Un reaccionario entra?able
La habilidad literaria de Mutis descansaba en su apasionada vocaci¨®n de heterodoxia
Hace apenas dos meses cruc¨¦ mis ¨²ltimas palabras con ?lvaro Mutis. Fue telef¨®nicamente y sonaron desde el principio a despedida. Un viaje a M¨¦xico me llev¨® a quererlo ver como otras veces, pero esta vez me pidi¨® que no me acercara a su casa. Estaba muy cansado despu¨¦s de un accidente dom¨¦stico del que no acababa de recuperarse. Carme, su mujer, ya me hab¨ªa advertido de que todo iba lento. Demasiado lento. Cuando escuch¨¦ su voz comprend¨ª que no habr¨ªa probablemente m¨¢s oportunidades de disfrutar de su conversaci¨®n de criollo virreinal. Aquel hilo de voz no pod¨ªa esconder que la edad pesaba sobre los hombros de Mutis con las alas de la eternidad. Se le notaba apagado, sin ganas de desplegar aquel aliento infatigable con el que disfrutaba bromeando con sus oyentes. ¡°Seguro, nos veremos pronto¡±, me dijo con ese saber estar colombiano que pon¨ªa en cuanto hac¨ªa y dec¨ªa. Y entonces, mientras la luz del atardecer del D. F. se adue?aba de las cosas con un colorido estremecedor, los dos supimos que no habr¨ªa otra vez. Y as¨ª fue.
Hoy, al evocar su figura solo puedo decir que ?lvaro Mutis fue un seductor de la palabra. Uno de esos caballeros del pasado, que todav¨ªa cre¨ªan posible los milagros de la belleza intemporal que es capaz de plasmar la literatura cuando se afronta con vocaci¨®n de trascendencia. Su voz como poeta y su talento como novelista le valieron premios ac¨¢ y all¨¢ de nuestro Atl¨¢ntico hispano. Unos y otros certificaron lo que se palpaba con la experiencia m¨¢gica de leerlo: que era grande, muy grande. De hecho, sus novelas son una reflexi¨®n sobre la inevitabilidad de la decadencia. De c¨®mo abordarla con la elegancia de la ¨¦pica aventurera, tambi¨¦n en el coraz¨®n de los tr¨®picos. Precisamente, una de las cosas que m¨¢s le agradecer¨¦ como lector es haberme devuelto la dicha de asomarme a ella gracias a ese personaje que bautiz¨® como Maqroll el gaviero. Y no solo porque resuenen a su paso las pisadas literarias de Conrad, Melville, Stevenson, Mac Orlan o Mohrt, sino porque en su alma late el aliento de ese Mediterr¨¢neo milenario en el que se entrecruza la sabidur¨ªa de quienes miran la l¨ªnea del horizonte sin la ansiedad de rendir cuentas al presente.
Reaccionario entra?able para el que el mundo dej¨® de tener inter¨¦s tras la ca¨ªda de Constantinopla o la degollina de Luis XVI y Mar¨ªa Antonieta, su habilidad literaria descansaba en su apasionada vocaci¨®n de heterodoxia compulsiva. Una heterodoxia provocadora que nunca dejaba de sonre¨ªr ante el espect¨¢culo de las ideolog¨ªas y de lo pol¨ªticamente correcto, criaturas a sus ojos de una Modernidad suicida que no le interesaba lo m¨¢s m¨ªnimo. Quiz¨¢ porque era de otra estirpe. La de aquellos que, como su amigo Nicol¨¢s S¨¢nchez D¨¢vila, no dudaban en afirmar que: ¡°El progreso es el azote que nos escogi¨® Dios¡±. Lo dicho: un fascinante provocador. Lo echaremos de menos.
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