Las catacumbas y el firmamento de Walter Benjamin
Llega a las librer¨ªas la m¨ªtica ¡®Obra de los pasajes¡¯, del pensador y cr¨ªtico literario alem¨¢n Este libro est¨¢ a medio camino entre la filosof¨ªa y la literatura, entre el marxismo y la poes¨ªa surrealista
No creo que haya ensayo filos¨®fico m¨¢s famoso, complejo, influyente y poco le¨ªdo que la as¨ª llamada Obra de los pasajes, de Walter Benjamin. Su nombre obedece a que ni siquiera puede llamarse ¡°libro¡±: es un mont¨®n de papeles que acabaron guardados en una maleta, en cuyas p¨¢ginas hay kil¨®metros de citas (ajenas) y comentarios (de Benjamin). ?Un conjunto de ruinas? As¨ª lo describe Giorgio Agamben: es la visi¨®n de un superviviente cuando pasea la mirada por los cad¨¢veres y ruinas que se extienden a su alrededor tras un bombardeo.
Es la visi¨®n de un superviviente al pasear la mirada por las ruinas
La editorial Abada acaba de publicar una nueva versi¨®n de este cl¨¢sico dentro de la ambiciosa obra completa del autor, y tiene como garant¨ªa la solvencia de su traductor, el poeta Juan Barja. La desventaja es que hasta dentro de unos meses no aparecer¨¢ el segundo volumen. En cualquier caso, es un acontecimiento editorial. Mientras tanto, siempre nos queda la edici¨®n de hace algunos a?os en Akal.
En la primera parte, explora un mundo de mitos que se vuelven a activar
?Qu¨¦ andaba buscando Benjamin con tan abrumadora acumulaci¨®n de documentos fragmentarios? Es casi imposible contestar a esta pregunta. El editor alem¨¢n, Rolf Tiedemann, cree que la ambici¨®n de Benjamin era escribir una filosof¨ªa de la historia que superara la herencia de Hegel y Marx. Otros opinan que es el m¨¢s sofisticado an¨¢lisis de los or¨ªgenes del capitalismo industrial. Tambi¨¦n los hay que no la tienen por obra de filosof¨ªa, sino de literatura, un prodigioso experimento comparable al de Joyce, que usa aquellas t¨¦cnicas cinematogr¨¢ficas de montaje sobre las que tanto escribi¨® Benjamin. Y no falta quien cree que, por lo menos en su primera parte, es un poema surrealista.
Breve biograf¨ªa
Walter Benjamin naci¨® en Berl¨ªn en 1892, en cuya universidad estudi¨®, as¨ª como en las de Friburgo y Berna, donde se doctor¨® con una tesis sobre el romanticismo alem¨¢n.
A su vuelta a Berl¨ªn y una vez truncada su carrera acad¨¦mica, trabaj¨® como cr¨ªtico literario y traductor. Influido por Bloch y Luck¨¢cs, asumi¨® posturas marxistas.
Desde 1933 vivi¨® exiliado en Par¨ªs, adonde se hab¨ªa mudado ante el empuje del nazismo en Alemania. Huy¨® de la ciudad a mediados de junio de 1940.
Se traslad¨® a Espa?a con idea de embarcar hacia EE UU. En Portbou, se suicid¨® con morfina. Un monumento recuerda su paso por la localidad gerundense.
La primera parte de la Obra de los pasajes es el s¨¦ptimo de los 11 vol¨²menes de las obras completas, cuya edici¨®n est¨¢ llevando a cabo Abada a partir de la publicada en Alemania por la prestigiosa Suhrkamp Verlag, en edici¨®n de Rolf Tiedemann y Hermann Schweppenh?user (con la colaboraci¨®n de Theodor W. Adorno y Gerhom Scholem).
Porque en realidad hay dos partes y mantienen grandes diferencias la una con la otra. Nuestro pensador trabaj¨® en su obra de 1927 a 1940. En la primera etapa, de 1927 a 1929, es indudable que quer¨ªa reconstruir el auge del capitalismo nacido de la Revoluci¨®n Francesa, haciendo uso de un m¨¦todo sorprendente: vivificando las ruinas que han quedado de aquel primer momento explosivo. As¨ª, por ejemplo, los pasajes, los panoramas, los grandes almacenes de Par¨ªs, pero tambi¨¦n la publicidad o la prostituci¨®n. Estos restos arqueol¨®gicos aparecen ante nuestro entendimiento como cad¨¢veres devueltos a la vida (Benjamin us¨® la palabra ¡°fantasmagor¨ªa¡± para su proyecto) y con capacidad para ¡°despertarnos¡± del sue?o capitalista.
En esta primera parte, Benjamin explora un mundo compuesto por mitos eternos que se vuelven a activar en cada etapa de la historia y que como tales mitos son invisibles en el presente, pero pueden intuirse en el pasado. El m¨¦todo no es muy distinto al de algunos surrealistas (en este caso Aragon) cuando describen un surtidor de gasolina como si fuera un t¨®tem salvaje de los tiempos modernos. ¡°El capitalismo es un producto natural junto con el cual le sobrevino a Europa un nuevo sue?o en cuyo interior las fuerzas m¨ªticas se vieron nuevamente reactivadas¡±, escribe. Y este fue el problema. Su mentor y protector, el fil¨®sofo Th. W. Adorno, marxista ortodoxo y simpatizante del partido comunista, no pod¨ªa admitir que Benjamin pusiera en modo on¨ªrico lo que para los creyentes era una superestructura racionalmente deducible de la infraestructura material. Benjamin ten¨ªa que cambiar de m¨¦todo si quer¨ªa mantener la protecci¨®n de Adorno.
As¨ª que, a partir de 1929, Benjamin interrumpi¨® su obra y se puso a estudiar la de Marx. Tanta humildad no se ver¨ªa recompensada porque nunca alcanz¨® a ser un comunista aceptable y aun en la actualidad solo los muy conservadores lo siguen presentando como fil¨®sofo marxista. El caso es que no reemprendi¨® su obra hasta 1934 y ya no la abandonar¨ªa hasta 1940, cuando la persecuci¨®n nazi le oblig¨® a escapar de Par¨ªs. Como es sabido, acabar¨ªa suicid¨¢ndose en Portbou.
En su segunda parte, la m¨²sica tiene otro programa, otra armon¨ªa, y aunque contin¨²a siendo palmariamente benjaminiana sopla en ella un fuerte viento materialista que impone al texto nuevos mitos y fantasmagor¨ªas sin por ello disminuir la fuerza anal¨ªtica. Son ahora los fantasmas de la Comuna, del Par¨ªs de Haussmann, de la Bolsa, de los ferrocarriles, de la gran banca. Y es tambi¨¦n el fantasma de Baudelaire, luminoso aparecido l¨ªrico, primer poeta de la ciudad industrial que insufla sentido a la acumulaci¨®n de mercanc¨ªas, con gran irritaci¨®n de Adorno.
Baudelaire ser¨¢ una obsesi¨®n de Benjamin y lograr¨¢ arrancar al poeta del Olimpo franc¨¦s, donde mueren los grandes, para devolverlo a la vida verdadera. He aqu¨ª una iluminaci¨®n perfecta: Benjamin dio vida nueva a una poes¨ªa que hab¨ªa sido condenada a gloriosa ruina y languidec¨ªa convertida en m¨¢rmol. La misma editorial Abada acaba de publicar, dentro de sus obras completas, el conjunto de ensayos que Benjamin dedic¨® a Baudelaire. Una edici¨®n imprescindible.
Lo que intu¨ªa en 1935 se ha convertido en un monstruo colosal
En su segunda parte, el concepto clave de los pasajes ser¨¢ el fetichismo de la mercanc¨ªa, noci¨®n que tom¨® de Luk¨¢cs, no de Marx, y que ha ido adquiriendo fuerza a medida que el capitalismo se ha ido haciendo cada vez m¨¢s agresivamente fetichista. Las ¡°im¨¢genes del deseo¡± que se ocultan en las mercanc¨ªas eran de nuevo, para Benjamin, espectros m¨ªticos que se filtraban desde el pasado en la vida del presente para hacernos caer en un sue?o. Iluminarlos conduc¨ªa a nuestro despertar. A nosotros, que no solo vivimos el fetichismo de las mercanc¨ªas de un modo absoluto, sino que lo aceptamos como lo propio de ¡°la Naturaleza¡±, es decir, que ya no queremos despertar, esta segunda parte nos puede parecer casi melanc¨®lica. Lo que Benjamin intu¨ªa en 1935 se ha convertido en un monstruo colosal que cubre con su sue?o narc¨®tico el globo entero y contra el que carecemos de herramientas cr¨ªticas decisivas tras el hundimiento de la izquierda en su propio sopor arcaico.
Eso no hace menos interesante la segunda parte, en la que asistimos al ascenso de la mercanc¨ªa (el fantasma por antonomasia) desde las catacumbas (los pasajes) hasta los palacios (los grandes almacenes) y finalmente a los templos (las exposiciones universales). La mercanc¨ªa y su deseo fantasmag¨®rico nace enterrada en los subterr¨¢neos iluminados por gas del Paris ochocentista, sube impetuosa a los escaparates lujosos de los grandes bulevares y acaba por asentarse en un pedestal parecido al trono de san Pedro a partir de las exposiciones universales. Esta segunda parte requerir¨¢, seguramente, un nuevo comentario cuando aparezca el segundo volumen de Abada.
Su grandeza est¨¢ en la cantidad de interpretaciones que permite
La grandeza de esta obra catastr¨®fica permite tantas interpretaciones que los comentaristas siempre nos quedamos cortos, pero no quiero dejar pasar un elemento de cierta importancia para algunos lectores. Indirectamente, en esta obra se encuentra oculta o sumergida una defensa rom¨¢ntica del arte, tan original como oscura. Es evidente que Benjamin luchaba contra la filosof¨ªa de la historia ¡°progresista¡±, la de Hegel, la de Marx, pero tambi¨¦n la del cristianismo. ?l no cre¨ªa en la continuidad temporal y escatol¨®gica que permite deducir leyes y sentido a los acontecimientos, como si el tiempo se dirigiera hacia alg¨²n lugar. Aun cuando simul¨® ser un materialista dial¨¦ctico ten¨ªa demasiada inteligencia para someterse a un dogma. Ve¨ªa el curso de la historia como una secuencia siempre interrumpida, un cataclismo enigm¨¢tico que amontona cad¨¢veres y que a veces se ilumina con el rel¨¢mpago de un ¡°acontecimiento¡±. Sin embargo, en ese momento de iluminaci¨®n, lo que aparece a nuestro entendimiento es un mito que regresa en un renacimiento perpetuo. Lo que vemos durante los escasos momentos en que despertamos de nuestra enso?aci¨®n son arquetipos originarios que dan brevemente sentido a una existencia banal mediante la uni¨®n perfecta de presente y pasado. Esos momentos de iluminaci¨®n no los producen las guerras, las revoluciones, los inventos o las luchas sociales, lo producen las obras de arte.
En nuestro firmamento brillan mir¨ªadas de estrellas, pero muchas de ellas sabemos que ya han muerto y hasta nosotros solo llega su fantasma. Lo mismo sucede con las obras de arte, con la particularidad de que incluso las muertas y fantasmag¨®ricas permiten a los buenos marineros navegar por el mar de la existencia.
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