Todo lo veo negro
Arnaldur Indridason, uno de los m¨¢s interesantes autores de novela negra, premio RBA
Ya s¨¦ que no tiene por qu¨¦ importarles un pimiento, pero en el momento en que escribo estas l¨ªneas los alrededores de mi ojo derecho est¨¢n cambiando del color negro ala de cuervo a un c¨¢rdeno met¨¢lico que har¨ªa las delicias del artista ciberpunk H. R. Giger, dise?ador de la criatura de Alien. En resumen: tengo lo que se llama un ojo morado. Me gustar¨ªa que las razones del traumatismo fueran m¨¢s heroicas (el arriesgado rescate de una editora de un edificio inteligente en llamas, por ejemplo), pero lo cierto es que me lo produje al estamparme violentamente contra las m¨¢s que peligrosas puertas transparentes de la flamante sede del grupo RBA, situado en ese limbo posindustrial que los barceloneses conocen como districte 22@ y que ocupa una buena parte del antiguo barrio de Poblenou, conocido en otros tiempos como el ¡°Manchester catal¨¢n¡±. Como cada a?o, el grupo de Ricardo Rodrigo inauguraba la temporada libresca con la fiesta de presentaci¨®n de su premio de Novela Negra, que suele coincidir o con la Diada o con su atm¨®sfera previa. Solo que el escenario hab¨ªa cambiado: de los jardines del hotel Juan Carlos I a la espectacular terraza de la sede corporativa, sin duda un sustancial ahorro que ha redundado en la mayor calidad y abundancia de la cena-c¨®ctel, algo muy de agradecer en esta ¨¦poca de recortes gastroeditoriales. Por lo dem¨¢s, el se?or Rodrigo, muy bien relacionado con la ¨¦lite pol¨ªtica y empresarial del nacionalismo (la Generalitat le concedi¨® en 2006 el Premi Creu de Sant Jordi), consigui¨® reunir en su casa corporativa un abundante plantel de vocaci¨®n m¨¢s o menos estelada: desde Mas, Pujol (Oriol), Tr¨ªas (Xavier), Mascarell o Vilajoana, a Navarro, Herrera o Rib¨®, pasando por Carlos God¨® o Miquel Valls. En fin, casi lo m¨¢s de lo m¨¢s de la naci¨®n en ciernes. Hab¨ªa tambi¨¦n muchos editores (no todos nacionalistas), pero pocos escritores, como si los responsables del casting no hubieran ca¨ªdo en la cuenta de que los autores son la piedra angular del negoci, es decir, sus proletarios (aunque algunos ganen lo suyo). Uno de esos editores, buen amigo y gran amante de los debates, le estrech¨® en mi presencia, y casi sin darse cuenta, la mano al honorable President y me pareci¨® percibir que le quedaba entre los dedos algo de luminoso polvo dorado, como el que desprend¨ªa Campanilla sobre las cabezas de Wendy y los ni?os Darling para ayudarles a volar hasta el Pa¨ªs de Nunca Jam¨¢s. La fiesta, por otro lado, se hizo a oscuras y, como se sabe, de noche todos los gatos son pardos. Quiero decir que, bien por ahorro o bien por est¨¦tica (corporativa), la iluminaci¨®n era escasa, lo que propiciaba encuentros no del todo deseados, notables despistes y llamativas desubicaciones: entre el trauma de mi ojo (que la m¨¦dica de guardia trat¨® con hielo) y la espesa penumbra reinante llegu¨¦ a confundir la m¨¢s bien f¨¢lica torre Agbar de Jean Nouvel con un monstruoso reclamo de los laboratorios Vilardell, especialistas, como se sabe, en supositorios de glicerina. Y hasta aqu¨ª la cr¨®nica social. En cuanto al premio, tengo que reconocer que, pactado o no, este a?o ha sido uno de los mejorcitos, al menos sobre el papel (a¨²n no he podido leerlo). Arnaldur Indridason (Reikiavik, 1961) me parece uno de los m¨¢s interesantes autores europeos de thrillers de los ¨²ltimos a?os y sus libros, escritos en una lengua que hablan poco m¨¢s de 300.000 personas, ya est¨¢n traducidos a una veintena (entre ellas, a tres de las cuatro oficiales espa?olas): recuerdo con especial placer sus novelas La mujer de verde e Invierno ¨¢rtico, dos de las publicadas por RBA que tienen como protagonista al (tambi¨¦n) l¨²gubre detective Erlendur; ya se trate de violencia de g¨¦nero o de odio racial, en ambas se demuestra la originalidad del autor para encajar una profunda cr¨ªtica social en los moldes y convenciones de la novela negra. La novela premiada se titula, por cierto, El pasaje de las sombras, lo que, ahora que caigo, podr¨ªa explicar como gui?o mercadot¨¦cnico la oscuridad en la que se llev¨® a cabo la presentaci¨®n. De modo que ya ven: apaga y v¨¢monos. Y ojo con las puertas.
Adi¨®s
A Carlos Blanco Aguinaga (Ir¨²n, 1926-La Jolla, California, 2013), que fue maestro en tantas cosas para tantos, es preciso (re)leerlo sin prejuicios. Sobre todo para situarlo en el lugar que se merece. En diciembre de 1978, mientras los espa?oles ratificaban la primera (por ahora) Constituci¨®n democr¨¢tica desde la Guerra Civil, Castalia publicaba los dos primeros vol¨²menes de la Historia social de la literatura espa?ola, de la que era autor junto con Julio Rodr¨ªguez Pu¨¦rtolas e Iris Zavala. En el pr¨®logo no ocultaban ni su metodolog¨ªa ni su prop¨®sito de estudiar la literatura en relaci¨®n con su historicidad y desde expl¨ªcitos planteamientos ideol¨®gicos. El manual fue un peque?o ¨¦xito de ventas, sobre todo teniendo en cuenta la limitada recepci¨®n que en este pa¨ªs suelen tener los estudios literarios, pero la mayor parte de la cr¨ªtica lo recibi¨® de u?as. En el suplemento Arte y pensamiento de este mismo peri¨®dico (el antecesor de Babelia), Rafael Conte lo salud¨® con el art¨ªculo ¡°Una historia estalinista de la literatura espa?ola¡± y Jim¨¦nez Losantos con el titulado ¡°Nov¨ªsima inquisici¨®n de la literatura espa?ola¡±. El primero matiz¨® sus opiniones veinte a?os m¨¢s tarde en sus memorias Pasado imperfecto (Espasa, 1998), afirmando que aquel libro era ¡°discutible, pero estimulante y hasta siempre necesario¡±; el segundo ¡ªa quien Blanco tild¨® en su autobiograf¨ªa de ¡°fascistilla¡±¡ª, todav¨ªa anda por ah¨ª, ejerciendo a gritos el oficio del que acusaba al tr¨ªo autoral. Blanco, que nunca ocult¨® su filiaci¨®n marxista, entend¨ªa la literatura como entidad al mismo tiempo ¡°aut¨®noma y determinada¡±, y se acercaba a los textos a la vez como ¡°realidad en s¨ª¡± y como reflejo del momento hist¨®rico al que pertenec¨ªan. Algunas de sus obras, como El Unamuno contemplativo (1959, El Colegio de M¨¦xico), Juventud del 98 (1970, Siglo XXI), De mit¨®logos y novelistas (Turner, 1975), as¨ª como los ensayos recogidos en la estupenda recopilaci¨®n De Restauraci¨®n a Restauraci¨®n (Renacimiento, 2007), y sus ediciones de Gald¨®s o Emilio Prados forman parte del canon de la cr¨ªtica de la literatura espa?ola de los dos ¨²ltimos siglos. Pero Blanco Aguinaga fue, ante todo, un profesor excepcional y carism¨¢tico que un¨ªa a su ecum¨¦nico conocimiento de la gran literatura de los siglos XIX y XX unas dotes de comunicador nada frecuentes en el ¨¢mbito universitario, lo que ciment¨® su reputaci¨®n entre sus alumnos. A partir de 1979 comenz¨® a publicar con admirable pasi¨®n y continuidad su propia narrativa, de la que quiero destacar su libro de relatos Carretera de Cuernavaca, que Luis Su?¨¦n y yo publicamos en Alfaguara en 1990. Su autobiograf¨ªa, compuesta por los vol¨²menes Por el mundo (2007, Alberdania) y De mal asiento (2010, Caballo de Troya), es un buen ejemplo del modo en que Blanco Aguinaga supo entender su papel como individuo en la historia que le toc¨® vivir y en la que el exilio y su posterior arraigo en M¨¦xico y Estados Unidos desempe?an un papel fundamental. A uno y otro lado del Atl¨¢ntico centenares de amigos y disc¨ªpulos han llorado estos d¨ªas la muerte de un inolvidable maestro.
Babelia
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