Inventarios
No conozco mejor biblioteca que la abastecida por el puro azar, el antojo, el capricho repentino
El a?o casi concluido es un cuaderno en el que ya solo quedan por escribir una o dos p¨¢ginas; una habitaci¨®n imaginaria y privada en la que se han guardado como en un gabinete de curiosidades todos los descubrimientos de estos 12 meses; uno de esos libros de registro en los que se ha anotado con cierto esmero caligr¨¢fico el inventario de cada uno de los libros le¨ªdos, los discos que se han escuchado, los cuadros y esculturas y fotograf¨ªas delante de los cuales uno se ha ido deteniendo a lo largo de este tiempo. La memoria es todav¨ªa m¨¢s fr¨¢gil de lo que parece. Intenta recordar sin ayuda lo que has hecho estos ¨²ltimos d¨ªas y encontrar¨¢s sobre todo grandes espacios en blanco, horas borradas, encuentros que no han dejado huella. Conozco a personas codiciosas que anotan uno por uno los libros que van leyendo, las pel¨ªculas que ven. Yo me pregunto muchas veces, no sin tristeza, por la huella que me ha dejado todo lo que he le¨ªdo, por lo que quedar¨¢ de tantas p¨¢ginas que recorr¨ª muchas veces con una rapidez excesiva, por distracci¨®n o por el simple h¨¢bito de devorar lecturas, que se parece tanto, por lo compulsivo y poco saludable, al de devorar comida. Uno quiere creer que una parte de lo borrado de la memoria consciente forma parte de un suelo f¨¦rtil que lo sigue nutriendo aunque no piense en ¨¦l; una riqueza atesorada que ayuda a dar alguna forma de solidez a su vida, un fundamento a sus ideas y a sus impresiones. Pero tambi¨¦n sospecha que, igual que hay demasiado de todo en cualquier ¨¢mbito del comercio y del consumo, tambi¨¦n lo hay en estos mundos en apariencia m¨¢s espirituales de las artes y los libros, y que la multiplicaci¨®n abrumadora de la novedad puede llevar m¨¢s al aturdimiento y a la ansiedad que al disfrute provechoso.
Quiz¨¢s hay demasiadas cosas en ese cuarto privado del resumen del a?o, igual que las hay casi en cualquier habitaci¨®n, en cualquier acera y en cualquier calle, demasiados mensajes en cualquier bandeja de entrada. Quiz¨¢s uno ha querido glotonamente abarcar demasiado. C¨®mo se aprende a marcar limitaciones juiciosas, a contener apetencias irresistibles, que tienen en el fondo un arraigo infantil, una pulsi¨®n de deseo y felicidad que viene del tiempo en el que uno se quedaba delante de los escaparates mirando cosas que pertenec¨ªan a la realidad y estaban al alcance de la mano y a la vez eran tan fant¨¢sticas como si existieran en la cuarta dimensi¨®n de las pantallas de cine y de los espejos: ¨¢lbumes de Tint¨ªn, trenes el¨¦ctricos, pistas de Scalextric. Con los a?os, a m¨ª se me acent¨²an dos impulsos en permanente discordia. Por una parte, siento un deseo cada vez mayor de simplicidad; por otra, se me despierta una curiosidad cada vez m¨¢s variada. Quiero viajar menos, tener menos cosas, trabajar en habitaciones m¨¢s despejadas, enredarme en menos compromisos. Pero tambi¨¦n me llaman la atenci¨®n m¨¢s cosas de las que me interesaban cuando era joven, y si eso hace la vida m¨¢s entretenida y ensancha la diversidad de las aficiones y la lista de lecturas tambi¨¦n contiene un peligro grave de dispersi¨®n, de superficialidad, de mareo.
Se ha ensanchado mi idea de la literatura,? y el campo de la curiosidad abarca ahora cosas en las que tard¨¦ mucho en reparar
Hace veinticinco, treinta a?os, casi lo ¨²nico que me importaba de verdad era la literatura, o m¨¢s exactamente las novelas. Le¨ªa novelas, las imaginaba, intentaba escribirlas. Lograba terminar una y me faltaba tiempo para ponerme a trabajar en otra. Me fijaba ¨¢vidamente en c¨®mo estaban hechas por dentro las novelas de otros para aprender a escribir las m¨ªas. Con la excepci¨®n de Borges, mis h¨¦roes eran todos novelistas, una abrumadora sociedad secreta de maestros a los que rend¨ªa culto estudiando sus textos sagrados con una atenci¨®n fan¨¢tica. Cervantes, Dickens, Gald¨®s, Faulkner, Onetti, Joseph Conrad, Henry James, Proust, Flaubert, lo m¨¢s alto, el desaf¨ªo perpetuo, la org¨ªa perpetua. Luego llegaron Nabokov y Joyce, Philip Roth, Melville, Virginia Woolf.
Desde luego que todav¨ªa venero cada uno de esos nombres, y algunos m¨¢s. Incluso creo que la admiraci¨®n se vuelve m¨¢s profunda seg¨²n me hago mayor y descubro en ellos matices de la experiencia y de la expresi¨®n que de joven no supe advertir. Pero a lo largo del tiempo me he ido desprendiendo de aquel monote¨ªsmo de la novela. Se ha ensanchado mi idea de la literatura, y el campo de mi curiosidad abarca ahora cosas en las que tard¨¦ mucho en reparar. Yo no sab¨ªa que del conocimiento de lo real se pudiera disfrutar tanto o m¨¢s que de lo inventado. O como dice Richard Feynman, que haga falta un esfuerzo mayor de la imaginaci¨®n para comprender lo que existe que para comprender lo que no existe. Si intentara un repaso de lo que he le¨ªdo este a?o, es seguro que en la lista habr¨ªa menos libros de ficci¨®n que de otras materias. El placer de sumergirse de verdad en una gran novela no se parece a ning¨²n otro, pero yo he disfrutado igual de libros de historia, o de viajes, o de m¨²sica, o de divulgaci¨®n cient¨ªfica, o de ecolog¨ªa, o de memorias, de biograf¨ªas de m¨²sicos o de pintores, de ensayos sobre las ciudades o sobre las religiones antiguas o el arte paleol¨ªtico. Algunos los he visto recomendados por ah¨ª y otros, tal vez los mejores, los he encontrado por pura casualidad, mirando un escaparate o curioseando por los anaqueles de una librer¨ªa, navegando por p¨¢ginas improbables en las que una pista lleva a otra y una b¨²squeda obstinada llega al descubrimiento feliz de lo que no se sab¨ªa que existiera.
Dice Joyce que el azar se encarg¨® siempre de suministrarle lo que necesitaba. ¡°Soy como un hombre que tropieza; mi pie golpea algo, miro hacia abajo, y all¨ª est¨¢ exactamente lo que me hac¨ªa falta¡±. Yo no conozco mejor biblioteca que la abastecida por el puro azar, el antojo, el capricho repentino. Podr¨ªa hacer el inventario del a?o exclusivamente con todo lo que he ido encontrando sin haberme hecho el prop¨®sito, y no solo en literatura, ni en lecturas, porque otra cosa que he aprendido con el paso del tiempo es que la lectura desconectada de la experiencia real de las personas y las cosas puede muy bien ser est¨¦ril. La mejor comida la he disfrutado en una fonda de Lisboa que nos encontramos dando un paseo por el Campo de Ourique. Saliendo de clase a las seis de la tarde cuando empezaban a alargarse los d¨ªas al principio de la primavera he vuelto a casa en bicicleta por la orilla del Hudson cuando el sol poniente lo incendiaba de oro. En un mercadillo he encontrado un CD de John Coltrane que no escuchaba hace muchos a?os y me ha sobrecogido m¨¢s que nunca, Africa / Brass. Yendo a comprar otro libro vi que hab¨ªa aparecido un nuevo ensayo de Ram¨®n Andr¨¦s, El luthier de Delft, y no tuve m¨¢s remedio que regresar de improviso a mis lecturas holandesas del a?o pasado, aplazando otras m¨¢s urgentes. Y tengo sobre la mesa un estudio muy prometedor sobre el cerebro y el sue?o...
Me justifico ante m¨ª mismo dici¨¦ndome que todo esto acabar¨¢ sirvi¨¦ndome en mi propia escritura. Y aunque no me sirva, cu¨¢nto habr¨¦ disfrutado.
www.antoniomu?ozmolina.es
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