El respeto
Desde muchas noches atr¨¢s, un hombre con un hacha recorr¨ªa las calles echando maldiciones
Mi amigo de la adolescencia, Luis Mantec¨®n, alias Culovaso, acababa de ser nombrado apoderado de la Caja de Ahorros. Su primer destino importante.
Me mir¨® a trav¨¦s de los gruesos lentes.
¡ªNo es un ascenso, ni un premio. Es un castigo. Si te digo d¨®nde me env¨ªan¡
Me lo dijo.
Un lugar para los amantes de la tranquilidad. Largas tardes, soledades, sonidos de cencerros. Los domingos, miles y miles de turistas amantes de la tranquilidad llegan hasta all¨ª con sus coches, sus motos, sus ruidosas familias y sus picnics. Los lunes, el viento y las cabras acaban con los residuos.
Habl¨¢bamos en el coche. El tr¨¢fico de entrada a la ciudad se atascaba en los primeros sem¨¢foros, ante los ni?os limpiaparabrisas, los vendedores de pa?uelos y los saltimbanquis de ocasi¨®n. Pero nadie tocaba, impaciente, el claxon cuando se abr¨ªa el sem¨¢foro.
Respeto o miedo.
¡ªMiedo, les tienen miedo ¡ªdijo se?alando a los ni?os oscuros de la calzada¡ª. Piensan que les pueden romper la luna del coche con una barra de hierro, o hacerse atropellar adrede. Miedo. El miedo se ha hecho due?o de nuestros corazones.
Una bandada de palomas atraves¨® la nube de gases. El instinto de cazador de Luis¨ªn Culovaso brill¨® tras sus lentes de culo de vaso.
¡ªAl otro lado del Pas hay buenos pasos de palomas ¡ªle consol¨¦¡ª, hacia la parte de Burgos. Tendr¨¢s buen entretenimiento, en temporada. Unos cuantos tiros los fines de semana.
¡ªNo, amigo, all¨ª tengo que ir al acecho de clientes, me va la vida en ello. Nada de caza menor. Hay que cazar jubilados, viudas y presas grandes.
En lo primero que me fij¨¦ de la tarjeta fue en el cargo: Representative Manager, Vega de Pas Savings Bank. Solo despu¨¦s repar¨¦ en el nombre de Luis Mantec¨®n.
Me ech¨¦ a re¨ªr.
¡ª?Culovaso!
Desde muchas noches atr¨¢s, un hombre con un hacha recorr¨ªa las calles echando maldiciones
Hab¨ªa garrapateado que estaba en la ciudad, y que permanecer¨ªa en el edificio central de la Caja hasta las tres de la tarde. Le contest¨¦, y quedamos en la cafeter¨ªa situada cerca de la puerta achaflanada de la entidad.
¡ªPues no, no tengo nada particular que contarte.
Pero result¨® que s¨ª, que le saqu¨¦ una historia.
Luis¨ªn Culovaso Mantec¨®n era mi cazador de historias, miope aedo de las cimas y montes de piedad del Pa¨ªs Pasiego.
Hab¨ªa conocido tres j¨®venes hermanas una a una, porque nunca bajaban juntas a divertirse. Por lo menos una de las tres deb¨ªa quedarse para ayudar al padre. All¨¢ arriba, en las caba?as de verano, la jornada de trabajo no finaliza nunca. Para la familia criadora de ganado no hay domingos ni fiestas. Y madre no hab¨ªa, no, madre, no.
No s¨¦ por qu¨¦ imagin¨¦ que el padre era muy duro con ellas ¡ªcontinu¨® Luis¡ª. No le conoc¨ªa personalmente; nunca realiz¨® operaci¨®n alguna en la Caja. Pero comprob¨¦ que era lo contrario de un d¨¦spota, adoraba a sus hijas, a sus tres novillas, como las llamaba. Cuando un d¨ªa coincidimos en el bar del cruce me alab¨® lo trabajadoras que eran, y lo guapas. De eso ya ten¨ªa yo constancia, dijo.
¡ªSi un d¨ªa quiere usted invitar a alguna a salir, a bailar, o a lo que sea, por m¨ª no hay inconveniente. Que se diviertan, y que usted se divierta con ellas. No me importa que vuelvan tarde a casa, o que no vuelvan en toda la noche.
A los pocos d¨ªas andaba yo a la caza de clientes entre la dispersa poblaci¨®n pasiega, cuando tropec¨¦ con el hombre cerca de la carretera. Me llev¨® hasta una de sus numerosas caba?as y me invit¨® a entrar. Me mostr¨® las vacas y las ponder¨®.
¡ªSon guapas, guapas de verdad.
Me habl¨® de la cantidad de leche que daban, de su perfecta morfolog¨ªa, de sus turgentes ubres. Me cogi¨® la mano y me hizo acariciar el pelo.
¡ªPura seda.
Apareci¨® la mayor de las hijas, vistiendo unos vaqueros en los que lo grunge parec¨ªa natural y sofisticado a la vez.
Dijo que necesitaba bajar al pueblo, y que si yo pod¨ªa acercarla. Las otras dos estaban all¨ª, la una apuntando las cuentas en una libreta y la otra lav¨¢ndose el pelo en la pila de la cocina.
El padre nos despidi¨® en la puerta de la caba?a con una caricia a la hija y un apret¨®n de manos a m¨ª.
¡ªHay que gozar mientras se pueda, y con quien se pueda¡ª nos bendijo.
Desde muchas noches atr¨¢s, antes de ser yo nombrado apoderado de la Caja, un hombre armado con un hacha recorr¨ªa las calles echando maldiciones, amenazando con rebanar de un tajo a no se sabe qui¨¦nes ni por qu¨¦. Nunca atac¨® a nadie, simplemente lanzaba alaridos, sacud¨ªa el hacha y daba grandes tajos al aire.
Los habitantes de la localidad corr¨ªan los visillos, el bar entornaba la puerta como si solo se tratara de impedir la entrada a una corriente de aire. Al poco, el hombre del hacha desaparec¨ªa en la oscuridad de las calles que daban a las afueras. Era como una borrasca predecible.
Me llev¨¦ una gran sorpresa cuando me dijeron que el hombre del hacha era mi amigo, el padre de las tres guapas hermanas. Un hombre tan pac¨ªfico y tan comprensivo.
¡ª?Nunca le denunciaron?¡ª pregunt¨¦.
¡ªNo, nunca. No le ten¨ªan miedo, era respeto¡ª sentenci¨® con un suspiro.
Manuel Guti¨¦rrez Arag¨®n es cineasta y escritor. Su ¨²ltima novela es Gloria m¨ªa (2012).
Babelia
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