El sue?o del paso a la India
En una carta fechada el 20 de enero de 1513 Vasco N¨²?ez de Balboa da cuenta al rey de Espa?a de grandes secretos: el principal es el oro
En una carta fechada el 20 de enero de 1513 Vasco N¨²?ez de Balboa da cuenta al rey de Espa?a de ¡°las cosas y los grandes secretos que en esta tierra hay, de que Dios os ha hecho due?o, y a m¨ª me las ha dejado descubrir primero que a otro ninguno¡±. Al se?or, entonces, de toda aquella tierra le conf¨ªa Balboa los secretos que ¨¦l ha sabido desentra?ar ¡°con buena industria y muchos trabajos¡±. Los secretos son dos: uno, que por fin, en el oeste del Dari¨¦n, ha encontrado una tierra donde hay oro en abundancia, de la cual ha hecho ya la separaci¨®n del quinto real; dos, que los caciques le han contado que m¨¢s all¨¢ de sus provincias, a solo tres jornadas de marcha hacia el sur, hay otro mar en cuyas costas e islas el oro es m¨¢s abundante a¨²n. All¨¢, ¡°en la otra mar¡±, los r¨ªos fluyen cargados de grandes pepitas de oro, en los cauces de los arroyos secos el oro se coge sin siquiera cavar, abierto como est¨¢ a quien quiera tomarlo; el oro, por otra parte, es tanto que se lo guarda en tarimas hechas de ramas, porque guardarlo en cestas ser¨ªa imposible, y los nativos lo tienen en tan poco que los cambian con los extranjeros por algod¨®n. Para llegar hasta all¨ª, y apoderarse de esas riquezas fabulosas todo lo que Balboa necesita es un refuerzo de quinientos hombres de la isla Espa?ola, cuyo env¨ªo ruega al rey.
La carta va y viene sin mayor orden entre protestas de fidelidad, descripciones de sus padecimientos al marchar entre las ci¨¦nagas y los r¨ªos caudalosos, la seguridad de que lo que le han contado es cierto, la exaltaci¨®n de su conducta justa en el reparto de los bienes habidos y de su habilidad para sonsacar a los ind¨ªgenas; como en una pel¨ªcula porno, cuyo escaso argumento es desarticulado cada dos por tres por ¡°la cosa en s¨ª¡±, el discurso cada tanto se deshilacha como tal y retorna obsesivamente a la palabra ¡°oro¡±, el oro del que est¨¢n hechas las vasijas del otro mar, las piezas de oro que los caciques del otro mar guardan en sus casas en abundancia tal ¡°que nos hacen estar a todos fuera de sentido¡±. Solo tiene una disposici¨®n m¨¢s o menos estrat¨¦gica en la carta la rogativa final, de que los hombres que se le env¨ªen no sean bachilleres en Leyes ¡°porque ning¨²n bachiller pasa ac¨¢ que no sean diablo y tienen vida de diablos, y no solamente ellos son malos m¨¢s a¨²n hacen y tienen forma por donde haya mil pleitos y maldades¡±.
Raz¨®n ten¨ªa el m¨ªnimo hidalgo Vasco N¨²?ez para pedir esto ¨²ltimo: ¨¦l mismo hab¨ªa puesto preso y enviado a la fuerza de regreso a Espa?a a un bachiller designado por el Rey, y perder¨ªa unos a?os despu¨¦s la cabeza ejecutado por otro. Entre medio, y sin esperar la ayuda pedida, se lanz¨® a la conquista de aquellas otras costas del aquel otro mar rebosante de oro, y gan¨® para s¨ª el t¨ªtulo de haber sido el primero en divisar el Pac¨ªfico. Stefan Zweig ha relatado en una deliciosa miniatura la historia de aquella aventura, de aquella fuga hacia adelante, hacia la riqueza, que deb¨ªa redimir a Balboa de las acusaciones de rebeli¨®n que pesaban sobre ¨¦l. Deb¨ªa redimirlo, pero no lo redimi¨®: a la postre el descubrimiento ni lo hizo rico ni le salv¨® la vida; ir¨®nicamente, esa misma carta del 20 de enero, llegada al Rey casi un a?o m¨¢s tarde, despu¨¦s del descubrimiento del Pac¨ªfico, dio origen a la expedici¨®n de Pedrarias que hab¨ªa de prender y decapitar a Balboa. El oro, el quinto real que acompa?aba a la carta, se perdi¨® en alg¨²n lado, igual que un ind¨ªgena que Balboa enviaba con el oro para que explicara, lenguaraz mediante, cu¨¢nto m¨¢s hab¨ªa en los territorios reci¨¦n conquistados.
Si los motivos y la aventura de Vasco N¨²?ez han sido magistralmente tratados por Zweig, reescribiendo las cr¨®nicas de Pedro M¨¢rtir y de L¨®pez de G¨®mara, algunas otras partes de la historia a¨²n dejan espacio para algunas preguntas. ?Por qu¨¦ llam¨® Balboa ¡°Mar del Sur¡± al que hab¨ªa descubierto? La raz¨®n m¨¢s obvia ¡ªporque cruz¨® el istmo que hoy llamamos de Panam¨¢ de norte a sur para llegar al Pac¨ªfico¡ª podr¨ªa no ser la ¨²nica. Hay que recordar que a su muerte Col¨®n todav¨ªa cre¨ªa haber descubierto el camino a la China por el oeste. Por muchos a?os Am¨¦rica sigui¨® siendo, salvo para unos pocos estudiosos, un continente fantasma, una estribaci¨®n del Asia o una barrera un tanto inc¨®moda para llegar a las Islas de las Especies. En su primer viaje, acompa?ando a Alonso de Ojeda, Vespucio navega miles de kil¨®metros al sur, hasta la Patagonia, buscando el m¨ªtico Cabo de Cotigara que Ptolomeo describiera a partir de los relatos de Marco Polo; o sea, el punto que al sur de la China daba paso al estrecho que llevaba a la India. Solo m¨¢s tarde logra calcular, sin instrumentos pero con asombrosa exactitud, el di¨¢metro del Ecuador terrestre con menos de 80 kil¨®metros de error; era el mismo c¨¢lculo que hab¨ªan hecho los griegos dos mil a?os antes, y el que manejaban los ge¨®grafos de los Reyes Cat¨®licos que tanto desconfiaron, con raz¨®n, de que Col¨®n pudiera llegar a las Indias en uno o dos meses de navegaci¨®n. Un c¨¢lculo as¨ª destru¨ªa la idea de que Am¨¦rica era el Cipango o el Catay de Marco Polo, forzando a pensar en un nuevo continente.
Sin embargo, lo que Espa?a quer¨ªa era hacer por el Oeste lo que los portugueses hab¨ªan logrado por el Este, obtener un paso mar¨ªtimo a las Indias, y este deseo era lo bastante imperioso como para dominar la realidad: las tierras descubiertas ten¨ªan que ser el Asia o estar cerca de ella, o, m¨¢s precisamente, ser la India, o estar muy cerca ella. El deseo o, si ustedes quieren, el sue?o, se sobrepone a los c¨¢lculos de los ge¨®grafos y, de paso, modela el lenguaje: durante siglos la Corona promulga Leyes de Indias, convoca a su Consejo de Indias y a¨²n hoy nos hacemos un l¨ªo para distinguir los indios de la India de los indios americanos. Es inevitable pensar que la idea del paso austral de la China a la India pesara sobre el nombre de Mar del Sur que Balboa impuso al Oc¨¦ano descubierto. En este nombre, Am¨¦rica sigue siendo una suerte de fantasma, de delgado paso entre los mares, aunque a la postre, al cabo de unas d¨¦cadas, el mismo hecho del descubrimiento del Pac¨ªfico terminara por configurar a ese fantasma en un ser real.
La alucinante historia de la violencia y las penurias sufridas e infligidas por Balboa, marchando entre los manglares y las monta?as, lanzando su p¨®lvora y sus perros sobre los ind¨ªgenas, ¡°tomando posesi¨®n del mar¡± metido en ¨¦l hasta la cintura en una escena que oscila entre lo rid¨ªculo y lo sublime, muriendo al fin decapitado, toda aquella pesadilla invita a la reflexi¨®n sobre el oro, el oro ¡°que nos hace estar a todos fuera de sentido¡±*. M¨¢s all¨¢ de los motivos de Balboa y de los desesperados que lo acompa?aban, m¨¢s all¨¢ de la competencia de poder de los reinos de Espa?a y Portugal, el oro aparece cargado de un plus: es otra vez, como el paso del sur, un sue?o, el sue?o espa?ol de prolongar su Edad Media en los siglos por venir. Si el descubrimiento de Am¨¦rica que Col¨®n inicia y Balboa sin saberlo completa abri¨® paso a la Edad Moderna, no lo hizo de un modo uniforme: para Espa?a, que ven¨ªa de terminar la guerra al moro, signific¨® la posibilidad de seguir siendo unos siglos m¨¢s una naci¨®n guerrera, una naci¨®n en la que el comercio y la industria eran incompatibles con la nobleza, a¨²n con esa pobre nobleza que era la hidalgu¨ªa. La Espa?a que el oro americano prolonga fluyendo desde Am¨¦rica hasta la Europa protocapitalista es la Espa?a del Quijote, una naci¨®n envuelta en una enso?aci¨®n arcaizante. Las expresiones de ese sue?o van desde la noble locura del hidalgo hasta la Disneylandia pseudomedieval de C¨¢ceres, una ciudad donde los indianos se construyen palacios de muros espesos como fortalezas militares, ya no para defenderse de nadie sino para darse el gusto.
Un gusto caro: hab¨ªa de pagarlo, a la larga, la propia Espa?a, entrando a la modernidad tard¨ªa y desacompasadamente*.
En una versi¨®n especular, pero curiosamente coincidente con este quedar ¡°fuera de sentido¡± el pr¨ªncipe Panquiaco habla de la ¡°ceguera y locura¡± que el oro genera en la mente de los espa?oles. Cuando estos, tras recibir unos 1250 kilos de oro de regalo de su padre el rey, empiezan a re?ir por el reparto. Panquiaco se da un pu?etazo en el pecho, derriba la balanza en que estaban pesando el oro y da uno de los m¨¢s hermosos discursos que tengamos en la historia de Indias: ¡°Si yo supiera, cristianos, que sobre mi oro hab¨ªades de re?ir, no vos lo diera, ca soy amigo de toda paz y concordia. Marav¨ªllome de vuestra ceguera y locura, que deshac¨¦is las joyas bien labradas por hacer de ellas palillos, y que siendo tan amigos ri?¨¢is por cosa vil y poca. M¨¢s os valiera estar en vuestra tierra, que tan lejos de aqu¨ª est¨¢, si hay tan sabia y pulida gente como afirm¨¢is, que no venir a re?ir en la ajena, donde vivimos contentos los groseros y b¨¢rbaros hombres que llam¨¢is. Mas empero, si tanta gana de oro ten¨¦is, que desasosegu¨¦is y aun mat¨¦is los que lo tienen, yo os mostrar¨¦ una tierra donde os hart¨¦is de ello¡±. Este es el punto de la historia, tal como la narra L¨®pez de G¨®mara, en que Balboa recibe la noticia de ¡°otro mar¡± donde viven gentes riqu¨ªsimas en oro. Es sugestivo que la noticia haya surgido as¨ª, del ataque de ira de Panquiaco, que quiz¨¢s a esa altura solo quer¨ªa enviarlos m¨¢s all¨¢ de su propia tierra. Por otra parte, habr¨¢ que esperar unas cuantas d¨¦cadas hasta que las mejores cabezas de Europa, como Montaigne, introduzcan la discusi¨®n acerca de qu¨¦ es pulimiento y civilizaci¨®n y que es ser b¨¢rbaro y grosero (cfr. Jean Starobinski, Remedio en el mal, Madrid, La Balsa de la Medusa, 2000).
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