Trillo se enfada. Y mucho
?Nulo, es todo nulo, como con Naseiro! ?Y si hay que echar a alg¨²n juez de la carrera se le echa!
Es lo malo que tiene lo bueno. Que enseguida te acostumbras. Estaba yo encantado con la cara de Acebes, pero sobre todo con la de Arenas, que ya se sabe que el Campe¨®n ha tenido que salir de muchas emboscadas, y siempre lo ha logrado con esa cara de alegr¨ªa que Dios le ha dado y que ¨¦l sabe explotar como nadie. No s¨¦, quiz¨¢ Colate, o Arturo Fern¨¢ndez, el actor, digo, aunque bueno, no s¨¦, puestos a echarle cara¡ Pero aqu¨ª le not¨¦ tocado, que algo le pas¨® por las sienes plateadas cuando se oy¨® lo de la traici¨®n.
As¨ª que pens¨¦ en repetir el numerito, y enseguida me asaltaron los amigos de la fantasmagor¨ªa, yo tambi¨¦n quiero, yo tambi¨¦n quiero, que es que est¨¢n deseando hacer algo, los pobres, que se aburren como chirlas. Se ofrec¨ªan a todo, a proporcionarme rancheras, tangos¡ Estuve tentado en hacer caso a Antonio Mach¨ªn, tan cari?oso. Y hasta lo ensay¨¦: ¡°Nadie me ama, nadie me quiere, nadie me llama, nadie me es fiel. Triste es mi vida, sin un cari?o. Lloro en silencio, mi desventura¡¡±. No s¨¦, me dije, lo mismo parezco un blando. Mejor Gardel, que es m¨¢s como de navajeo por los abajos. ?l mismo me lo dijo: ¡°Vos, ch¨¦, apret¨¢, apret¨¢¡¡± Y me dio un par de opciones. A escoger y revolver. Me atra¨ªa lo de ¡°qu¨¦ falta de respeto, qu¨¦ atropello a la raz¨®n, cualquiera es un se?or, cualquiera es un ladr¨®n¡±, pero me pareci¨® demasiado evidente. Aunque a m¨ª el que m¨¢s me gustaba era ese de ¡°cuando raj¨¦s los tamangos, buscando ese mango, que te haga morfar¡±, que vaya usted a saber qu¨¦ significa, pero que suena b¨¢rbaro.
Me gan¨® el ¨¢nimo Pavarotti, que iba por la fantasmagor¨ªa a caballo, y menos mal que eran incorp¨®reos ¡ªuno y otro¡ª porque abultaban mogoll¨®n y un d¨ªa casi me estropean el abrigo, que por cierto, aqu¨ª sigo con ¨¦l¡
¡ªTienes que poner en marcha Rigoletto, que te cuadra como un calcet¨ªn, y yo te lo monto con nada, que no es por presumir, que no soy nada presuntuoso, todos lo saben, pero cuando me pongo, me pongo¡
¡ª?No te importar¨ªa ampli¨¢rmelo un poco?, le dije, que ahora mismo no caigo¡
Que ser¨ªa inexacto decir que yo sab¨ªa de ¨®pera como Vela del Campo, la verdad¡
¡ªLa cosa es que llegues a la Escena octava del Acto III.
¡ªYa.
¡ª?No te acuerdas? Pues nada. Andan por all¨ª el propio Rigoletto, su hija Gilda, Monterone, un heraldo¡ Es cuando Rigoletto, el buf¨®n, se entera de que el Duque, el malvado Duque, ha seducido a su angelical hija. Lleno de ira, entona el famoso S¨¬! Vendetta, tremenda vendetta!, que podr¨ªa traducirse por ???S¨ª, venganza, terrible venganza!!!
Y me la cant¨®, que enseguida vino Alfredo Kraus para que yo oyera la traducci¨®n. Era tremenda, s¨ª. Iba a repartir los papeles¡
¡ª¡Ver¨¢s, Luis, hay un peque?o problema, me dijo Kraus, porque Pavarotti dice que antes de que intervengas con lo de la venganza, ¨¦l quiere cantar La donna ¨¨ mobile, que le queda muy bien.
¡ªBueno, pues que la cante, total¡
¡ªNo, ver¨¢s, no lo has entendido, es que deber¨ªa cantarla yo, que me sale mucho mejor¡
Les convenc¨ª para organizar otro d¨ªa una velada oper¨ªstica, en la que intervendr¨ªan los dos con el mismo n¨²mero de canciones¡
¡ª¡ de arias, quieres decir, me corrigieron los dos¡
Y para esa tarde me qued¨¦ con lo m¨ªo.
Mismo despacho de Arenas, al atardecer. Est¨¢ firmando unos papeles y canturrea: ¡°Yo quiero ser mataor¡¡±
Y de pronto, a todo trapo:
¡ª?S¨ª venganza! ?Tremenda venganza
es el ¨²nico deseo de mi alma!¡
La hora de tu castigo,
se acerca implacable,
como un rayo enviado por Dios¡
Y le a?ad¨ª, todo corrido,
¡°¡el fantasma sabr¨¢ castigarte!¡±
El susto que le di fue para no contar, la pluma por un lado, los papeles por otro, un grito muy gracioso¡
El corp¨®reo se tronchaba cuando se lo cont¨¦ esa noche¡
¡ªY lo que nos queda Luis¡
¡ªY t¨² que lo digas, Luis¡
Mientras, a 1.264 kil¨®metros de Madrid, en Londres, Federico Trillo todav¨ªa no se hab¨ªa repuesto del golpe que signific¨® para ¨¦l que estuvi¨¦ramos en la c¨¢rcel. Esa noche acababa de regresar de un cocktail ¡ªse negaba a decir c¨®ctel¡ª en la embajada de Tayikist¨¢n. En realidad hab¨ªa sido una recepci¨®n muy formal, porque era el d¨ªa nacional de aquel pa¨ªs. Todav¨ªa llevaba puesto el uniforme de diplom¨¢tico, que ¨¦l siempre iba como un pincel a esas recepciones oficiales: casaca de pa?o azul, tres liras bordadas; el cuello, de tirilla, con un bordado de canutillo, serreta, palmas y hojas de roble. Las carteras ten¨ªan tres puntas, situadas en la uni¨®n del tronzado de la casaca con el fald¨®n, coincidiendo cada punta con un bot¨®n dorado grande con el escudo constitucional. En las bocamangas, en pa?o rojo, bordado igual al de las carteras... A su lado descansaban el bicornio rematado de plumas blancas, as¨ª como el espad¨ªn, colgando de su tahal¨ª¡
¡°?Con todo lo que yo he hecho para evitarlo!¡±, gritaba. ¡°?En cuanto les dejo solos! ?Nulo, es todo nulo, como con Naseiro! ?Y si hay que echar a alg¨²n juez de la carrera se le echa! ?Si ya le dije yo a Mariano que no me gustaba nada ese Ruz! ?Panda de in¨²tiles, me van a o¨ªr ma?ana!¡¡±
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