Los retratos psicol¨®gicos de Oskar Kokoschka desembarcan en Rotterdam
El museo Boymans van Beuningen confronta modelos humanos y animales del expresionista
Oskar Kokoschka (1886-1980), el pintor vien¨¦s sin¨®nimo del expresionismo, era poco dado a los halagos. Sus modelos posaban para ¨¦l encantados, pero sol¨ªan rechazar el cuadro una vez terminado. Se encontraban feos, en una mala postura y demasiado envejecidos. No es que les tuviera man¨ªa o experimentara en cuerpo ajeno. Para ¨¦l, lo esencial era captar la personalidad del cliente, y no le importaba que la obra pudiera desagradar. Le ocurri¨® al principio de su carrera, antes de la I Guerra Mundial, cuando el arquitecto austriaco Adolf Loos convenci¨® a un grupo de amigos de que fueran ¡°las v¨ªctimas¡± de su protegido. El mecenas acab¨® qued¨¢ndose buena parte de los setenta lienzos devueltos. En 1970 pas¨® lo mismo con Carletto Ponti, hijo de la actriz italiana Sof¨ªa Loren: no quisieron la tela. Ambos episodios est¨¢n representados en la antol¨®gica dedicada al artista en Rotterdam, que confronta rostros humanos y de animales con el reclamo de dos de sus telas maestras, ¡°Doble retrato de Hans Mardersteig y Carl Georg Heise¡± (1919) y ¡°Mandril¡± (1926), y el estreno mundial de dos dibujos y un ¨®leo.
¡°La verdad es que Sof¨ªa Loren ya sab¨ªa qui¨¦n era Kokoschka cuando le pidi¨® el cuadro. No pod¨ªa sorprenderse del resultado¡±, dice sonriente Beatrice von Bormann, conservadora de la muestra, frente al lienzo de un ni?o sentado que parece mimetizarse con el fondo. ¡°Kokoschka quer¨ªa pintar el aura de la persona. Buscaba los destellos ¨ªntimos, inconscientes, que solo afloran al moverse o hablar. Por eso el retrato del escritor Karl Kraus tiene varios dedos en las manos. Las mov¨ªa mientras posaba¡±. El expresionismo surgi¨® en Alemania a principios del siglo XX y perme¨® tambi¨¦n la literatura, el teatro, la danza, la m¨²sica o la fotograf¨ªa. Como esta ¨²ltima ya devolv¨ªa una realidad perfecta, los pintores expresionistas optaron la subjetividad. Por rastrear sentimientos con el pincel en lugar de captar impresiones. El nombre dado al movimiento, una de las vanguardias del arte, se deriva asimismo de la amargura de los a?os previos a la Gran Guerra (1914-1919).
Kokoschka fue voluntario a la contienda con el Ej¨¦rcito austriaco y result¨® herido de gravedad. Sin embargo, su deseo de renovar el lenguaje art¨ªstico en busca de la realidad m¨¢s descarnada no deriv¨® solo de la experiencia b¨¦lica. Fue acompa?ado de un tormento emotivo interior. Se enamor¨® de Alma Mahler, viuda de Gustav Mahler, el compositor, y mantuvieron un apasionado romance entre 1912 y 1914. Alma era un esp¨ªritu libre. Kokoschka, un amante posesivo y celoso. ¡°Le cost¨® mucho olvidarla. En los cuadros que pint¨® entonces puede verse el paso de la promesa de felicidad, como el autorretrato juntos, de 1912-13, al dolor de la ruptura, cuando se pinta en solitario¡±, sigue la conservadora. Ambas obras cuelgan en una de las tres enormes salas dedicadas por el Boymans a la muestra. Dentro, los lienzos rebosan colorido sobre un fondo azul suave. Fuera, Rotterdam ofrece un urbanismo rompedor, con los canales incrustados en avenidas geom¨¦tricas.
Despu¨¦s de la guerra, Kokoschka se afinc¨® en Dresde (Alemania) y frecuent¨® a sus politizados colegas expresionistas. Para 1937, los nazis le tildaron de ¡°pintor degenerado¡± y destruyeron parte de sus obras. Tras una estancia en Praga, donde conoci¨® a su futura esposa, Olda Palkovska, huy¨® al Reino Unido. All¨ª sigui¨® pintando y denunciando la pasividad del Gobierno brit¨¢nico ante la amenaza de Hitler. Tambi¨¦n favoreci¨® causas como la protecci¨®n de los ni?os v¨ªctimas del bombardeo de Guernica, recordados en un cartel. ¡°La explosi¨®n de color de su obra anterior se aplica a unas composiciones que sacuden las conciencias de todos, pol¨ªticos y ciudadanos¡±, seg¨²n Beatrice von Bormann. La muestra hace honor a su propuesta y presenta dibujos de animales ejecutados con l¨¢pices de colores. Una preciosidad en su sencillez. Suena a t¨®pico, pero el ¡°Mandril¡±, imponente, parece vigilar desde una esquina, aunque no resta fuerza a un peque?o autorretrato, y otro dibujo de una ni?a, alineados en una vitrina y exhibidos por primera vez. Kokoschka, que era bastante guapo, mira fijamente en el primero. La ni?a est¨¢ ajena al artista. El modelo perfecto.
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