Los h¨¦roes de Miura
Cuando hay en el ruedo una corrida de Miura grande, dura, correosa y complicada como la de en Nimes, la admiraci¨®n se acrecienta
H¨¦roe es todo aquel que se viste de torero, pero, amigo, cuando hay en el ruedo una corrida de Miura grande, dura, correosa y tan complicada como la que sali¨® en Nimes, la admiraci¨®n se acrecienta. Y, si adem¨¢s de h¨¦roes, hay toreros de verdad, la emoci¨®n alcanza cotas insuperables.
Eso es lo que ha ocurrido en la plaza francesa. Hab¨ªa toros dificultosos y toreros grandes de oro y plata. Grandes Roble?o y Casta?o, que superaron con nota alta el complicado examen de la miurada; grande el picador Tito Sandoval, que volvi¨® a dar una magistral lecci¨®n de torer¨ªa a caballo a la hora de picar al sexto, al que convenci¨® para que acudiera de lejos al caballo, aunque no hiciera pelea de bravo; y grandes los banderilleros David Adalid y Fernando S¨¢nchez, que protagonizaron otro espect¨¢culo con los garapullos que pudo acabar en tragedia porque le perdieron el respeto al sexto toro, interpretaron un papel que no les correspond¨ªa, y cuando se atropella la raz¨®n lo menos que puede ocurrir es lo que ocurri¨®: que Adalid acab¨® en la enfermer¨ªa con una cornada en la pantorrilla derecha y el cuerpo magullado despu¨¦s de dos cogidas espeluznantes.
Miura / Roble?o y Casta?o, mano a mano
Toros de Miura, bien presentados, blandos, sosos y muy deslucidos.
Fernando Roble?o: gran estocada (ovaci¨®n); media -aviso- y un descabello (silencio); pinchazo -aviso- estocada y un descabello (oreja).
Javier Casta?o: dos pinchazos, media tendida -aviso- (ovaci¨®n); pinchazo -aviso- y estocada (petici¨®n y vuelta); media tendida y tres descabellos (ovaci¨®n).
Plaza de Nimes. 15 de septiembre. ?ltima corrida de feria. Tres cuartos de entrada.
Con el visto bueno de su jefe de filas, Javier Casta?o, esta pareja de extraordinarios toreros ha alcanzado tal nivel de perfecci¨®n en el segundo tercio que corren el peligro de que se embriaguen y el ¨¦xito se vuelva contra ellos. Se lucieron ambos en el cuarto, se hicieron los quites respectivos a cuerpo limpio y, entre ambos, pararon al toro en la raya del tercio con recortes variados. El p¨²blico lo agradeci¨®, pero ya entonces su actuaci¨®n pareci¨® fuera de lugar.
El drama lleg¨® en el sexto. Coloc¨® un buen primer par Adalid; le sigui¨® S¨¢nchez, quien jug¨® con el toro de manera temeraria cerca de las tablas. A continuaci¨®n, su compa?ero cit¨® en ese mismo terreno para colocar un par al quiebro. El toraco se arranc¨® como un tren, no obedeci¨® al torero, lo arroll¨® con toda su fuerza en el pecho y, una vez en la barrera, le clav¨® el pit¨®n en la pantorrilla derecha. Armado de amor propio, Adalid se empe?¨® en salir para colocar el par, a pesar de la tajante negativa de sus compa?eros. Pero sali¨®, -la sangre le brotaba ya pierna abajo-, cit¨® con el toro mal colocado, que le cort¨® el viaje, lo volte¨® de mala manera y en el suelo lo pisote¨® y lo dej¨® inerte en la arena.
Honor, gloria y respeto para este gran torero; pero la cabeza debe estar para algo m¨¢s que para sostener la montera. Ayer perdi¨® la raz¨®n y a punto estuvo de perder la cabeza. Y eso son palabras mayores. Y un apunte m¨¢s: ni a ¨¦l ni a su compa?ero les corresponde el excesivo protagonismo que asumieron, aunque cuenten con el permiso del matador.
Por cierto, lo de matar se est¨¢ convirtiendo en un verdadero problema para Casta?o. Le sobra casta, valor y pundonor, pero cuando se perfila para la suerte suprema su convierte en un pinchauvas. Pele¨® con gallard¨ªa contra el viento, que molest¨® toda la tarde, y contra sus toros, muy deslucido el primero, soso y con sentido el otro y descastado el sexto.
M¨¢s lucida fue la actuaci¨®n de un brav¨ªsimo Roble?o, quien sorte¨® con enorme dignidad torera los ga?afones que le lanzaba al cuello el quinto de la tarde, el mas dif¨ªcil de los seis. Fue la suya una lidia de verdad, una lucha de poder a poder, -la ant¨ªtesis del toreo moderno-, pero plena de emoci¨®n porque se erigi¨® en vencedor inapelable. Mejor condici¨®n tuvo su segundo, que era un inv¨¢lido, y que, al igual que el primero, -al que mat¨® de una gran estocada- se derrumb¨® varias veces para desesperaci¨®n de todos. Fue Roble?o el triunfador de la corrida por derecho propio.
Por la ma?ana, con tres cuartos de entrada, se lidiaron toros de Zalduendo, que no ofrecieron buen juego. Enrique Ponce dio una vuelta al ruedo y fue ovacionado en el cuarto; Sebasti¨¢n Castella, ovaci¨®n en su primero y cort¨® las dos orejas del quinto, y Miguel ?ngel Perera consigui¨® una oreja del tercero y vio silenciada su labor en el sexto.
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