Salir como la marquesa
Vi con cierto asombro que se dirig¨ªa hacia m¨ª directo, con la mano extendida, un ciudadano de rasgos faciales cuadrados
De inmediato sent¨ª verg¨¹enza al caer en la cuenta de la hora elegida. ?Acaso no recordaba que Val¨¦ry renunci¨® a hacer novelas porque ¨¦stas, seg¨²n dijo, le obligaban a escribir l¨ªneas tan banales como ¡°la marquesa sali¨® a las cinco¡±?
?Qu¨¦ hac¨ªa saliendo a la hora burguesa, a las cinco? Habr¨ªa sido mejor que me hubiera quedado en mi escritorio. Me pareci¨® una fatalidad que, pretendiendo pasar por un escritor innovador, hubiera cometido el gran desliz de caer en h¨¢bitos tan convencionales. ?Precisamente yo, que, el d¨ªa anterior en la televisi¨®n, me hab¨ªa esforzado en definirme como escritor de semi-ficciones!
El nombre del nuevo g¨¦nero lo hab¨ªa encontrado en el New Yorker en una cr¨ªtica de James Wood a una novela de Geoff Dyer en la que al parecer ¨¦ste combinaba ficci¨®n con autobihograf¨ªa. Por supuesto, no era Dyer quien hab¨ªa fundado la semi-ficci¨®n. De hecho, eran innumerables los precursores (Bernhard, Sebald, Teju Cole, por poner tres casos evidentes), pero seguramente al famoso Wood no le hab¨ªa apetecido incluir una lista interminable de antecedentes.
Como ansiaba sentir que viajaba por mi barrio, cruc¨¦ una calle muy activa y enfil¨¦ un s¨®rdido callej¨®n que me sirvi¨® de atajo para llegar a una v¨ªa principal. Nada m¨¢s llegar a ¨¦sta, vi con cierto asombro que se dirig¨ªa hacia m¨ª directo, con la mano extendida, un ciudadano de rasgos faciales cuadrados ¡ªun peat¨®n cubista, pens¨¦¡ª, un se?or de diferentes colores de piel en los brazos, feo a morir.
Sent¨ª un ligero gran rechazo al estrecharle la mano a aquel monstruo, pero qu¨¦ remedio, neg¨¢rsela habr¨ªa dificultado las cosas.
¡ªMe alegro de por fin poder saludarlo ¡ªdijo el peat¨®n de rasgos cuadrados¡ª. Y tambi¨¦n de haberle visto ayer por televisi¨®n. Estuvo muy bien y me llen¨® de orgullo. Despu¨¦s de todo, estudiamos juntos en los jesuitas. Me llamo Boluda.
La complicidad con la que me mir¨® me enga?¨® inicialmente, pues hac¨ªa cuarenta a?os que buscaba a un Boluda que hab¨ªa sido mi amigo en los jesuitas de la calle Caspe en el centro de Barcelona. Pero pronto vi que era dif¨ªcil, por no decir imposible, que aquel tipo ¡ªsu configuraci¨®n f¨ªsica lo imped¨ªa¡ª pudiera ser el que buscaba, aunque tal vez fuera su hermano o tal vez su primo.
Boluda empez¨® a nombrarme los curas y profesores m¨¢s carism¨¢ticos del colegio, algo que a m¨ª no pod¨ªa m¨¢s que entusiasmarme, vibraba literalmente cuando ¡ªrara vez me llegaba esa oportunidad¡ª pod¨ªa contrastar con alguien la fuerza real de algunas emociones de otro tiempo.
?No me acordaba del padre Juan Bautista Bertr¨¢n? La pregunta de Boluda me permiti¨® explayarme acerca de mis recuerdos sobre aquel incomprendido profesor que nos le¨ªa en clase poemas italianos. Y cuando, poco despu¨¦s, apareci¨® el nombre del padre Bosch, no tard¨¦ en asociarlo a un cura que acosaba a los ni?os y se suicid¨® una madrugada de niebla arroj¨¢ndose al patio escolar desde el tejado del s¨®rdido edificio¡ Hab¨ªa mucho que comentar sobre aquel turbio asunto, pero Boluda prefiri¨® pasar p¨¢gina enseguida y evocar al padre Casulleras, el m¨¢s humano y el ¨²nico que hab¨ªa tenido una vida de mujeriego antes de entrar en los jesuitas, siempre tan tostado por el sol y tan duro en las clases de gimnasia.
Pues claro que lo recordaba. Me ve¨ªa cada vez m¨¢s animado, pero Boluda no me acompa?aba en la alegr¨ªa y pronto supe la triste causa: el padre Casulleras hab¨ªa tratado siempre de ridiculizarle o afeminarle ante los dem¨¢s diciendo en clase de gimnasia que era un ni?o salido de un cuadro de Murillo.
Eso s¨ª que era extra?o, me dije, porque parec¨ªa imposible que alguna vez hubiera podido tener Boluda los suficientes rasgos finos para que alguien pudiera pensar que parec¨ªa un angelito del pintor Murillo¡
Algo no iba bien ah¨ª y, como si el mal estuviera en la hora elegida para salir de casa, empez¨® a ir peor cuando descubr¨ª que el peat¨®n cubista hab¨ªa ido siempre cinco cursos por debajo del m¨ªo y, por tanto, no le hab¨ªa visto antes en mi vida, pues en el colegio jam¨¢s me fijaba en los estudiantillos de cursos inferiores.
Me indign¨¦, primero en silencio. Si me lo hubiera dicho antes, no habr¨ªa perdido el tiempo con ¨¦l. Me sent¨ªa rabioso y finalmente no pude contenerme ¡ªme ha llegado siempre al alma todo lo que se refiere a mis sagrados recuerdos del colegio¡ª y le reproch¨¦ que hubiera sido lo suficientemente ambiguo como para crearme la falsa impresi¨®n de que hab¨ªamos compartido aula. ?C¨®mo se hab¨ªa atrevido a hacerme perder de aquel modo el tiempo siendo, adem¨¢s, tan feo? ?Tan qu¨¦?, pregunt¨®. Tan pringoso, dije. Imperturbable, quiso saber si cre¨ªa yo tener la exclusividad de las semi-ficciones. Porque le parec¨ªa, dijo, que ¨¦l tambi¨¦n ten¨ªa derecho a introducir falsedades en lo verdadero. ?O era que solo yo all¨ª, el se?orito, ten¨ªa licencia para aquello? Me dej¨® helado, sin palabras. ?Tan mal le hab¨ªa sentado que le llamara feo? A veces a¨²n creo que sigo all¨ª, at¨®nito, boicoteado, lelo, hundido mucho m¨¢s all¨¢ de mis desastrosas cinco de la tarde.
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