El secreto de T¨¢nger
La ciudad marroqu¨ª es como un cosmopolita escenario nacido de la ficci¨®n Amada, explotada y odiada, no deja de producir literatura

A veces el lugar donde un escritor forja su destino tiene m¨¢s importancia que su educaci¨®n o sus lecturas. La ciudad donde naci¨® puede no ser al final el lugar donde afianza su voz, construye su mundo y se convierte para siempre en alguien que, haga lo que haga, est¨¢ ¡°al otro lado¡±, pues solo de esa manera es capaz de conectar con su tiempo y mostrarlo. Y hay ciudades fronterizas que parecen imantadas para atraer las diversas virutas de hierro de la literatura. Esas ciudades atrapan al que crey¨® estar solo de paso y gu¨ªan su mano, alimentan su pasi¨®n por escribir. As¨ª hizo T¨¢nger con Paul Bowles, Alejandr¨ªa con Lawrence Durrell, Trieste con James Joyce.
?Qu¨¦ tiene T¨¢nger?, se preguntaba Mick Jagger al volver de una estancia en sus fauces. ?Y qu¨¦ ten¨ªan Alejandr¨ªa, Trieste, Estambul? Estas ciudades nos parecen hoy escenarios nacidos de la misma literatura. Mientras Alejandr¨ªa se esconde en los versos de Cavafis y Trieste duerme en el humo enfermizo de Italo Svevo, T¨¢nger, como dec¨ªa Pierre Lotti, posa altiva como una vedette en la puerta de ?frica. Se nos ofrece como la quintaesencia de la traici¨®n y el misterio. Ninguna como T¨¢nger ha acaparado tantas ilusiones literarias, tanto ¨¦nfasis misterioso entre los escritores exiliados-de-s¨ª-mismos. ?Ser¨¢ quiz¨¢ porque T¨¢nger, igual que una pirueta en un vuelo nocturno, produce, en palabras de Saint-Exup¨¦ry, ¡°hermosos v¨¦rtigos¡±? Espejo donde se mira lo ajeno, lo ex¨®tico, la ciudad cal¨® en las mentes de los pintores africanistas y de los estetas del orientalismo. En los ¨²ltimos cien a?os vio pasar bajo su balc¨®n una mir¨ªada de escritores que buscaban en el laberinto algo diferente, digamos Barthes, Beckett, Burroughs, Bowles, Capote, Genet, Ginsberg, Juan Goytisolo, Kessel, Morand, Gertrude Stein, Tennessee Williams, Yourcenar.
La mayor¨ªa de ellos eran aves de paso. Algunos, sobre todo los americanos, nunca volvieron. Sin embargo, parec¨ªa que T¨¢nger les hubiese otorgado una ciudadan¨ªa, un pasaporte. Y se dedicaron a proclamar a los cuatro vientos, remedando al Bogart de Casablanca, que siempre nos quedar¨¢ T¨¢nger. Una patria de palabras y frenes¨ªs desvanecidos. O, como dice Eduardo Jord¨¢, autor de T¨¢nger, ¡°la patria moral que se han buscado todos aquellos que jam¨¢s podr¨¢n tener una patria¡±. Pero uno se qued¨®, neg¨¢ndose a mirar atr¨¢s con nostalgia beat. Paul Bowles dijo que T¨¢nger era ¡°una sala de espera entre conexiones, una transici¨®n de una manera de ser a otra¡±. En esa espera vivi¨® cinco d¨¦cadas. A partir de los setenta se encerr¨® en su peque?o apartamento. Parec¨ªa estar por fin de acuerdo con Pascal en que la mayor¨ªa de los males les vienen a los hombres por no quedarse tranquilos en casa. Consideraba que el escritor ¡°es un esp¨ªa enviado a la vida por las fuerzas del m¨¢s all¨¢¡±, y ¡°tiene que saber enga?ar y, en la medida de lo posible, permanecer en el anonimato¡±. En esto se parec¨ªa a Genet. Un d¨ªa Bowles dej¨® de escribir sus propios libros y empez¨® a traducir relatos de amigos marroqu¨ªes. Pensaba que adaptar historias del ¨¢rabe dialectal era ¡°una manera indirecta de crear¡±. Y de dejar atr¨¢s la nost¨¢lgica estela de sus compa?eros de viaje, anclados en un T¨¢nger que ya no exist¨ªa y tal vez nunca hab¨ªa existido al margen de la tipograf¨ªa. Estos relatos mostraban la otra cara de la ciudad: la miseria y el abandono, la orfandad, los humildes placeres cotidianos que contrastaban con los de quienes se sentaban en el caf¨¦ Hafa o en el Par¨ªs a escribir sus sesgadas impresiones. As¨ª lo hizo con Mohamed Chukri, Mrabet y Hamed Charhadi. De la mano de Bowles, la leyenda for¨¢nea de T¨¢nger contribuy¨® a crear otra v¨ªa literaria, esta vez local, que perpetuase el inefable misterio gracias a una deconstrucci¨®n del colonialismo literario. Porque esos escritores, rescatados del analfabetismo y las esquinas dudosas, no solo empezaron a escarbar en su propia basura, sino que a la par renegaban de la herencia del t¨ªo rico que representaba Bowles.
Eduardo Jord¨¢: ¡°Es la patria moral que se han buscado todos aquellos que jam¨¢s podr¨¢n tener una patria¡±?
La sombra del autor de la mejor obra extranjera sobre T¨¢nger, D¨¦jala que caiga, con su loro al hombro, es de todos modos alargada. Amor por un pu?ado de pelos, de Mohamed Mrabet, fue uno de sus primeros experimentos de verter al ingl¨¦s un relato oral de corte autobiogr¨¢fico. Es dif¨ªcil saber cu¨¢nto hay de ajeno en esa historia de conjuros amorosos en la que se mezcla el cuento oriental y la mirada de un lascivo puritano. Una vida llena de agujeros, de Charhadi, tambi¨¦n tiene el sello inconfundible del americano. Es un libro duro, descarnado, nihilista. El narrador, un joven al que vemos maltratado por su padrastro y por la pobreza, se parece a los personajes de Bowles, empujados por un destino cruel e implacable. La odisea de Ahmed comienza cuando se muda con su familia a T¨¢nger, donde trabaja como pastor y luego en un horno de pan. Tras su primera estancia en la prisi¨®n, el descubrimiento de las putas lo vuelve a tumbar. Le encierran en la c¨¢rcel de Malabata, se fuga, vuelve a ella y al salir siente que su ¡°coraz¨®n es ligero y no le tiene miedo a nada¡±. Resignado a su suerte, aunque sea una suerte perra, Ahmed fascina por su imparcial relato de los hechos, sin apenas adjetivos, sin juicios. No se trata aqu¨ª de picaresca ni de realismo sino del noble arte de fabular lo vivido. Tras el tenso episodio de ¡°El cable¡±, un Ahmed enamorado acaba siendo lacayo mientras hace de guardi¨¢n en un caf¨¦ de Merkala, donde Charhadi encontr¨® a Bowles, que puso su arte de narrador al servicio de la voz pura, ambulante, que sab¨ªa lo que hab¨ªa que contar y c¨®mo. El t¨¢ndem Charhadi-Bowles logra aqu¨ª un relato ejemplar, soberbio, de esa vida llena de agujeros y de espera.
Contribuyendo a cimentar la leyenda de T¨¢nger desde el lado moro de la barrera, Mohamed Chukri ha jugado a dos bandas, manteniendo una libertad envidiable. Por un lado, su obra contiene el relato de la vida ¡°verdadera¡± de la ciudad, que se vierte en la novela El pan a secas. Se trata de un relato brutal de su infancia, que empieza con el estrangulamiento de su hermano a manos del padre y se extiende en toda clase de vejaciones, miserias, de modos indignos de supervivencia. Viene a ser la cara m¨¢s sombr¨ªa y a veces insoportable (¡°si no les gustan mis libros, que vayan a protestar al que se invent¨® Marruecos y se invent¨® mi vida¡±, dec¨ªa Chukri ante una copa de Soberano) de la moneda gastada, cosmopolita, de la ciudad. Por otro lado, Chukri se ocupa del extranjero y se revuelve contra ¨¦l. No se muerde la lengua al escribir sobre Paul, su amigo americano, ¡°el recluso de T¨¢nger¡±. Le tilda de ¡°criminal sexual en potencia¡±, de ¡°rey de la astucia¡± y adicto al dinero, que siempre dese¨® vivir ¡°en la penumbra de una gruta¡± mientras centraba su obra ¡°en el odio del hombre a su semejante¡±.
Paul Bowles: ¡°Es una sala de espera entre conexiones, una transici¨®n de una manera de ser a otra¡±
Pero el peor pecado que Chukri atribuye a Bowles es que odiaba el pa¨ªs en el que se hab¨ªa refugiado, que cre¨ªa ¡°habitado por b¨¢rbaros e imb¨¦ciles¡±. Para ¨¦l, Bowles nunca se desprendi¨® de su mirada colonial, algo que s¨ª consiguiera mucho antes el comisionado ingl¨¦s Samuel Pepys en sus Diarios, donde dej¨® escrito su aprecio del magreb¨ª y el asco que le produc¨ªa el caos y la degeneraci¨®n moral que su pa¨ªs hab¨ªa tra¨ªdo a T¨¢nger. El novelista marroqu¨ª quiere en su libro matar al padre literario y al mismo tiempo ofrecerle un homenaje. Al final adopta un formato de diario crepuscular y repasa los personajes que tambi¨¦n conoci¨® en la ciudad legendaria, como Burroughs, Capote y Williams. Y concluye, con iron¨ªa amarga, que ¡°terminamos por morirnos sin llegar a descubrir el secreto de T¨¢nger¡±. En otras palabras: no van a ser los escritores aut¨®ctonos que maten la gallina de los huevos de oro. La ciudad sigue albergando un secreto que los for¨¢neos no consiguieron robar.
Vuelve a la carga Chukri, esta vez con Jean Genet, que le resulta m¨¢s pr¨®ximo. Entre 1968 y 1974 Genet pasa temporadas en la ciudad. Chukri, de una manera muy tangerina, se hace el encontradizo, aunque tampoco es que el autor de Diario de un ladr¨®n se oculte ni oculte las razones por las que viene tan a menudo. En una conversaci¨®n se queja de que en T¨¢nger ¡°la prostituci¨®n crece de una manera vertiginosa¡± (lo mismo que hab¨ªa visto Pepys tres siglos antes) y Chukri le responde que ¡°ha sido siempre un para¨ªso para los homosexuales¡±, que ¡°el colonialismo nos leg¨® esa libertad en el comercio del sexo¡±. Genet, alojado en el lujoso El Minzha, es aqu¨ª un escritor que ha colgado los h¨¢bitos y por eso ya no vive peligrosamente. Aunque a veces le sale la vena rebelde que le dio fama y defienda con una sonrisa el robo y la traici¨®n, marcas de la casa, es decir, de Genet y de T¨¢nger.
Mohamed Chukri: ¡°Si no les gustan mis libros, que vayan a protestar al que se invent¨® Marruecos y se invent¨® mi vida¡±
Chukri muri¨® a los 68 a?os dejando una obra valiente, original, que en cierto modo no ha tenido continuadores. En la ¨²ltima d¨¦cada, Ahmed Beroho ha escrito en franc¨¦s varias novelas elegantes que tienen como tel¨®n de fondo la ciudad esfinge. Une saga ¨¤ Tanger recorre la historia de varias generaciones y se adentra en la cr¨®nica familiar, mientras que Les Myst¨¨res de Tanger aborda la novela negra de las mafias locales y del integrismo religioso que tanto despreciaba Chukri y no consigui¨® tapar su boca ni cambiar sus costumbres.
Cuenta Jord¨¢ que como se sab¨ªa amenazado por su tendencia a beber y su promiscuidad con mujeres, am¨¦n de su ate¨ªsmo, el autor de Tiempo de errores mand¨® el recado a sus enemigos de que si quer¨ªan ir a por ¨¦l cada ma?ana estaba de once a una en el caf¨¦ Ritz. Pero que no lo pondr¨ªa f¨¢cil porque ten¨ªa un cuchillo. El cuchillo era, por supuesto, la lengua afilada de Chukri, su memoria llena de rabia, ¨¢vida de justicia. ?l ten¨ªa una relaci¨®n de amor-odio con T¨¢nger parecida a la de Thomas Bernhard con Salzburgo. En Rostros, amores, maldiciones el marroqu¨ª la tilda de ¡°vieja decr¨¦pita, obesa, repugnante y cubierta de mierda¡±, y luego confiesa que pese a todo ¡°nunca estar¨¦ en contra de ella: no renegar¨¦ de nuestra antigua convivencia, porque le debo mucho, por los tiempos en que fue mi bienhechora, tambi¨¦n aliada; por los tiempos en que me apoy¨®, en la dificultad y en la incertidumbre¡±. Bernhard, en cambio, consigue ser un ingrato hasta el final. Pero la ingratitud es privilegio de los nativos. Joyce, por ejemplo, odiaba Dubl¨ªn y adoraba Trieste, otra ciudad fronteriza. En Trieste, donde vivi¨® 16 a?os, su arte y su vida brillaron igual que una cerilla al prender y antes de ir apag¨¢ndose poco a poco. Como Bowles, como T¨¢nger.
Una vida llena de agujeros. Dris ben Hamed Charhadi. Traducci¨®n de Javier Talayero. Capit¨¢n Swing. Madrid, 2012. 311 p¨¢ginas 20 euros.
Paul Bowles, el recluso de T¨¢nger. Mohamed Chukri. Traducci¨®n de Rajae Boumediane El Metni. Cabaret Voltaire. Barcelona, 2012. 197 p¨¢ginas. 18,95 euros.
Jean Genet en T¨¢nger. Mohamed Chukri. Traducci¨®n de Rajae Boumediane El Metni. Cabaret Voltaire. Barcelona, 2013. 157 p¨¢ginas. 17,95 euros.
Bichos raros
P¨ªo Baroja escribi¨® que en el Zoco Chico se ment¨ªa en castellano igual que en la madrile?a Puerta del Sol. La espa?olidad mestiza de la ciudad blanca qued¨® para siempre fijada en la novela de ?ngel V¨¢zquez La vida perra de Juanita Narboni, mon¨®logo que compone una cr¨®nica hist¨¦rica del T¨¢nger de posguerra, en el camino a su decadencia.
El autor evoca la voz de su madre, joyciana Molly de muchas lenguas, jaquet¨ªa incluida, que en cierto momento exclama, como se muestra en la primera escena de la pel¨ªcula de Farida Benlyazid: "?Anda que no hay bichos raros en T¨¢nger! Bichos raros y maricones. Oui, ped¨¦s, tapettes and bloody queers". Mientras Juanita habla sin freno con amargura, la vida del puerto misterioso nos inunda con su torrente de fantasmas. V¨¢zquez ya hab¨ªa abordado los dos mundos tangerinos, el "Monte" y la "Ciudad", mundos en perpetuo conflicto, como era su ser, en otra novela, Se enciende y apaga la luz.
Tambi¨¦n Ram¨®n Buenaventura poetiz¨® a su manera en El a?o que viene en T¨¢nger "una ciudad que ya no existe / en un pa¨ªs que entonces no exist¨ªa". Retrat¨¢ndose con su amigo del alma ante un fondo velado donde se adivinan paredes encaladas que se encabalgan, rinde tributo a no se sabe qu¨¦ inasible. En la adolescencia fueron expulsados de su casa y se quedaron hu¨¦rfanos de lugar, por eso el amigo dice al final "toda mi vida es mentira y adem¨¢s no la recuerdo". Lo cual puede leerse como una met¨¢fora de la vedette de Loti.
Fue Juan Goytisolo quien construy¨® desde la s¨¢tira la importancia simb¨®lica de T¨¢nger en su Reivindicaci¨®n del conde don Juli¨¢n. Como V¨¢zquez, Goytisolo resalta la desmembraci¨®n social de un espacio del que se quiere huir, al contrario que la mirada positiva y humor¨ªstica de Juan Vega en El ¨²ltimo verano en T¨¢nger, obra que refleja bien su peculiar atm¨®sfera cotidiana. Siguiendo la estela de Genet, el escritor barcelon¨¦s exhorta a la traici¨®n para reconquistar la identidad espa?ola o crear una nueva. Y lo hace desde el est¨®mago en un solo d¨ªa de la ciudad, recorriendo sus calles, el mercado y los ba?os turcos como un "minotauro voraz", a la vez "verdugo y v¨ªctima".
M¨¢s tarde, cuando ya ha dejado de vivir en T¨¢nger, Goytisolo evocar¨¢ su energ¨ªa y sus desigualdades brutales, y dir¨¢ acerca de su legendario misterio: ¡°La luminosidad del aire, la superposici¨®n de planos blancos de la Medina vista de la playa o abarcada desde la Alcazaba, el panorama grandioso del caf¨¦ de la Jafita, conservan toda su fuerza impregnadora y ¨²nica¡±.
Sin embargo, cuando con hambre en las suelas ¨¦l recorr¨ªa ¡°como un agrimensor¡± la Medina y anotaba todos sus top¨®nimos, se persuad¨ªa quiz¨¢ de que la contradicci¨®n entre el estereotipo rom¨¢ntico de T¨¢nger y su realidad rota, desnuda, se resolv¨ªa en el estilo, es decir, era una cuesti¨®n de ¡°sagacidad y cautela¡±. A la postre, hay misterios leg¨ªtimos, traiciones inexplicables. Qu¨¦ necesidad tenemos de descifrar esa ¡°paradoja que roza el prodigio¡±. No hay que saberlo todo, como dir¨ªa Mick Jagger hablando de T¨¢nger. J. L. d. J.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.