Car¨¢cter y destino
Las series de televisi¨®n se han apoderado de la imaginaci¨®n narrativa de casi todos nosotros
Parece indudable que las series de televisi¨®n se han apoderado de la imaginaci¨®n narrativa de casi todos nosotros. Las hay sumamente sofisticadas y contundentemente sencillas, directas como un derechazo en la barbilla y enredadas en inextricables meandros como el jard¨ªn borgiano de los senderos que se bifurcan: intrigan, denuncian, estimulan la libido, hacen re¨ªr, parodian o retratan¡ Cada cual se define por sus preferidas ¡ªdime qu¨¦ serie te gusta y te dir¨¦ qui¨¦n eres¡ª hasta el punto de que no me extra?ar¨ªa que pronto fuera obligatorio confesarse al respecto en los perfiles curriculares. Algunas aprovechan eficazmente un presupuesto modesto con actores eficaces aunque sin especial relieve, mientras otras movilizan ingentes recursos, legiones de guionistas e int¨¦rpretes carism¨¢ticos que alcanzan mayor renombre que otros de la gran pantalla. En cualquier caso, todas confirman y ampl¨ªan el criterio de Chesterton de que la literatura (a?ado: y la est¨¦tica cinematogr¨¢fica) es un lujo, pero la ficci¨®n es una necesidad.
A los protagonistas de las series tambi¨¦n se les puede aplicar la divisi¨®n cl¨¢sica entre h¨¦roes de car¨¢cter y h¨¦roes de destino. La recuerdo sucintamente: los h¨¦roes de car¨¢cter viven peripecias destinadas una y otra vez a confirmar o demostrar su personalidad inmutable (don Quijote, Mr. Pickwick, Sherlock Holmes, Charlot¡); los h¨¦roes de destino despliegan su ejecutoria a lo largo de una evoluci¨®n que les lleva desde lo que fueron como semilla original hasta alcanzar su estatura definitiva, feliz o desastrada (Madame Bovary, Raskolnikov, Lord Jim, Meursault, el sastrecillo valiente¡). Desde luego, estas categor¨ªas nunca son absolutamente puras y la tendencia general es que, si duran lo suficiente, todo car¨¢cter acabe desembocando finalmente en un destino: don Quijote lo encuentra en la playa de Barcelona y termina siendo Alonso Quijano, el feraz en recursos Ulises llegando a ?taca y su batalla final, incluso el caracter¨ªstico Hercules Poirot remata su trayectoria como asesino en Tel¨®n. Sin embargo, aunque imperfecta en ocasiones o dudosa, esta divisi¨®n basta como clasificaci¨®n elemental. Queremos frecuentar caracteres y conocer destinos: queremos ficci¨®n.
Las primeras series de televisi¨®n que en Espa?a conquistaron el aprecio popular fueron protagonizadas por caracter¨ªsticos inolvidables (para nosotros los de entonces, que ya no somos los mismos): Bonanza, Perry Mason y despu¨¦s Ironside, El Santo, El teniente Colombo¡ Esos episodios paralizaban en sus noches correspondientes el pa¨ªs (recuerden que entonces no pod¨ªan grabarse, o los ve¨ªas o te los perd¨ªas para siempre) y acaparaban en la ma?ana siguiente las charlas de colegio y peluquer¨ªa. Quiz¨¢ el primer protagonista que mezcl¨® car¨¢cter y destino ¡ªmejor, que convirti¨® su car¨¢cter en destino¡ª fue David Kimble, el fugitivo. Tambi¨¦n el no menos atribulado David Vincent en su lucha contra los invasores del espacio¡ En tiempos recientes, las series basadas en caracteres, como Los Soprano o House, alternan con otras en que prevalece el destino, como El ala oeste de la Casa Blanca ¡ªque en mi aprecio sigue inmarcesible¡ª o la decepcionante Perdidos.
La combinaci¨®n de caracteres complejos y bien trazados con un destino de peripecias cada vez m¨¢s emocionantes alcanza hoy su ¨¢pice en Homeland, cuyo poder de convocatoria de espectadores y apasionados debates iguala casi al de aquellas viejas series del canal ¨²nico. Para mi gusto, un logro comparable aunque condensado en menos entregas es The bridge. Desde su comienzo en el Puente de las Am¨¦ricas entre Ciudad Ju¨¢rez (M¨¦xico) y El Paso (Estados Unidos), reminiscente del inicio de Sed de mal, la intriga fronteriza de asesinatos sexuales, corrupci¨®n policial, inmigrantes acosados, etc¨¦tera, mantiene sin decaer su inter¨¦s, aunque podr¨ªa haber sido una m¨¢s de muchas buenas. Pero la hacen excepcional la eficaz realizaci¨®n, los notables secundarios (el veterano Ted Levine, la inquietante Annabeth Gish), y sobre todo la pareja protagonista, estrictamente inolvidable: el polic¨ªa mexicano apasionado que busca la rectitud personal y profesional en un mundo torcido, insuperablemente interpretado por Demi¨¢n Bichir, y la detective yanqui sagaz en su trabajo y autista en todo lo dem¨¢s, memorable creaci¨®n de Diane Kruger. No se pierdan esta joya televisiva de una era en que abunda m¨¢s la purpurina snob que el oro de ley.
Babelia
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