Roma. No es solo que este peri¨®dico tenga en esas y otras ciudades a fant¨¢sticos corresponsales. Es que uno pega una patada en Par¨ªs-Londres-Nueva York... y le salen 2.500 antros o personajes ideales para las p¨¢ginas veraniegas de Cultura, la cara b de la carta del corresponsal. A Bertolucci jam¨¢s se le hubiera ocurrido El ¨²ltimo tango en Bruselas.Y el Manneken Pis (o ni?o me¨®n) no es, definitivamente, la Estatua de Libertad o la Fontana de Trevi con su Anita Ekberg de mis amores.
Bruselas y sus 200 d¨ªas de lluvia al a?o parecen a veces el escenario ideal de aquel libro de Nick Flynn, Otra noche de mierda en esta puta ciudad. Pero normalmente tampoco es eso: aqu¨ª se come de miedo, se bebe de f¨¢bula, la oferta cultural es apabullante, el trabajo informativo es intenso como en pocos otros lugares. Tal vez Bruselas no sea la m¨¢s sexy de las capitales europeas. Pero frente a esa antipat¨ªa que se le achaca esconde aut¨¦nticas maravillas. Y en ¨²ltima instancia, si el cronista no est¨¢ inspirado ¡ªbingo: es el caso¡ª, siempre puede tirar de t¨®picos. O no: ni los mejillones ni las patatas fritas ni sobre todo la endivia, un invento del que los belgas est¨¢n orgullos¨ªsimos, tienen suficiente glamour para estas p¨¢ginas. Tal vez Tint¨ªn. O el chocolate...
Hay 1.313 cervezas distintas en B¨¦lgica, seg¨²n el ¨²ltimo censo
O la cerveza. Ah, la cerveza belga. Debemos a Dios y a los legisladores este para¨ªso del zumo de cebada: cientos y cientos de marcas de todos los colores, olores y sabores. Hay 1.313 cervezas distintas en B¨¦lgica, seg¨²n el ¨²ltimo censo. La Iglesia cat¨®lica, y espec¨ªficamente los monjes cistercienses de la congregaci¨®n trapense, tienen buena parte de la culpa: pese a que en el medievo ten¨ªan terminantemente prohibido el consumo de bebidas alcoh¨®licas, una reforma de la orden se lo acab¨® permitiendo en caso de que el agua de los manantiales fuese envenenada o insegura. Los monjes se pusieron manos a la obra y hacen aut¨¦nticas maravillas: las cervezas de abad¨ªa son sensacionales, especialmente la m¨¢s famosa, Westvleteren 12, fuerte y oscura, tan fuerte y tan oscura que sale a raz¨®n de unos ocho euros la botella.
Pero m¨¢s importante a¨²n para el desarrollo de la cultura de la cerveza en Bruselas y alrededores fueron los legisladores belgas: el Gobierno. A medidados del siglo XIX, la revoluci¨®n industrial atraves¨® el Canal de La Mancha y B¨¦lgica fue el primer pa¨ªs continental en rivalizar con el desarrollo brit¨¢nico. No todo fueron ventajas: a los obreros belgas les dio por libar. El alcoholismo alcanz¨® cotas himalayescas a finales de ese siglo. Y no precisamente por la cerveza, sino por la melanc¨®lica ginebra. El Estado al rescate: en esa ¨¦poca se aprob¨® una ley que prohib¨ªa la venta de bebidas alcoh¨®licas en cantidades inferiores a los dos litros. Los trabajadores se convirtieron de la ginebra a la cerveza; dos litros de gin dejaban tama?o agujero en el bolsillo que no pod¨ªan permit¨ªrselo. De paso, los productores belgas elevaron la graduaci¨®n por encima del 10%. Ese fue el germen ¡ªno hay mal que por bien no venga¡ª de una industria pujante: B¨¦lgica es hoy una potencia cervecera global.
Y de la an¨¦cdota a la categor¨ªa: el posmodernismo pol¨ªtico y la posvanguardia econ¨®mica se basan, simple y llanamente, en la gesti¨®n a trav¨¦s de incentivos. La clave no es que el Gobierno o la empresa de turno obligue a hacer esto o lo otro: el quid de la cuesti¨®n es encontrar los se?uelos adecuados para que el ciudadano o el consumidor hagan lo que uno quiere con un m¨ªnimo empujoncito, a trav¨¦s de los mencionados incentivos. Cass Sustein, exasesor de Obama, tiene un libro delicioso al respecto, Nudge, donde describe (entre otras cosas) c¨®mo el aeropuerto de Amsterdam consigui¨® rebajar sustancialmente la factura de la limpieza dibujando una mosca en los urinarios, para que los hombres hicieran punter¨ªa. Algo parecido hicieron los belgas hace m¨¢s de un siglo, con esa gesti¨®n de incentivos ¡ªm¨¢s la divina providencia de los monjes¡ª que permiti¨® desarrollar una industria floreciente, en la que sobresale una de las mayores multinacionales del mundo, Anheuser-Busch. Espa?a es un ejemplo perfecto de lo contrario, de incentivos perversos: una ley del suelo demencial, una deducci¨®n por vivienda del todo equivocada y el cr¨¦dito absurdamente barato, combinados con la dosis adecuada de corrupci¨®n, hincharon la mayor burbuja inmobiliaria desde la antig¨¹edad cl¨¢sica.
Aqu¨ª se come de miedo, se bebe de f¨¢bula y la oferta cultural apabulla
Los belgas presumen de haber dado refugio a Erasmo, a V¨ªctor Hugo, a Marx. Los primeros pl¨¢sticos vienen de B¨¦lgica, y la cosmolog¨ªa moderna, y algunas de las mejores muestras de art nouveau,y el inevitable y ya mencionado Tint¨ªn (y parte del colaboracionismo con Hitler, por cierto, pero esa es otra historia). ?ltimamente, sin embargo, en las cr¨®nicas period¨ªsticas Bruselas es sin¨®nimo de Comisi¨®n Europea, mascar¨®n de proa de un conjunto de instituciones tan capaz de legislar con las mejores intenciones para apuntalar definitivamente el euro pese a que los eur¨®cratas bruselenses no han encontrado a¨²n ni los incentivos adecuados ni la ayuda de Dios en esa ingrata labor- como de legislar acerca de la curvatura de los pepinos, el grosor de los preservativos, la coloraci¨®n de los puerros o la forma de las manzanas. Pero Bruselas, en fin, tambi¨¦n es otras cosas: la ciudad capaz de dar cabida a L¡¯Heritier, el bar de perdedores desde donde se escribe esta cr¨®nica para Cultura (que es la secci¨®n a la que va la gente que no sabe d¨®nde meterse, seg¨²n Javier Cercas), o el Delirium Tremens, un s¨®tano decorado con barriles junto a la Gran Place con un cat¨¢logo espectacular de las mejores cervezas del mundo, o casi.
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