En la colina m¨¢gica de Wagner
Viaje a Bayreuth, santuario del m¨²sico alem¨¢n, en el bicentenario de su nacimiento Un pol¨¦mico montaje del ciclo del Nibelungo enciende los ¨¢nimos del festival
En Bayreuth, ciudad b¨¢vara en la que Wagner propici¨® la construcci¨®n de un teatro de ¨®pera a la medida de sus enormes inquietudes art¨ªsticas, se respira estos d¨ªas una extra?a sensaci¨®n de calma. No ha habido ninguna manifestaci¨®n callejera de protesta en la apertura del festival, ni siquiera al pie de la verde colina. Los tres edificios m¨¢s emblem¨¢ticos de la ciudad se encuentran en proceso de restauraci¨®n: el bell¨ªsimo teatro barroco de los Margrave; la casa Wahnfried, en cuya parte posterior se encuentra la tumba de Wagner, y hasta parcialmente la mism¨ªsima fachada de la Festspielhaus, donde tienen lugar las representaciones.
Como contraste se ha montado en los alrededores del teatro una instalaci¨®n colorista de medio millar de figuras de Wagner de un metro aproximado de altura, compartiendo espacio en la colina con una exposici¨®n, Los jud¨ªos y el festival, de 1876 a 1945. Los wagneritos,como ya se les conoce, se pueden comprar a 300 euros en una galer¨ªa de la zona peatonal y son obra del escultor Ottmar H?rl, especializa do en este tipo de montajes. De ¨¦l a¨²n se recuerda la pol¨¦mica suscitada por sus ¡°enanitos del jard¨ªn¡±, colocados en N¨²remberg en 2009, y sobre todo el saludo hitleriano que confiri¨® a sus figuritas.
Un ¡®wagnerito¡¯, una figura de un metro del compositor, cuesta 300 euros
?Aunque para controversias, la vivida en Bayreuth con el estreno de una nueva producci¨®n de El anillo del Nibelungo, ¨®pera de unas 16 horas en un pr¨®logo y tres jornadas. Es la apuesta central del festival. Tambi¨¦n lo fue en 1976, cuando se conmemor¨® el centenario de su estreno completo aqu¨ª. Pierre Boulez y Patrice Ch¨¦reau consiguieron art¨ªsticamente un espect¨¢culo que ha entrado meritoriamente en la categor¨ªa de lo ¡°hist¨®rico¡±. Esta vez el festival ha optado musicalmente por Kirill Petrenko. Era una decisi¨®n de alto riesgo, pues no en vano desde 2006 el maestro de ceremonias en esta ¨®pera monumental ha sido el venerado Christian Thielemann. Para la opci¨®n esc¨¦nica se lleva una d¨¦cada tanteando a carism¨¢ticos directores de cine para esta empresa. Primero fue Lars von Trier, que renunci¨® despu¨¦s de varios a?os de estudio; despu¨¦s, Wim Wenders, que tambi¨¦n acept¨® el reto.
Al final la responsabilidad de los ¨²ltimos Anillos ha sido dejada en manos de dos figuras del teatro de prosa. Con Tankred Dorst, a partir de 2006, pasaron muy pocas cosas; con Frank Castorf, quiz¨¢s demasiadas. Los tiempos de directores m¨¢s familiarizados con la ¨®pera como J¨¹rgen Flimm, Alfred Kirchner o Harry Kupfer, responsables de las Anillosanteriores, han quedado fuera de onda.
Un ensayista tan competente como Enrique Gavil¨¢n ha se?alado en su ¨²ltimo libro sobre Wagner, publicado en Akal, que tanto en la tetralog¨ªa en su totalidad, como en cada escena concreta, ¡°el cruce de la situaci¨®n argumental y la nebulosa musical abre las encrucijadas donde se encuentran mito e historia, sue?o y vigilia, pasado y futuro¡±. Frank Castorf, gur¨² durante muchos a?os de la Volksb¨¹hne en la plaza Rosa Luxemburg de Berl¨ªn, y su equipo dramat¨²rgico, han encontrado un hilo conductor para su planteamiento de El anillo en la explotaci¨®n del petr¨®leo, asociado a una est¨¦tica en cierto modo posindustrial y hasta cotidiana en su sentido m¨¢s evidente que, por s¨ª misma y acto a acto, va configurando una lectura paralela de la historia de poder y amor que Wagner presenta en su obra m¨¢s ambiciosa. Los ecos de George Bernard Shaw en El perfecto wagneriano, de finales del XIX desde una perspectiva anglosajona, saltan de entrada a la vista, especialmente en la reivindicaci¨®n de El anillo como primer manifiesto socialista art¨ªstico. Castorf juega con ese elemento evocador, con ese cruce de pasado y futuro, de mito e historia, de sue?o y vigilia. Pero lo hace, ay, m¨¢s teatral y pict¨®ricamente que en t¨¦rminos de exigencia musical. Eso, y su necesidad de originalidad, le pierden.
La bronca contra el director de escena del ¡®Anillo¡¯ dur¨® 10 minutos de reloj
El Anillo de Castorf se desarrolla en un motel con gasolinera de la m¨ªtica Ruta 66 de Estados Unidos; en una explotaci¨®n industrial de Azerbaiy¨¢n; al pie de un trasunto del monumento del monte Rushmore en el que las im¨¢genes de los presidentes Jefferson, Washington, Lincoln y Roosevelt, se sustituyen por las efigies de Marx, Lenin, Stalin y Mao; en la Alexanderplatz de Berl¨ªn antes de la ca¨ªda del Muro, con botellas de vodka en los escaparates y una reproducci¨®n del reloj del mundo frente a las entradas de las l¨ªneas de metro; en la f¨¢brica qu¨ªmica Plaste und Elaste; y, en fin, en la Bolsa de Nueva York.
No se respeta el orden cronol¨®gico, asumiendo que cada escena, cada situaci¨®n, es un mundo independiente. Hay un teatro pol¨ªtico de fondo, banalizado por un erotismo elemental ¡ªintento de sexo oral entre Wotan y Erda, por ejemplo¡ª y por varias ocurrencias que reflejan la impotencia de fondo, como un p¨¢jaro del bosque, que parec¨ªa reci¨¦n tra¨ªdo de los carnavales tinerfe?os, con el que Sigfrido tiene su iniciaci¨®n sexual, o la presencia de dos cocodrilos fornicando para complementar el maravilloso d¨²o de amor entre Brunilda y Sigfrido tras su primer encuentro. Lejos de aportar pautas de reflexi¨®n, estos ¡°hallazgos¡± no hacen m¨¢s que distraer por su acumulaci¨®n, generando confusi¨®n. En paralelo hay una proyecci¨®n videogr¨¢fica interesante, aunque desigual, y permanece en todo momento una calidad escenogr¨¢fica excepcional gracias al trabajo impecable del serbio Aleksandar Denic.
El momento m¨¢s intenso de la representaci¨®n fue el primer acto de La valquiria, gracias a la soberbia actuaci¨®n de los cantantes Johan Botha y Anja Kampe. El equipo vocal, muy arropado por el p¨²blico, fue discreto, con una Brunilda ¡ªCatherine Foster¡ª sin entidad emocional, y discutibles actuaciones de los personajes de Hagen ¡ªAttila Jun¡ª o Sigfrido ¡ªLance Ryan¡ª. El coro se mantuvo a sus niveles habituales de excelencia, al igual que la orquesta. El gran triunfador fue el director ruso Kirill Petrenko, con un trabajo sereno, lleno de matices, sin perder la tensi¨®n un solo instante, po¨¦tico y anal¨ªtico en estado extremo. Despu¨¦s del verano se hace cargo de la ?pera de Baviera en M¨²nich.
La bronca contra el director de escena dur¨® 10 minutos de reloj. Bien es verdad que ¨¦l provoc¨® al p¨²blico con gestos insinuantes, llev¨¢ndose los dedos ¨ªndices a las sienes o haciendo alusi¨®n al hecho de beber. Como Castorf no se iba, Petrenko tuvo que comparecer en escena para pedir su momento de gloria para la orquesta. Ni aun as¨ª el director se marchaba. Asisti¨®, salvo a El ocaso de los dioses, la canciller Angela Merkel, en su localidad de la fila 13 pagada de su bolsillo, como manifest¨® Katharina Wagner, biznieta del compositor.
Despu¨¦s de las representaciones, qued¨® flotando una inevitable pregunta: ?cu¨¢l es el mejor Anillo en Bayreuth? Me inclino por el de Hans Knappertsbuch en la d¨¦cada de los cincuenta con Wieland Wagner en el apartado esc¨¦nico. Tal vez, el del a?o 1957 con Varnay, Hotter, Vinay, Windgassen y Nilsson, entre otros. Las de los a?os 1956 y 1958 son tambi¨¦n de nivel superlativo.
Antes de terminar, un ep¨ªlogo. Record¨¦ la vieja pel¨ªcula Aqu¨ª hay petr¨®leo, de Rafael J. Salvia, rodada en los a?os cincuenta en Tur¨¦gano (Segovia), con los actores Jos¨¦ Luis Ozores y Manolo Mor¨¢n, en la que unos estadounidenses afirmaban que se pod¨ªa extraer el codiciado oro negro. El petr¨®leo, en efecto, ha sido en las ¨²ltimas d¨¦cadas un s¨ªmbolo de nuestra civilizaci¨®n. El petr¨®leo de buena ley en este Anillo ha sido para Petrenko. El enfoque teatral de Castorf se ha quedado anticuado est¨¦ticamente ¡ªy hasta ¨¦ticamente¡ª para un desaf¨ªo como este. Las voces han dejado detr¨¢s una sensaci¨®n de crisis. Pero Bayreuth es Bayreuth y Wagner es Wagner.
Lo mejor ser¨¢, mientras llegan tiempos mejores, tomarse una buena cerveza y una cena en consonancia. Recomiendo cuatro restaurantes de menos de 20 euros: el italiano Sinnopoli, el griego Plaka y los alemanes Oskar y Wolffenzacher.
Dejad que los ni?os se acerquen al genio
De las actividades complementarias que se est¨¢n desarrollando estos d¨ªas en Bayreuth, me permito llamar la atenci¨®n sobre un par de ellas. La primera es la exposici¨®n sobre Thomas Mann y Richard Wagner, en la planta baja del Nuevo Ayuntamiento, organizada por el Museo Richard Wagner. El escritor lleg¨® a afirmar que "la pasi¨®n por la fascinante obra de Wagner acompa?a mi vida desde que la vislumbr¨¦ por primera vez". Las cartas y testimonios escritos ocupan una parte fundamental del espacio de la muestra, pero tambi¨¦n se contemplan las relaciones entre los dos creadores a trav¨¦s de sus obras: La monta?a m¨¢gica y su vinculaci¨®n con Tannh?user, Doctor Fausto y los lazos que la unen a Parsifal.El juego de asociaciones es verdaderamente estimulante, convirtiendo el recorrido en una experiencia excitante desde el punto de vista de convivencia intelectual y art¨ªstica.
La segunda llamada de atenci¨®n viene de las representaciones de la ¨®pera Trist¨¢n e Isolda dirigidas a un p¨²blico infantil, en uno de los pabellones cercanos a la Festspielhaus. Se ha construido un barco de madera, donde se sit¨²an los espectadores. La versi¨®n dura algo m¨¢s de hora y media, y en ella las concesiones a la gente menuda son m¨ªnimas: Trist¨¢n aparece con ca?a de pescar y captura un pez, Isolda viene en el ¨²ltimo acto en un salvavidas a apoyarle. El resto del montaje es de una enorme sobriedad en funci¨®n de la m¨²sica. Ello no repercute de ninguna manera en la concentraci¨®n de unos ni?os que siguen el espect¨¢culo embelesados. Esta iniciativa de Katharina Wagner es el quinto a?o consecutivo que se celebra. Los programas de mano est¨¢n asimismo adaptados a la mentalidad infantil.
El p¨²blico del futuro se alimenta con iniciativas como esta.
Babelia
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