La felicidad de Manu
Fue un viajero ind¨®mito y un hombre ind¨®mito de ins¨®lita simpat¨ªa.
Despu¨¦s de trotar por el mundo, y de darle literalmente la vuelta al mundo, Manu Leguineche hall¨® la felicidad de la tierra lejos del Pa¨ªs Vasco, donde naci¨®, y se asent¨® como un n¨®mada ya tranquilo entre los prados agrestes de Guadalajara, hasta que recal¨® en Brihuega en una especie de castillo que llen¨® de peri¨®dicos y de amigos. Hasta que se fue apagando. Hasta que se apag¨® del todo, cerca de su casa madrile?a, situada como si enfilara una carretera.
Fue un viajero ind¨®mito y un hombre ind¨®mito de ins¨®lita simpat¨ªa. Sus fiestas, cuando las hubo, eran abiertas para todo el mundo; su vino era de todo el mundo, sus mesas eran para todo el mundo. Nunca lo vi cicatero, ni envidioso, aunque dio m¨¢s de lo que le dimos. Abri¨® agencias, regal¨® contactos, comparti¨® libros, dio trabajo, cobr¨® por sus libros (al menos los que yo le edit¨¦) como a rega?adientes, como si su felicidad (que era una palabra tan suya) consistiera, tan solo, en haberlos vivido para escribirlos, en verlos luego envueltos en las cubiertas que siempre le parec¨ªan bien.
Ese regreso a la tierra, es decir, a la tierra firme, no supuso ni mucho menos la jubilaci¨®n del reportero; a ¨¦l lo retir¨® tan solo la mala salud, que poco a poco fue haciendo agujeros en su cuerpo hasta que lo destruy¨® del todo. Mientras tanto, cuidado por su hermana Rosa, una hermana abnegada y ejemplar, y por su hermano Benigno, que volv¨ªa de donde estuviera para seguirle el rastro, para darle su humor, su conversaci¨®n y sus pimientos de Guernica, se fue apagando tambi¨¦n su ¨¢nimo; sin embargo, como era tan privado y tan especial, reservaba para las visitas, mientras las pudo recibir, la mejor comida, los mejores vinos, el placer cada vez m¨¢s mitigado y secreto de su sonrisa.
Era un hombre bueno Manu Leguineche; de esta tribu (¨¦l escribi¨® mucho sobre esta tribu, de la que era un santo patr¨®n) es quiz¨¢ el m¨¢s noble ejemplar que yo he conocido, pues habiendo sido reverenciado y premiado como el mejor reportero de su tiempo, jam¨¢s tuvo de ello vanagloria y adem¨¢s ayud¨® a otros a parecer mejores que ¨¦l. Era su manera de dar trabajo; a la vez que un reportero que iba por ah¨ª por su cuenta y riesgo, sin preguntar por donde se iba a Vietnam o al infierno, ejerc¨ªa tambi¨¦n de viejo redactor jefe, de la clase de los que animan a los que tiene a sus ¨®rdenes a vivir las aventuras que ¨¦l so?aba.
Un aventurero. Sus libros son de un aventurero; el que m¨¢s felicidad le dio, sin embargo, era precisamente el del regreso a la tierra, el que lo hizo ya aquel escriba sentado que viajaba tan solo imaginando viejos viajes. Ese libro fue La felicidad de la tierra, una especie de dietario que fue construyendo poco a poco mientras disfrutaba, a su modo de ermita?o radical, de los trinos de los p¨¢jaros, de las triqui?uelas de los perros, de la soledad espartana que rodeaba sus casas y sus campos, sus zonas de cacer¨ªa y sus lugares de comer y de beber, que eran tambi¨¦n sus reposos de guerrero.
Al final de su vida estaba apenado por el porvenir del oficio. Cuando a¨²n hablaba, a duras penas, y manten¨ªa los ojos abiertos y curiosos, risue?o cuando se le hablaba del f¨²tbol de su Athletic, ante una fuente de chuletas de cordero a las que nunca le pod¨ªan faltar los pimientos de su tierra, estuvimos hablando un rato sobre el porvenir del oficio al que dedic¨® su vida. ¡°El periodismo ya no es lo que era¡±, me dijo.
Hace cinco a?os de eso; est¨¢bamos all¨ª otros amigos, ¨¦l hizo el esfuerzo de recibirnos en su casa de Brihuega, atendi¨® algunas preguntas y todo el rato hac¨ªa con la mano esa se?al tan suya para quitarse importancia, para quitarle importancia a sus opiniones y a sus trayectorias. ?l hab¨ªa estado en la guerra de Vietnam, hab¨ªa pateado la Am¨¦rica de las revoluciones, hab¨ªa buscado (con Jes¨²s Torbado) a los topos escondidos de la guerra civil. Ah¨ª ¨¦l no quer¨ªa revivir memorias, sino hablar, recibir a los que est¨¢bamos alrededor. Mi compa?ero Juan Jes¨²s Aznarez le fue a ver tambi¨¦n para una serie de EL PA?S, Consagrados y novatos, y lo puso a hablar con un joven amigo del veterano, Ra¨²l Conde. Ah¨ª este chico, que entonces (2007) ten¨ªa 26 a?os, dio con una definici¨®n perfecta de la ¨¦poca que personificaba el maestro: ¡°Creo que el periodismo de su generaci¨®n es m¨¢s de calle que de Redacci¨®n, y quiz¨¢ los j¨®venes pecamos de estar demasiado apegados a la Redacci¨®n y no salir tanto a la calle¡±.
?l s¨®lo se apeg¨® a la tierra; desde ah¨ª, desde aquel retiro que fue su felicidad, ve¨ªa discurrir el tiempo en contra del periodismo. Le dijo a Azn¨¢rez en ese encuentro: ¡°No dejemos pasar algo fundamental: los j¨®venes no leen los peri¨®dicos, ese me parece un tema grav¨ªsimo¡±. ?l hab¨ªa hecho periodismo todo el tiempo, y cuando ya s¨®lo hac¨ªa cr¨®nica desde su atalaya terrestre, tambi¨¦n usaba los datos, los contrastaba, rebuscaba en el archivo de su memoria y en esas pilas de papeles que eran como un castillo dentro de su castillo. Un periodista todo el rato, un sentimental del periodismo, si se puede decir eso de un oficio que tantas veces parece el oficio m¨¢s bello del mundo ennegrecido por el cinismo.
En esa ¨²ltima conversaci¨®n larga que tuvimos le hizo fotos Luis Mag¨¢n; se toc¨® con uno de sus sombreros, le dedic¨® al fot¨®grafo la sonrisa tan de Manu, y venci¨® su melancol¨ªa, que era como una maldita sombra hundiendo la tierra que pisaba. En ese momento ¨ªbamos a hablar del oficio y ¨¦l me dijo, como hablaba Manu: ¡°El oficio est¨¢ jodido, Juanito¡±.
De vez en cuando ¨ªbamos a verle; a veces su hermana lo situaba ante un farall¨®n bell¨ªsimo de hojas verdes que se mov¨ªan junto al patio grande que hab¨ªa detr¨¢s de su casa; se mov¨ªan las ramas, ¨¦l estaba abrigado, sobre su silla de ruedas, quieto, y sonre¨ªa. Su tesoro fue siempre la amistad, era el t¨ªmido con m¨¢s amigos del mundo, se re¨ªa como si temiera molestar, y si hubiera sido por ¨¦l hubiera desaparecido mil veces antes de hacer muchas de las cosas que hizo. Pero luego las hac¨ªa, era un guerrillero que combat¨ªa contra su timidez y a favor de un Manu que llevaba dentro, el Manu del periodismo.
--?Y por qu¨¦ quisiste ser periodista?, le pregunt¨¦.
--No hubiera sabido hacer otra cosa. Tengo un sobrino que me lo preguntaba. ?l es un mileurista, yo era entonces m¨¢s que un mileurista. Despu¨¦s ya tuve que superar la verg¨¹enza, y segu¨ª con el f¨²tbol. Entrevist¨¦ a todos los que ven¨ªan a Bilbao: Puskas, Di St¨¦fano, Zagalo. ?Una pasi¨®n!
--Ser¨¢s del Athletic¡
--?Hasta la muerte! Que estar¨¢ pr¨®xima¡
Ha pasado el tiempo; siempre temimos sus amigos, sus hermanos, su gente, que se produjera esta noticia. Es dif¨ªcil contar por qu¨¦ quer¨ªamos tanto a Manu; una respuesta tengo: porque nos hac¨ªa felices. ?l se guardaba su malhumor, su nostalgia, sus cabreos; probablemente luego los sacar¨ªa de su alma, pero mientras est¨¢bamos con ¨¦l nos daba tanto amor como el que le dio a ¨¦l la tierra feliz en la que escribi¨® una prosa devota y llena de melancol¨ªa.
La ¨²ltima pregunta que le hice aquel d¨ªa era sobre la melancol¨ªa, un argumento tan ¨ªntimo suyo. Escribir ayuda a ordenar la melancol¨ªa, le dije. Y ¨¦l me explic¨®: ¡°Y a ordenar el mundo¡ A mi me ha servido para conocerme mejor, conocer el mundo para conocerte a ti mismo. Y ahora, pasado el tiempo, lo que me cuenta c¨®mo soy es el mundo que veo al lado, este peque?o mundo al que he regresado como si quisiera, otra vez, estar m¨¢s cerca de mi¡±.
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