Clima de moridero
Original y novedosa, Selva Almada ha seducido a los argentinos con un estilo entre po¨¦tico y realista Su literatura pone los pelos de punta, pero no llega al aguij¨®n del horror
Selva Almada vio el primer muerto adentro de un caj¨®n, en un rancho, cuando ten¨ªa seis a?os. La ni?a nacida en 1973 en Villa Elisa ¡ªun pueblo peque?o, cat¨®lico y conservador de la provincia de Entre R¨ªos¡ª qued¨® tan impresionada que no volvi¨® a someterse a un velorio hasta que muri¨® su abuela Ciomara, hace un par de a?os. Ciomara fue la madre de su madre, una estirpe de mujeres serias y calladas, decididas y llenas del poder con el que cuentan las que se han unido a hombres flacos de decisiones. O ausentes. Selva Almada es una de las escritoras m¨¢s elogiada de su generaci¨®n, revelaci¨®n a poco de cumplir 40 a?os por dos novelas venidas de una potente voz que nace en las huellas de Juan Carlos Onetti y, m¨¢s all¨¢, de William Faulkner y Erskine Caldwell. Entre esa ni?a absorta y aterrada ante el cad¨¢ver de un desconocido, y esta mujer que ahora escribe un nuevo libro sobre hombres que salen de pesca y otro sobre mujeres asesinadas, hay un hilo que explica la fascinaci¨®n de sus lectores: en Almada, el pulso de la literatura es el de un latido que amenaza con apagarse, pero avanza, sin pausa, hasta producir un nudo en el est¨®mago, porque es inminente el abismo, que no cesa, que no llega, pero all¨ª est¨¢ agazapado. La agon¨ªa es en esta escritora el vals que suena para que sigamos la huella de lo vital.
Entre R¨ªos, la provincia, es un vergel mesopot¨¢mico: rodeada por los r¨ªos Paran¨¢ al oeste, y Uruguay, al este, es una zona de campos pr¨®speros en los que se siembra el trigo y ahora, en tiempos de tecnificaci¨®n y monocultivo, la soja. El departamento de Col¨®n ¡ªen el que est¨¢ el pueblo natal¡ª, limita, literalmente, con el Uruguay de Onetti. En su primera novela, El viento que arrasa, Almada recurre a esos paisajes solo para crear un contraste desolador entre el calor inclemente del chaco santafecino, al norte, adonde sit¨²a la escena de sus cuatro personajes y el de sus tierras nativas: un pastor evang¨¦lico ¡ªel reverendo Pearson¡ª, su hija ¡ªLeni¡ª, un mec¨¢nico solitario ¡ªEl Gringo Bauer¡ª y Tapioca, un chico al que ha criado como su hijo. El predicador y la muchacha quedan varados en la ruta, por la que deambulan con una biblia y dos maletas exiguas, de pueblo en pueblo. Tiempo atr¨¢s, Pearson ha abandonado a su mujer en un punto del camino para no verla nunca m¨¢s. Las horas se suceder¨¢n en ese rinc¨®n privado de agua, de gente, de cualquier riqueza, mientras el mec¨¢nico busca c¨®mo hacer funcionar el coche. El clima t¨®rrido, un clima de moridero, es ¡ªlo es en toda su obra¡ª un personaje m¨¢s de la historia: la tormenta que se anuncia con el cambio de la luz por las nubes negras, por la humedad que se huele, interviene en la trama d¨¢ndole un viraje ¨²ltimo a la novela.
Lenguaje de los suburbios
Esfumado tras la enorme figura de otros autores del sur norteamericano como William Faulkner, Carson McCullers o Flannery O'Connor, Erskine Caldwell ¡ªel m¨¢s vendido de todos ellos¡ª no tiene en el resto del mundo la fama de sus contempor¨¢neos. Por eso, cuando Selva Almada lo nombra, es necesario buscar en librer¨ªas de viejo para dar con el libro que cita como una de sus m¨¢s fuertes influencias: El camino del tabaco. As¨ª tambi¨¦n ¡ªen el Parque Centenario de Buenos Aires¡ª es posible encontrar La verdadera tierra, una novela que en los cincuenta fue traducida por Juan Carlos Onetti. La relaci¨®n entre la literatura rioplatense, representada por la sombr¨ªa y potente prosa del Onetti de El astillero, y la del sur gringo, queda en evidencia ante ese dato hist¨®rico. Si el uruguayo que escribi¨® sobre las tragedias de desclasados, situados casi siempre en peque?os pueblos del interior, reconoci¨® la influencia de Faulkner, es tambi¨¦n cierto que lo alcanz¨® el estilo rudo, crudo y profundamente pol¨ªtico de Caldwell. Algo de eso, tamizado por la sensibilidad urbana de un lenguaje que no remeda al de los paisanos sino que se nutre del que se usa en los suburbios de Buenos Aires, es lo que alcanza Almada en sus novelas.
El camino del tabaco lleg¨® de manos del padre de un amigo que fue un gran lector en los cincuenta. En un momento el libro fue un best seller en Estados Unidos: vendi¨® ocho millones de ejemplares. Cuando apareci¨® la novela, como a Faulkner, los lectores de sus terru?os, lo acusaron de traidor: el retrato impiadoso les result¨® un insulto. Cuando Selva Almada public¨® un relato ¨ªntimo en un diario nacional, y comenz¨® por describir con pluma filosa el pueblo de Villa Elisa, donde naci¨®, le llovi¨® el desprecio. Present¨® all¨ª su primer libro de relatos autobiogr¨¢ficos y la respuesta fue contundente: no llegaban a ser diez los asistentes. Almada reconoce la fascinaci¨®n que le produjo Caldwell: "Me flashe¨® la crudeza y la violencia de esa novela. Lo que en Flannery O'Connor estaba por abajo, en Caldwell estaba expuesto".
¡ª?Estuviste peleada con la idea de ser una escritora de provincias?
¡ªCuando comenc¨¦ quer¨ªa desprenderme del ¡°escritor entrerriano¡±, de los que le escrib¨ªan al r¨ªo y al gaucho. Mis primeros cuentos eran urbanos. Me llev¨® mucho tiempo desprenderme del mandato regionalista. Cuando tom¨¦ distancia lo vi absolutamente desde otra perspectiva, y le encontr¨¦ valor a eso que all¨¢ me parec¨ªa berreta.
Mucho antes de publicar El viento que arrasa y de que la novela fuera elegida como la mejor del 2012 por el suplemento cultural del diario Clar¨ªn y ponderada por intelectuales como Beatriz Sarlo, Almada public¨® Ni?os (cuentos) y Una chica de provincia, un relato confesional en el que aparece su familia entrerriana. Ahora, puesta a recordar, se ve correteando por un barrio sin l¨ªmites, en las afueras del pueblo, con un primo que naci¨® solo diez d¨ªas antes que ella y con el que creci¨®. Juntos se escapaban para visitar a los t¨ªos solterones que viv¨ªan en ranchos solitarios, a pocas cuadras. Lolo Bertone, uno de ellos, sol¨ªa trabajar en una f¨¢brica de ladrillos, atizando el fuego para cocinarlos. A la ni?a Selva y a su primo incondicional los fascinaba visitarlo, ver c¨®mo las llamas coc¨ªan esos panes de greda con los que luego se levantar¨ªan las casas de Villa Elisa. Ese car¨¢cter, el de Lolo, es el que hereda el Gringo Bauer, y un poco el de los padres de los protagonistas de su ¨²ltima novela, otro suceso: Ladrilleros, dedicada al hombre recio que fue ese t¨ªo y que muri¨® mientras ella escrib¨ªa. El d¨ªa que el libro ¡ªya impreso¡ª lleg¨® a sus manos, Selva lo abri¨®, ley¨® su propia dedicatoria, y se larg¨® a llorar.
Si El viento que arrasa es la econom¨ªa onettiana del lenguaje y una inminencia que nunca termina de desatarse, Ladrilleros es una novela de desbordes. En El viento¡ el pastor Pearson a?ora el verdor c¨¢lido de su natal Entre R¨ªos mientras intenta reclutar a Tapioca, un jovencito enclenque al que ha criado el Gringo Bauer desde los seis. Tapioca fue dejado con Bauer por su madre, una prostituta n¨®mada que un d¨ªa pas¨® por el lugar y le jur¨® que era su hijo. La tensi¨®n entre los varones de la historia y la presencia femenina de la joven hija del pastor nunca se resuelve: el lector teme que se desate alguna situaci¨®n en la que la chica podr¨ªa ser v¨ªctima. Almada reconoce que la historia original ten¨ªa una trama que iba por ah¨ª: Leni era la protagonista, y la v¨ªctima de un padre abusador. La historia, a medida que escrib¨ªa, le pareci¨® demasiado s¨®rdida y cambi¨® hacia este cuarteto en el que la tensi¨®n se funde en un estilo entre po¨¦tico y realista: pone los pelos de punta, pero no llega al obvio aguij¨®n del horror. Es en Ladrilleros donde la escritora se lanza a un estilo que es menos prolijo, pero tambi¨¦n de una intensidad terrestre: lo real de dos amigos que se enfrentan a cuchillazos en un parque de diversiones y agonizan a lo largo de todo el libro, se mezcla con las alucinaciones que tienen desde su lecho de muerte. Mientras se desangran se acuerdan de sus padres, dos machos correntinos ¡ªel norte vuelve a ser el sitio elegido¡ª que supieron ser enemigos hasta que uno muere y el otro se borra del mapa y¨¦ndose a trabajar como cosechador a otra provincia.
Selva Almada naci¨® en un pueblo en el que la tierra del barrio se confunde con el campo. En esa casa a medio construir en la que vivi¨® con sus padres hasta que huy¨® hacia Paran¨¢, la ciudad m¨¢s cercana para estudiar literatura, ley¨® en largas siestas, sus primeros libros. Las historias de Julio Verne le llegaron de manos de su abuelo paterno, Antonio Carroz, hijo de suizos venidos a mediados de siglo desde el cant¨®n Valais. Carroz, pe¨®n de campo, era tambi¨¦n un gran lector. Se cas¨® con Ciomara, pero muri¨® joven. A su muerte, Ciomara migr¨® a Buenos Aires, para emplearse como mucama en la casa de una famosa soprano. Regres¨® al pueblo ya grande. La madre de Selva, hija de la pareja, hered¨® una voluntad de hierro para abrirse camino. Almada siempre vivi¨® de changas. La madre fue el sost¨¦n familiar haciendo trabajos de costura para sus vecinos. As¨ª se coste¨® los estudios como enfermera, y luego, los de maestra de escuela. Selva ley¨® ¡ªun cl¨¢sico de la ni?ez argentina del interior¡ª a Verne, Salgari, Alcott. Y sigui¨® con la biblioteca popular de Villa Elisa: ¡°Ah¨ª encontr¨¦ lo que quer¨ªa. La literatura me salv¨® la vida¡±.
El colegio secundario fue un suplicio. Selva era la hermana menor de un var¨®n tan popular como un cantante de moda. Extrovertido, simp¨¢tico, el mayor de los Almada generaba expectativas en esa adolescente que lo preced¨ªa, para molestia de ella, una chica t¨ªmida, de car¨¢cter seco, hosco. Todos la comparaban con ¨¦l. Ella hubiera preferido pasar desapercibida. Por eso sigui¨® refugiada en la lectura. Cuando lleg¨® el momento de estudiar se mud¨® a Paran¨¢. Quer¨ªa ser periodista. Dur¨® dos a?os en Comunicaci¨®n, y entendi¨® que le importaba m¨¢s la literatura. Se anot¨® en el profesorado. Y fue como soltarse de un tronco al que hab¨ªa sido atada por la moral pueblerina.
En la facultad, al borde del r¨ªo Paran¨¢ ¡ªel m¨¢s ancho despu¨¦s del caudaloso R¨ªo de la Plata¡ª conoci¨® a escritores y poetas. Era de las pocas estudiantes que viv¨ªa sola, su familia hab¨ªa quedado en el pueblo. En su casa se reun¨ªan a leer lo que escrib¨ªan. Entre ellos se daban consignas para imaginar historias y foguearse. As¨ª se inventaron una revista, en 1997, que llamaron Caelum Blue, por un poema de Lupercio: ¡°Porque ese cielo azul que todos vemos, ni es cielo, ni es azul: ?l¨¢stima grande que no sea verdad tanta belleza!¡±. Era un colectivo de artistas y organizaban fiestas para presentar cada n¨²mero: algunos sol¨ªan desnudarse para las performances, y de pronto Paran¨¢ tuvo su escena alternativa. Almada se fue dando cuenta que no estudiaba para ser profesora: lo de ella era escribir. En 1999, antes de que terminara el siglo, con el mismo novio que tiene al lado desde los 20, partieron a Buenos Aires.
Pajarito Tamai y Marciano Miranda, los protagonistas de Ladrilleros, son hijos de los ch¨²caros Tamai y Miranda, que viven a pocas cuadras y se odian. Las escenas del enfrentamiento entre los padres, las de la amistad infantil de los hijos, y las de la trama que se cierne hacia un final anunciado, pero del que se ignoran las razones, son de una masculinidad exacerbada: una condici¨®n hombruna y campesina que se vuelve universal en su frescura y en su traza corpulenta. Almada lo consigue con un lenguaje provinciano ¡°desbordado¡± y con un conocimiento profundo de las l¨®gicas de los varones, sin matices de correcci¨®n pol¨ªtica. A salvo de la moral de clase media, Almada se mete con la lucha por el poder f¨¢lico, pero tambi¨¦n con el amor de los varones. Ahora, por ejemplo, escribe una novela de hombres que se han ido a pescar. ¡°Los hombres, ?de qu¨¦ hablan? ?C¨®mo se aman dos varones en ese ambiente? ?Qu¨¦ hace un pibe que de golpe se enamora de un pibe?¡±.
?De d¨®nde viene ese desapego que la hace una autora original, l¨²cida, y novedosa, aun cuando transita aguas navegadas antes por cl¨¢sicos como Onetti, Juan Jos¨¦ Saer o los escritores del sur de los Estados Unidos? En Almada, se descubre despu¨¦s de leerla sin respiro y de conocerla, est¨¢ el Onetti de El Astillero y de Juntacad¨¢veres, pero tambi¨¦n, y rioplatense, el Faulkner de Mientras agonizo y Santuario. Seg¨²n ella misma confiesa, todav¨ªa m¨¢s, el Caldwell ¡ªcontempor¨¢neo de los otros¡ª de El camino del tabaco, una novela en la que el dolor del sometimiento surge de una familia llena de miseria y vileza. ¡°Lo que en Flannery O¡¯Connor estaba por abajo, en Caldwell estaba expuesto¡±. Almada aprecia el desapego que produce buena literatura, desde la experiencia y sin rodeos. Ella misma se pone en el ojo de la tormenta cuando se la interroga sin ambages.
¡ª?Por qu¨¦ en estas dos novelas que te han vuelto conocida casi siempre los personajes son hijos?
¡ªComo te dec¨ªa, no voy a tener hijos. No voy a ser madre. Siempre voy a ser hija.
Esa es la Selva Almada que los argentinos leen por estos d¨ªas. Es la misma chica que puede contar en el mismo tono que la violencia del campo no la sorprende, que no tiene una mirada moral sobre la violencia. Acaso el recuerdo de las siestas en Villa Elisa lo haga comprensible. Junto a su primo del alma ¡ªque fue su primer amigo, su primer novio, su primer todo¡ª sol¨ªan visitar al solter¨®n Lolo Bertone en su rancho de las afueras. Ten¨ªa hamacas, el paseo era un respiro. A Lolo sol¨ªa visitarlo la Chona, una prostituta que lo serv¨ªa de vez en cuando. ¡°La Chona iba con sus hijos¡±, cuenta. ¡°Nosotros jug¨¢bamos con los nenes de la Chona y ellos se encerraban en el rancho. Ella entre los chicos ten¨ªa una hija que empez¨® a crecer, una nena que se desarroll¨® muy pronto. Entonces empez¨® a entrar al rancho. La madre se quedaba afuera, esperando. Era un horror, pero al mismo tiempo era algo que viv¨ªamos sin sorpresa. Segu¨ªamos jugando¡±.
Selva Almada escribe ahora sobre hombres que pescan, y sobre mujeres asesinadas. La leeremos.
Los libros El viento que arrasa y Ladrilleros est¨¢n editados por Mardulce.?
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