Aire de Alberti en El Puerto
El poeta dej¨® El Puerto de Santa Mar¨ªa, pero en Madrid y en el exilio rememor¨® el sitio como su arboleda perdida
Al anochecer, en este clima que respir¨® Rafael Alberti en El Puerto de Santa Mar¨ªa, Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald dice, hablando del aire y de la manzanilla de Sanl¨²car:
¡ªEs como si te bebieras el aire que viene de Do?ana.
El aire de Alberti viene de ah¨ª, y de la bah¨ªa de C¨¢diz, y su cuna, y su arena y su luz es El Puerto de Santa Mar¨ªa. Dice Eduardo Mendicutti, que naci¨® en Sanl¨²car y vivi¨® los primeros a?os de su vida respirando aqu¨ª:
¡ªLe pas¨® a Alberti, nos pasa a todos. La bah¨ªa es el aire, la luz. El Puerto es una mezcla muy sensorial.
Lees La arboleda perdida y hallas la respiraci¨®n de Alberti. Dice Mendicutti que este pueblo ha cambiado. Pero el aire no se lo han podido cambiar. El aire de Alberti. Huele el sol. ¡°Te ataca los sentidos. No lo controlas. Influye sobre el olfato y por tanto sobre la memoria¡±.
Estanislao Merello, que ahora tiene 91 a?os y est¨¢ entre los parientes que han sobrevivido a Alberti, vive en el v¨¦rtice de la bah¨ªa. Se asoma (con el olfato de su memoria) a esos olores; queda poco de lo que ¨¦l vio, pero queda esta inmensa bah¨ªa. El Puerto es como un barco: desde este promontorio que hay en Vistahermosa ves lo que ve¨ªa Alberti. San Fernando, C¨¢diz. La bah¨ªa de sus poemas.
Me llev¨® por los lugares por donde el ni?o y el adolescente que fue el poeta paseaba cuando hac¨ªa rabonas y se fugaba de la disciplina feroz de los jesuitas. Ya no est¨¢n las dunas cuya arena se met¨ªa entre sus ropas. Las playas ya no son el desierto que curtieron de mar su Marinero en tierra, pero el aire es de Alberti, lo respiras desde que llegas.
Ese espacio es mental, aunque existan el colegio y aunque est¨¦ el mar intacto como paisaje de su memoria, El Puerto es un lugar que ahora se lee en La arboleda perdida como una invenci¨®n de Alberti, dicen Luis Garc¨ªa Montero y Caballero Bonald. Dice Caballero:
¡ªLo vi en Colombia cuando ¨¦l estaba en el exilio, en 1960. Me dijo, nada m¨¢s o¨ªrme: ¡°?Me has tra¨ªdo El Puerto de golpe!¡±.
Estaba pendiente de ese sonido; por eso escribi¨® aquel libro, para no olvidarse, y para eso regres¨®, tras la muerte de Franco, y luego se instal¨® aqu¨ª, en sus ¨²ltimos a?os, con su segunda esposa, la profesora y escritora Mar¨ªa Asunci¨®n Mateo. Ahora todos los recuerdos de Alberti (la ni?ez en El Puerto, la vida en Madrid, la guerra, el exilio, la vida con Mar¨ªa Teresa Le¨®n, la bruma de su desolaci¨®n) est¨¢n en la Fundaci¨®n Rafael Alberti, en la casa donde ¨¦l pas¨® su infancia, en la calle de Santo Domingo.
La arboleda era, dice Caballero, ¡°un pinar de pinos prietos, un bosquecillo¡±, pero para Alberti era el para¨ªso que quiso recuperar describi¨¦ndolo. Estanislao nos llev¨® por los senderos perdidos de la arboleda. Tambi¨¦n nos llev¨® al patio aireado de los jesuitas que tanto hicieron sufrir al poeta ¡°con su disciplina militar¡±. Est¨¢n tambi¨¦n todos esos lugares que ya solo existen en la memoria escrita, pero nadie ha podido tocar la mar. La se?ala su primo Merello: ¡°La bah¨ªa es el sue?o de Alberti¡±. Se huele, se ve, tan tranquilo este paisaje que huele. ¡°?Excepto si viene el Levante!¡±, dice Carmen, una de las hijas de Merello. ¡°El Levante enloquece; a lo mejor es ese viento el que a veces pon¨ªa melanc¨®lico a Alberti¡±.
Era un chico d¨ªscolo, hac¨ªa cosas raras con las manos, era un poeta; luego, dice Merello, fue sabiendo que aquel muchacho que discut¨ªa con su hermano mayor, Jos¨¦ Ignacio, era un escritor, que todo lo que hac¨ªa y que le parec¨ªa raro era lo que hab¨ªa detr¨¢s de Marinero en tierra. ¡°Y cuando ya tuve hijos me aprend¨ª esos versos¡±. Ahora ¨¦l mira la bah¨ªa y las playas y el bosquecillo que ya solo est¨¢ en la memoria como si escuchara recitar a Alberti.
Para Rafael, dice Garc¨ªa Montero, ¡°El Puerto de Santa Mar¨ªa fue una construcci¨®n literaria¡±. Merced a ella sigui¨® respirando en el exilio; El Puerto era, dice el secretario de la fundaci¨®n Alberti, Enrique P¨¦rez Castillo, que nos llev¨® por toda la memorabilia (¡°est¨¢ abierta y est¨¢ todo¡±, nos recalc¨® Enrique), ¡°la nostalgia del para¨ªso perdido de su infancia¡±. De all¨ª lo arranc¨® el padre, en medio de vicisitudes econ¨®micas que ¨¦l cuenta en La arboleda perdida; en Marinero en tierra, su poema de amor a la bah¨ªa, le reprocha al padre por qu¨¦ lo arranc¨® del aire del Puerto. ¡°Esa es¡±, para Montero, ¡°la met¨¢fora de la libertad del mar, el relato de su inocencia, la simiente de su propia biograf¨ªa¡±.
Con Benjam¨ªn Prado que, como Garc¨ªa Montero, habita en verano por estos aires, volvi¨® a El Puerto en 1979. ¡°?l estaba recuperando sus lugares de la infancia, y le gustaban tanto estos pueblos mar¨ªtimos como los pueblos blancos¡±. ¡°Recorr¨ª el mundo¡±, le dijo Alberti ante la bah¨ªa, ¡°pero C¨¢diz es otra cosa¡±. Ten¨ªa memoria de pintor. Era playero de tarde. ¡°Mira¡±, dec¨ªa, ¡°c¨®mo la luz se queda en la arena¡±.
Para Rafael, ¡°el Puerto fue una construcci¨®n literaria¡±. Merced a ella sigui¨® respirando fuera de Espa?a
Antes de ir a El Puerto de Santa Mar¨ªa a encontrarme con esa luz que buscaba Alberti ara?ando en la memoria que hay en su arboleda perdida, fui a hablar en Madrid con dos sobrinos suyos, que son matrimonio de primos: Luis Docavo Alberti y Mar¨ªa Alberti Aznar, hijos de Mar¨ªa y de Vicente, dos hermanos de Rafael. Conservan correspondencia, dibujos, memorias del t¨ªo Cuco. Un d¨ªa fue a verlos, ya en Espa?a de nuevo, y de la casa familiar se fue con una virgen de El Puerto, que es la Virgen de los Milagros. Ah¨ª est¨¢n, en los manuscritos que vinieron del exilio romano, sobre todo, los dibujos caprichosos, los peces en que convert¨ªa las tachaduras en las cartas donde relataba su m¨¢s personal arboleda, la del exilio. ¡°A?oraba el mar por encima de todas las cosas¡±. Cuando cumpli¨® 70 a?os lo fueron a ver a Roma. Luis es hijo del hermano mayor, Vicente, al que Alberti protegi¨® en la guerra. ¡°Vicente, te tienes que ir, van a bombardear Madrid¡±. Y all¨ª estuvo, escondido Vicente en la casa de Rafael y Mar¨ªa Teresa, en el mismo sitio donde se preparaban los m¨ªtines del Frente Popular.
El Puerto es la memoria de ¡°unas casas preciosas, de jardines grandes y frondosos, no hab¨ªa gente ni hab¨ªa coches; el mar era la orilla de los ba?adores decentes, del cochecito de caballos, de la playa de La Puntilla, de las dunas preciosas, de los pinos...¡±. Era, dice Mar¨ªa Alberti Aznar, ¡°una especie de sue?o, que era el que a?oraba el t¨ªo Cuco cuando nos vio en Roma¡±.
Volvi¨®, pase¨® por la bah¨ªa sus camisas alegres. Mar¨ªa Asunci¨®n Mateo dijo en una entrevista: ¡°Muri¨® casi sin darse cuenta, como se merec¨ªa: en su casa, muy cerca del mar, en nuestra cama, junto a m¨ª y a los 97 a?os¡±. La arboleda ya se hab¨ªa perdido; ¨¦l regres¨® a respirar la infancia, a morir, como ¨¦l quer¨ªa, en paz, ante la bah¨ªa de la que nunca se fue el aire de Alberti.
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