Superh¨¦roes de barrio

Cuando se estren¨® la primera entrega de Kick-ass, su efervescente esp¨ªritu se asentaba sobre tres cimientos: la sensaci¨®n de cadencia de vi?eta que generaba la pantalla gracias a puesta en escena, montaje y dise?o gr¨¢fico; el esp¨ªritu c¨®mico proveniente del reciclaje de situaciones cl¨¢sicas de los superh¨¦roes, expuestas en versi¨®n cafre, y la consiguiente desmitificaci¨®n de algunas de sus hermanas mayores, las superproducciones de enmascarados, a las que se le ve¨ªan las costuras y la grandilocuencia por culpa de su san¨ªsima co?a. En la segunda entrega, Kick-ass 2: con un par,han desaparecido parte de esas tres gran virtudes, y aun as¨ª sigue siendo eficaz en su engranaje general.

Por desgracia, la desternillante presentaci¨®n de personajes de la primera de la serie, que duraba m¨¢s de media hora, ha dejado paso en esta a la acci¨®n casi desde el inicio. Algo obvio en materia estructural que, sin embargo, provoca que d¨¦ la impresi¨®n de que esta segunda se toma demasiado en serio a s¨ª misma, sobre todo en ese instante en el que la cr¨ªa suelta: ¡°Esto no es una novela gr¨¢fica, es la vida real, y va a haber muertos de verdad¡±. Y aunque Jeff Wadlow, el nuevo director, demuestre poder¨ªo en la acci¨®n y pulso para enmarcar el conjunto en una bonita reflexi¨®n sobre el hero¨ªsmo ciudadano, se echa de menos a Matthew Vaughn, que no solo demostr¨® con aquella su gamberra fortaleza sino que adem¨¢s supo expandirla a su siguiente pel¨ªcula, X-Men: primera generaci¨®n, sin caer en la tentaci¨®n de la hipertrofia.