Pedro Altares
El a?orado maestro podr¨ªa asombrarse del uso que le da la televisi¨®n a su extraordinario poder¨ªo para propiciar el di¨¢logo
En la Espa?a oficialmente intolerante proliferaron los medios que proclamaban el di¨¢logo como un modo de sortear la vulgaridad del ordeno y mando.
Ahora tendr¨ªa que resucitar Pedro Altares para que vea con qu¨¦ violencia se destruye esa palabra en aras de la libertad de expresi¨®n. Cuando la televisi¨®n espa?ola era una, Altares, que dirig¨ªa Cuadernos para el di¨¢logo, tuvo la santa paciencia de instalarse ante la pantalla para contarle a la gente los programas y su falta de sustancia. Lo que quer¨ªa poner de manifiesto era la vulgaridad con la que se estaba tratando al televidente.
Ahora el a?orado maestro podr¨ªa asombrarse del uso que le da la televisi¨®n a su extraordinario poder¨ªo para propiciar el di¨¢logo, por ejemplo. Si un peri¨®dico es una naci¨®n hablando consigo misma (como dijo Arthur Miller), imag¨ªnense qu¨¦ no ser¨ªa la televisi¨®n en pa¨ªses democr¨¢ticos. En Espa?a estamos abaratando el invento haciendo creer que dialogar es gritarle al otro que no tiene ni idea de lo que se est¨¢ hablando.
En El gran debate de Telecinco, que presenta con paciencia franciscana Jordi Gonz¨¢lez, se dan esas circunstancias, igual que se dan en laSexta noche, que conduce I?aki L¨®pez. Lo interesante es comprobar que quienes hablan son, generalmente, periodistas, seres educados para escuchar. Me fijo en los dos programas y admiro la intenci¨®n de moderar de Jordi y de I?aki. Pero se me va la vista generalmente a esos tertulianos a los que se les hincha la vena. ?Por qu¨¦ han de gritar, si solo se espera de ellos que expongan lo que saben o han averiguado?
El otro d¨ªa llev¨® Jordi a su programa a un sindicalista que ten¨ªa una idea heterodoxa acerca del asunto de Gibraltar. Dos tertulianas arrojaron contra el hombre su sabidur¨ªa gritada. Una de ellas, para ponerlo en su sitio, le espet¨®: ¡°?Que soy abogada!¡±. La otra lo requiri¨® para que se callara si no sab¨ªa las diferencias que hay entre las leyes sobre pensiones que hay en Espa?a y en Gibraltar.
Al hombre no lo escuch¨¦ hablar m¨¢s, pero puedo imaginarme c¨®mo volver¨ªa a su pueblo despu¨¦s de ser vapuleado por no aceptar el canon. Pens¨¦ en el hombre y pens¨¦ en Altares, qu¨¦ har¨ªa hoy oyendo a estos colegas suyos que hablan en la tele.
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