Condenas de c¨¢rcel en el ¨²ltimo cap¨ªtulo del culebr¨®n del Bolsh¨®i
Seis a?os de prisi¨®n para el exbailar¨ªn Dmitrichenko por urdir el ataque contra Filin
La condena de seis a?os de c¨¢rcel a Pavel Dmitrichenko, instigador del ataque con ¨¢cido a Serguei Filin, director del Ballet del Teatro Bolsh¨®i de Mosc¨², y de los dos autores materiales del brutal atentado, no cierra ni de lejos la crisis interna del centro de m¨²sica, ¨®pera y ballet m¨¢s importante de Rusia y uno de los m¨¢s prominentes del planeta.
Las otras condenas han sido de 10 a?os para Yuri Zarutski, autor material del ataque, y de cuatro para Andr¨¦i Lipatov, el ch¨®fer que dio cobertura al sicario en su huida del lugar de la fechor¨ªa. Los dorados pasillos del teatro siguen siendo fr¨ªos y en ellos se respira miedo, desconfianza y un panorama de futuro desalentador.
El ataque con ¨¢cido fue en enero de este a?o y, hasta diciembre, han pasado muchas cosas dentro del teatro y en sus alrededores que no han hecho sino enturbiar a¨²n m¨¢s las aguas. Ha dado tiempo incluso a que la percepci¨®n que se tiene de Pavel Dimitrichenko, cambie. Nadie duda de su culpabilidad, pero le ven como la cabeza de turco o el eslab¨®n m¨¢s d¨¦bil de la conspiraci¨®n.
En algunos medios rusos ya ha salido escrito que la condena es el resultado de un pacto de silencio entre las partes: el Estado (es decir, Vlad¨ªmir Putin), a trav¨¦s del Ministerio de Cultura, quiere aquietar las aguas a toda costa. Lo de seguir escarbando queda descartado, pues se trata de algo mucho m¨¢s sutil y comprometido: ?hasta d¨®nde permite el verdadero poder pol¨ªtico que se tire del hilo? Serguei Filin ha quedado pr¨¢cticamente ciego y la petici¨®n fiscal era sensiblemente m¨¢s elevada, pero la jueza encargada ha cerrado el caso definitivamente.
Dmitrichenko cambi¨® una y otra vez su versi¨®n de los hechos mientras la tormenta dentro de los elegantes muros del Bolsh¨®i no amainaba, como si supiera que el tiempo jugaba a su favor. No es consistente el argumento de que a este primer bailar¨ªn de rango pero una discreta figura de segunda fila (bail¨® en el Teatro Real de Madrid cuando el Ballet del Bolsh¨®i lo visit¨® con Espartaco en 2009), no le gustara el estilo de direcci¨®n cosmopolita y renovador emprendido por Filin o que tuviera un intestino resentimiento porque no daba papeles importantes a su novia.
En las grandes compa?¨ªas, eso es el pan de cada d¨ªa, lo habitual, donde siempre la hipocres¨ªa es parte del protocolo y la etiqueta. En el Bolsh¨®i fermentaba un vino mucho m¨¢s agrio y venenoso y el estallido fue el ataque con ¨¢cido. Mientras tanto, algunos bailarines y bailarinas hu¨ªan a otros teatros o al extranjero, otras causaban baja por depresi¨®n. All¨ª dentro no se sabe qui¨¦n persigue a qui¨¦n, lleg¨® a decir un artista.
En estos casi doce meses han ca¨ªdo otras cabezas, algunas m¨¢s discretamente que otras. Primero fue el primer bailar¨ªn georgiano Nikolai Tsiskaridze, que lleg¨® al Bolsh¨®i en 1992 y que desde entonces levant¨® tantas pol¨¦micas como a un p¨²blico de seguidores fan¨¢ticos. Tras la ca¨ªda del astro de Tbilisi, como le llamaban, qued¨® fuera de juego fulminantemente un superviviente de otras ¨¦pocas: Anatoli Iksanov, director general de la gran casa moscovita desde 2000. Iksanov, que firm¨® en junio el cese de Tsiskaridze, ven¨ªa del antiguo Leningrado, ten¨ªa fama de mano de hierro y hab¨ªa dirigido (y enderezado) varios entes teatrales en la nueva San Petersburgo, pero el Bolsh¨®i pudo finalmente con ¨¦l.
Como si hubiera pocos invitados a esa merienda tr¨¢gica, los litigios se han extendido a la ¨®pera. Este lunes pasado dimiti¨® sorpresivamente el director musical de la casa, Vasili Serafimovich Sinayski (Abez, Rep¨²blica de Komi, 1947), y un atribulado administrador (Vladimir Urin, el sustituto de Iksanov) ha anunciado el mismo d¨ªa un nuevo acuerdo colectivo para zanjar las disputas y seguir adelante, lo que significa sindicar el conflicto, un recurso de asamblea para el que se ha creado una comisi¨®n interna. La prensa moscovita y los observadores independientes, mientras tanto, ven con escepticismo estos movimientos cosm¨¦ticos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.