Memorias de una esp¨ªa de novela
Ian McEwan parodia en 'Operaci¨®n Dulce' la novela de esp¨ªas, tan brit¨¢nica como el punk
Bravo, Sr. McEwan. Genial lo de travestirse de mujer para recordar su propia juventud en la Inglaterra gris de los setenta que presagiaba el thatcherismo. Cuatrocientas p¨¢ginas de mon¨®logo de una voz femenina no es moco de pavo. Y genial, cr¨¦ame, lo de darnos liebre por gato anunciando una de esp¨ªas en la primera y punzante frase de la novela (¡°Me llamo Serena Frome y hace casi cuarenta a?os me encomendaron una misi¨®n secreta¡¡±), y encontrarnos con una novela pol¨ªtica en toda regla y con un tratado encubierto de pol¨ªtica de la novela con fondo de melodrama cl¨¢sico de la mano de una Greta Garbo homemade que quisiera ser Jane Austen, y gui?os a la novela epistolar inglesa. Qu¨¦ duda cabe de que Graham Greene estar¨ªa orgulloso, pero lo estar¨ªa tambi¨¦n Doris Lessing; el primero por la recreaci¨®n ir¨®nica de los agentes dobles en blanco y negro, la vida entera bajo sospecha y el MI5, y la segunda porque la novela de McEwan, el mon¨®logo de la expiaci¨®n de una esp¨ªa de ficci¨®n que vivi¨® su vida real como una novela de las que le¨ªa con fruici¨®n y quiso siempre escribir, tambi¨¦n puede leerse con un gui?o a El cuaderno dorado.
Operaci¨®n Dulce dialoga y bromea con las convenciones de la construcci¨®n de una novela
El camale¨®nico autor de Amsterdam y de Expiaci¨®n, que disfruta cambiando de g¨¦nero y de escenario en cada nuevo libro, parodia en Operaci¨®n Dulce la novela de esp¨ªas, tan brit¨¢nica como el punk, y sus laber¨ªnticas tramas de secretos inconfesables finalmente confesados, aqu¨ª api?ados alrededor de una operaci¨®n secreta que crea una fundaci¨®n que auspicia escritores noveles de talento para contribuir a la propaganda anticomunista. Serena maneja los hilos de la operaci¨®n como maneja la relaci¨®n con sus amantes, desde el viejo profesor Canning (?me cas¨¦ con un comunista?), el que la enrol¨® en los servicios secretos, al novelista Tom Haley, ?que fantasea con que ella se acueste con Bellow o G¨¹nter Grass! y cuya novela en ciernes, una ¡°distop¨ªa anticapitalista¡± que publicar¨¢ el mismo editor de Gabo y Roth, est¨¢ dentro-de-la-novela para que Mrs. Frome la lea y la comente ante nosotros y el titiritero McEwan disfrute por detr¨¢s ejerciendo de cr¨ªtico de novelas (¡°el pasaje se hac¨ªa especialmente largo en una segunda lectura. No hac¨ªa falta decirnos que el vino era un Borgo?a¡±) y escribiendo dos relatos a un tiempo durante algunas p¨¢ginas (Tom no escribe nada mal en la 203, es el se?or McEwan un ventr¨ªlocuo muy experto), una exhibici¨®n de virtuosismo narrativo que recorre estas memorias de una esp¨ªa de novela, convertido su autor en un novelista alardeando de su oficio y sus artificios, exhibi¨¦ndose en el escenario de su propia (meta)novela y comentando el goloso y bendito enga?o de la ficci¨®n, que McEwan pone aqu¨ª al descubierto, en boca de su protagonista (¡°para recrearte en la p¨¢gina tuve que convertirme en ti y comprenderte (es lo que exigen las novelas)¡±), por una vez y sin que sirva de precedente, para mostrar el andamiaje de la novela que la novela, a su juicio, no debiera mostrar jam¨¢s, de ah¨ª que no le impresionen ¡°esos escritores que se infiltraban en sus p¨¢ginas como parte del elenco, y optaban por recordar al pobre lector que todos sus personajes eran pura invenci¨®n¡±. Operaci¨®n Dulce, que dialoga y bromea con las convenciones de la construcci¨®n de una novela (y del mundillo editorial y sus protocolos) desde el lenguaje y los clich¨¦s de la novela de esp¨ªas, es la brillante excepci¨®n a la regla de su trayectoria narrativa: si tienes buenas historias que contar no necesitas contar c¨®mo las cuentas. Y m¨¢s de uno pensar¨¢ que ni siquiera es una excepci¨®n, sino el merecido capricho de un gran novelista, hablar con complicidad del arte espectral de su propio oficio y de su formaci¨®n como lector, y el modo en que ha sido concebida esta novela legitima que leamos a la sexagenaria Serena escuchando la voz de su sexagenario autor decirnos ¡°fui la primera persona en el mundo que entendi¨® 1984 de Orwell¡±, ¡°cre¨ªa que a los escritores les pagaban por fingir¡±, ¡°nada de mostrar deslealtad al lector aparentando que cruzaban camuflados las fronteras de lo imaginario¡±, o ¡°sufrir la censura no significa que ese autor sea bueno¡±: la verdad de la ficci¨®n por encima de la tramposa mentira que la sustenta, la creatividad genuina por encima siempre de las consignas, ya sean pol¨ªticas o est¨¦ticas, el arte avant toute chose es la ¨²nica proclama que se permite el autor.
El retrato nost¨¢lgico y cr¨ªtico al cincuenta por ciento de la Inglaterra languideciente, machista y conservadora que tambi¨¦n es Operaci¨®n Dulce resulta impecable, aunque adolece de un exceso de celo profesional en el empleo de la documentaci¨®n, en ocasiones superflua (y sabe Dios que no debe de resultarle f¨¢cil al escritor acumular datos para despu¨¦s no usarlos), y queda atenuado por la fuerza del juego literario de esta brillante novela de esp¨ªritu ya oto?al pero sentido sumamente l¨²dico que, m¨¢s all¨¢ de la novelesca historia de su atribulada hero¨ªna, de su educaci¨®n sentimental y de la reconstrucci¨®n de una ¨¦poca de Guerra Fr¨ªa blanda marcadamente ideol¨®gica, quiere ser una porfiada vindicaci¨®n de la novela y de sus bals¨¢micas virtudes, que iluminan con la imaginaci¨®n las sombras de la verdad.
Operaci¨®n Dulce. Ian McEwan. Traducci¨®n de Jaime Zulaika. Anagrama. Barcelona, 2013. 396 p¨¢ginas. 19,99 euros (electr¨®nico: 14,99)
Babelia
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