Traves¨ªas compartidas
Manu y yo buscamos a personas que se escondieron tras la Guerra Civil: los topos
Durante unos cinco a?os, mientras yo conduc¨ªa por cualquier rinc¨®n de Espa?a mi Renault 8 y ¨¦l bobinaba y rebobinaba en el asiento del copiloto cintas de sonido en las tripas de una m¨¢quina grabadora enorme, escuch¨¦ las ya sabrosas peripecias de Manuel Leguineche: ?frica, Vietnam, Camboya... ¡°Vale, Manu, no me marees m¨¢s. ?Por qu¨¦ no lo escribes todo en un libro y dejas de cont¨¢rmelo cada d¨ªa?¡±.
Est¨¢bamos a punto de cumplir treinta a?os, nos ve¨ªamos en una taberna de la calle Carretas, debajo de la redacci¨®n de una revista que el cura Jos¨¦ Mar¨ªa Javierre editaba para empleadas del servicio dom¨¦stico y all¨ª decidimos, a partir de una min¨²scula noticia de agencia que hab¨ªa encontrado yo desechada en la oficina, buscar por todo el pa¨ªs, a espaldas de los archivos y de los guardias civiles, a la gente que hab¨ªa estado escondida desde la guerra, hasta m¨¢s de treinta a?os, por prudencia y por miedo. Los topos les dijimos.
Tardamos casi un lustro en rematar la faena y en ese tiempo vivimos tambi¨¦n nuestras propias y peque?as aventuras. Incluso al lado de la guapa y famosa presentadora de televisi¨®n Rosa Mar¨ªa Mateo, que a veces nos acompa?aba (sobre todo a ¨¦l). Revolvimos la mitad del pa¨ªs, hasta que ya no nos cab¨ªan m¨¢s historias desdichadas en el morral; casi un centenar ten¨ªamos documentadas y estudiadas. Yo era amigo anterior del novelista Mario Lacruz, tambi¨¦n editor de Argos Vergara, que finalmente comprar¨ªa nuestro laborioso libro. Y en alg¨²n momento le cont¨¦ que Manu hab¨ªa vivido adem¨¢s historias suculentas durante un largo viaje por ?frica y Asia con unos pintorescos periodistas extranjeros. Mario, Rosa y yo empezamos a empujarlo para que pusiera en limpio y en papel aquellas aventuras juveniles y algo locas. Finalmente lo hizo y, a la sombra del ¨¦xito multinacional de Los topos, se imprimieron en 1978 como El viaje m¨¢s corto. Tuvo tambi¨¦n muchos lectores.
Lacruz intent¨® que nos convirti¨¦ramos en el hispano dueto Dominique Lapierre/Larry Collins, reporteros enormes y muy famosos, pero la vida nos condujo por otros caminos. A Manuel le gustaban las guerras y su mundo y se apuntaba a todas. Yo consider¨¦ que no hab¨ªa nacido para eso. Los libros que so?amos brevemente junto al editor se quedaron en nada. De tarde en tarde nos ve¨ªamos, cen¨¢bamos y beb¨ªamos, pero no volvimos a escribir juntos ni una l¨ªnea. La pen¨²ltima vez antes de que se refugiara en Brihuega fue en un avi¨®n que nos devolv¨ªa a Madrid desde Amm¨¢n, donde se gestaba la primera guerra del Golfo. ?En 1990? ¡°Vaya, empiezas a meterte en el ojo del hurac¨¢n¡±, me dijo Manu. Pedimos a la azafata unas botellas de vino.
Mas para m¨ª ya era tarde. ?l se hab¨ªa convertido en maestro de periodistas, se hab¨ªa llenado de aplausos y de premios. Luego, despu¨¦s de haberle ordenado unas viejas estanter¨ªas en su caser¨®n de Guadalajara, cenamos al fresco con Cela y su nueva mujer Marina. "Ay, Camilo Jos¨¦, no te comas la grasa de las chuletas, que te engordan mucho", repet¨ªa ella. Fue nuestra ¨²ltima traves¨ªa juntos. Hasta hoy.
Jes¨²s Torbado es escritor.
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