El Camelot de Kennedy sin conspiraciones
El documental ¡®Matar a Kennedy¡¯ ofrece una sobria y realista visi¨®n del asesinato de JFK. National Geographic lo emite este domingo y Cuatro el pr¨®ximo s¨¢bado
Camelot es el nombre con el que se conoce a la Casa Blanca de la ¨¦poca de JFK, por la mezcla que destilaba de poder, magia y juventud, por la sensaci¨®n de que los Kennedy se hab¨ªan convertido en reyes; pero tambi¨¦n porque ten¨ªa su lado oscuro: no podemos olvidar que la reina Ginebra se escap¨® con Lancelot. Es imposible saber si esa imagen m¨ªtica hubiese llegado hasta nosotros si JFK no hubiera sido asesinado poco despu¨¦s del mediod¨ªa del 22 de noviembre de 1963, hace ahora 50 a?os, cuando su coche circulaba por la calle Elm de Dallas. Tampoco podemos saber si toda esa magia que rode¨® su presidencia hubiese permanecido intacta de no haber sido por el magnicidio, el acontecimiento hist¨®rico que m¨¢s teor¨ªas de la conspiraci¨®n ha producido y que abri¨® una nueva era en los medios de comunicaci¨®n de masas. Hace pocos d¨ªas, la directora de The New York Times, Jill Abramson, escribi¨® un largo art¨ªculo sobre la bibliograf¨ªa en torno a JFK en el que explicaba que el mito hab¨ªa vencido a la historia porque, a diferencia de lo que ocurre con otros presidentes (como Lyndon B. Johnson con Robert Caro), Kennedy no tiene un gran historiador ni un libro que se pueda considerar definitivo e incontestable.
¡°Incluso los hechos m¨¢s b¨¢sicos sobre la muerte de Kennedy est¨¢n sujetos a controversia. El consenso hist¨®rico parece haber dejado claro que Lee Harvey Oswald fue un asesino solitario, pero las teor¨ªas de la conspiraci¨®n abundan, incluyendo a Johnson, la CIA, la mafia, Fidel Castro y una barroca combinaci¨®n de todos ellos¡±, se?ala Abramson. Y no se puede decir que la bibliograf¨ªa sea escasa: se han publicado unos 40.000 vol¨²menes sobre Kennedy. Al final, Abramson se queda con el relato que el gran escritor estadounidense Norman Mailer construy¨® sobre el asesinato sin caer en delirios conspirativos, a medio camino entre el periodismo, el ensayo y la novela de no ficci¨®n: Oswald. Un misterio americano (Anagrama).
La gran ventaja de Matar a Kennedy, la pel¨ªcula para televisi¨®n producida por Riddley Scott que el canal National Geographic va a emitir este domingo a las 21.30 y Cuatro el pr¨®ximo s¨¢bado en abierto, es que renuncia al mito para tratar de ce?irse a los hechos incontestables, trata de viajar a un Camelot sin conspiraciones. En su relato sobre el momento en el que Oswald dispara contra Kennedy desde la sexta planta del almac¨¦n de libros de la plaza Dealy, Mailer explica que la mayor¨ªa de los esc¨¦pticos y conspiranoicos creen imposible que el asesino estuviese tan tranquilo y lograse escapar despu¨¦s de haber disparado contra el presidente. ¡°Si uno asume que dispar¨® contra Kennedy, la ¨²nica respuesta posible es que fue capaz de superar las m¨¢s f¨¦rreas barreras de su mente: hab¨ªa matado al rey, lo que en t¨¦rminos psicol¨®gicos es el equivalente a romper la barrera del sonido¡±. Esos instantes cruciales de la historia del siglo XX est¨¢n recogidos sin estridencias en el filme.
La pel¨ªcula no convencer¨¢ a los aficionados a las teor¨ªas de la conspiraci¨®n y desde luego no puede competir con la avalancha de argumentos tan arrolladores como tramposos que exhibe Oliver Stone en JFK; pero es una buena lecci¨®n de historia que logra resumir en apenas una hora y media no solo la presidencia de Kennedy ¨Cdesde la noche electoral de 1960 hasta la Crisis de los Misiles, que puso al mundo al borde del apocalipsis nuclear, pasando POR el desastre de Bah¨ªa de Cochinos, la fallida invasi¨®n de Cuba¨C, sino tambi¨¦n el viaje que llev¨® a Lee Harvey Oswald a cometer el magnicidio (si, como apostilla tanta veces Norman Mailer en su libro, lo cometi¨®).
Matar a Kennedy, basado en un libro de uno de los periodistas conservadores m¨¢s conocidos de EEUU, Bill O¡¯Reilly, trata de dejar pocos cabos sueltos: aparecen las dudas de JFK en los momentos de crisis, sus constantes infidelidades ¨Ccomparti¨® amante con el capo mafioso Sam Giancana, lo que no parece muy sensato para un presidente de EEUU¨C , sus profundos lazos con su hermano y fiscal general del Estado, Robert F. Kennedy (tambi¨¦n asesinado cinco a?os despu¨¦s), hasta el vestido rosa de Jacqueline y la afici¨®n del presidente al musical Camelot, estrenado en Broadway el mismo a?o en que lleg¨® a la Casa Blanca. Los delirios de grandeza de Oswald, un exmarine que decidi¨® desertar a la URSS y luego volvi¨® a Estados Unidos, que estuvo en el radar del FBI por su apoyo a la Cuba de Castro, obsesionado con saltar a la fama, tambi¨¦n tiene un reflejo en el filme. En la reconstrucci¨®n lo que menos funciona es lo m¨¢s dif¨ªcil, las actuaciones: Rob Lowe resulta un poco afectado como Kennedy y Will Rothhaar exagera un poco los delirios de Oswald. Pero el conjunto es una buena recreaci¨®n hist¨®rica y, sobre todo, ofrece hip¨®tesis sensatas.
Como escribe el periodista Tim Weiner, ganador del premio Pulitzer, en su magn¨ªfica historia de la CIA, Legado de cenizas (Debate): ¡°Un airado disidente que admiraba a Castro, de quien la CIA ten¨ªa razones para creer que se le podr¨ªa haber reclutado como agente comunista y que buscaba un modo de regresar a Mosc¨² a trav¨¦s de La Habana, estaba vigilando la ruta que iba a recorrer la caravana del presidente en Dallas. La CIA y el FBI jam¨¢s compararon sus notas y el FBI jam¨¢s estuvo cerca de seguirle pista. Aquello fue el preludio de la que ser¨ªa su actuaci¨®n en las semanas anteriores al 11 de septiembre de 2001: un caso de ¡®flagrante incompetencia¡¯, seg¨²n declarar¨ªa J. Edgar Hoover en un memorando redactado el 10 de diciembre de 1963 y que se mantendr¨ªa en secreto hasta finales del siglo XX¡±. Al final, como tantas veces, la explicaci¨®n m¨¢s sencilla parece la verdadera.
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