Un artista del embuste
Rafa Castej¨®n y Fernando Sansegundo descuellan en 'La verdad sospechosa' Helena Pimenta dirige el cl¨¢sico de Ruiz de Alarc¨®n con la Compa?¨ªa Nacional de Teatro Cl¨¢sico
Singular y dura fue la vida de Juan Ruiz de Alarc¨®n, al que pusieron sa?udamente a caldo sus m¨¢s altos contempor¨¢neos, con Lope, Quevedo y Tirso a la cabeza: medio hombre entre par¨¦ntesis, poeta entre dos platos, pi?a de cirio pascual y hormilla para bonetes fueron algunas de las lindezas que le dedicaron. Se le subieron a la chepa por intruso y por for¨¢neo (mexicano, por m¨¢s se?as), por bien visto en la corte (estren¨® seis comedias en palacio) y, en definitiva, por su talento, cosa siempre amenazadora, incluso para los que m¨¢s tienen. Ruiz de Alarc¨®n no buscaba moverles la silla sino ganar un dinero para ir tirando, como prueba el hecho de que dej¨® de escribir en cuanto obtuvo el cargo de relator del Consejo de Indias. En el inter¨ªn, cocin¨® con gran esmero (por no decir que invent¨®) la comedia moral de caracteres, para ilustrar el nuevo c¨®digo nobiliario del conde duque de Olivares, harto de la relajaci¨®n de costumbres del reinado de Felipe III. Quiz¨¢s por no ser espa?ol ten¨ªa para Ruiz de Alarc¨®n m¨¢s importancia la conducta que la sangre y le quedaban un tanto a trasmano los dramas de honor y las humoradas feroces: fue un moralista sensato cuyos h¨¦roes, no exentos de turbulencias pasionales, ¡°eran menos h¨¦roes, y sus bufones menos bufones¡±, como se?al¨® Juan Ubi?a.
Obtuvo con el plagio ajeno una victoria p¨®stuma: no es moco de pavo que te copien Corneille (Le Menteur, 1644) y Goldoni (Il Bugiardo, 1750). Hay una vena profundamente francesa en su teatro: yo le escucho y no pienso en Corneille sino en Moli¨¨re, que le admir¨® profundamente, y me pregunto si Marivaux conocer¨ªa su trabajo, porque est¨¢n muy cerca. Siguiendo el curso de ese r¨ªo, siempre he pensado que Rohmer pod¨ªa haber hecho una adaptaci¨®n estupenda de La verdad sospechosa. Parece que su teatro fue olvidado en Espa?a hasta mediados del diecinueve, cuando le rescata Juan Eugenio Hartzenbusch, que reedita sus obras completas (a las que califica de ¡°tratado de filosof¨ªa pr¨¢ctica¡±), y le dedica un ensayo introductorio y su discurso de ingreso en la Academia. Tambi¨¦n creo que Morat¨ªn es una especie de tataranieto espiritual de Ruiz de Alarc¨®n.
El teatro de Ruiz de Alarc¨®n fue olvidado en Espa?a hasta mediados del diecinueve, cuando le rescata Hartzenbusch
Si La verdad sospechosa no es una obra maestra, se le acerca mucho, aunque no se repone con la frecuencia debida. Han pasado m¨¢s de veinte a?os de aquel memorable montaje de Pilar Mir¨®, con Carlos Hip¨®lito, Jos¨¦ Mar¨ªa Pou, Adriana Ozores, Eulalia Ram¨®n y Emilio Guti¨¦rrez Caba, estrenado en la Comedia bajo el pabell¨®n de la CNTC, a la que ha vuelto (ahora en el Pav¨®n, por supuesto) con la firma de Helena Pimenta.
El texto, aqu¨ª en muy fluida versi¨®n de Ignacio Garc¨ªa May, combina de manera deslumbrante la lecci¨®n moral (sin ponerse latoso), la pintura de costumbres y el enredo. La trama es veloc¨ªsima, de muy refinada ejecuci¨®n, y el verso es centelleante y claro, dentro de lo claro que puede ser el verso ¨¢ureo. Su centro es Don Garc¨ªa, un embustero patol¨®gico que ser¨¢ castigado por su defecto, pero contemplado con afecto: todos los que le rodean reprueban sus trapacer¨ªas pero se sienten fascinados por ellas, porque es un verdadero artista de la mentira. Don Garc¨ªa es valiente y ama de verdad, pero no puede evitar enga?ar: a veces lo hace por c¨¢lculo, por necesidad o para darse aires, y en otros muchos casos por el puro placer de construir un relato maravilloso. Rafa Castej¨®n sirve espl¨¦ndidamente al personaje. Respira el verso como si lo inventara, tiene una dicci¨®n di¨¢fana, rebosa verdad y, cosa que ya sab¨ªamos, canta de perlas: su cumbre es el vertiginoso relato de la falsa boda salmantina que el p¨²blico premia, en toda justicia, con un gran aplauso. Es otro regalo la labor viv¨ªsima y brillante de Fernando Sansegundo como Trist¨¢n, otra notable creaci¨®n del dramaturgo, pues, al rev¨¦s que los graciosos de su ¨¦poca, es m¨¢s consejero que buf¨®n y m¨¢s reflexivo que p¨ªcaro. Mencionaba antes a Marivaux y es dif¨ªcil, viendo a ese Trist¨¢n, no pensar en el Trivelin de La fausse suivante, que, como ¨¦l, es un hombre de letras ca¨ªdo y metido a sirviente. Tambi¨¦n me gust¨® mucho la segunda pareja masculina, formada por don Juan de Sosa (David Lorente), el inesperado rival de don Garc¨ªa, y su amigo don F¨¦lix (Pedro Almagro).
La trama de la obra es veloc¨ªsima, de muy refinada ejecuci¨®n, y el verso es centelleante y claro
Jacinta y Lucrecia, motores amorosos de la historia que detonan, por confusi¨®n del protagonista, la enorme escalada de equ¨ªvocos, son Marta Poveda y Nuria Gallardo, bien secundadas por la en¨¦rgica Pepa Pedroche en el papel de la criada Isabel. Al otro lado de la calle, por as¨ª decirlo, est¨¢ muy ajustado el criado Camino de ?scar Zafra. Me convencen siempre la gracia y el encanto de Marta Poveda, y tiene aqu¨ª dos pasajes fenomenales, la escena del balc¨®n y el careo de celos, donde brilla, asimismo, David Lorente. En otras ocasiones, sin embargo, creo que Pimenta la lleva a un registro desaforado, con excesivas carreras verbales. Y creo que se trata de un problema de direcci¨®n porque hay en el montaje, como hab¨ªa a ratos en La vida es sue?o, una ocasional pero molesta tendencia al griter¨ªo, a la aceleraci¨®n confusa y a la estridencia de tono, como es el caso del formidable Joaqu¨ªn Notario, que encarna a Don Beltr¨¢n, paradigma de la nobleza y el buen sentido, y arranca pantalonesco y campanudo, aunque felizmente reemboca el tiro. El breve Letrado de Juan Meseguer (notable Mendoza en la serie Isabel) se queda, en cambio, a un paso de don Hilari¨®n, y solo puede dar su talla en el segundo rol de don Juan de Luna, el padre de Lucrecia, a la que Nuria Gallardo presta su veteran¨ªa para insuflarle anhelo, rabia y un muy preciso tono melanc¨®lico: el mano a mano con Marta Poveda en la iglesia de la Magdalena es otro de los momentos redondos de la comedia, as¨ª como ese final tan shakespeariano, por amargo, que Pimenta borda, a la manera de Cheek by Jowl, haciendo que los protagonistas bailen el trist¨ªsimo vals de Shostak¨®vich. Preciosa, por cierto, la selecci¨®n y adaptaci¨®n musical de Ignacio Garc¨ªa, con el piano en directo de Miguel Huertas y Luis Noain.
Tres pegas: 1. No acabo de entender la ubicaci¨®n decimon¨®nica, muy bien apoyada, eso s¨ª, por el vestuario de Alejandro And¨²jar y Carmen Mancebo; 2. Me parece (en ocasiones) excesivamente tenebrista la iluminaci¨®n del maestro G¨®mez Cornejo, y 3. Por una vez no me convence la escenograf¨ªa de And¨²jar, ese muro en ¨¢ngulo con una ret¨ªcula que me recuerda, y mucho lo lamento, a los baldosines de un urinario.
La verdad sospechosa, de Juan Ruiz de Alarc¨®n. Direcci¨®n: Helena Pimenta. Int¨¦rpretes: Rafa Castej¨®n, Fernando Sansegundo, Marta Poveda. Teatro Pav¨®n. Hasta el 8 de diciembre.
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