La RAE se sube a las tablas
Jos¨¦ Luis G¨®mez ingresa en la Academia con un canto al oficio del c¨®mico y con un vivo recuerdo a Francisco Ayala, a quien sustituye en el sill¨®n Z
La verdad esc¨¦nica, el veneno del teatro, ¡°purgador, sanador, cat¨¢rtico¡±, cruz¨® ayer las s¨®lidas puertas de la RAE para poner al servicio de la lengua el oficio de los c¨®micos. Jos¨¦ Luis G¨®mez ley¨® su discurso de ingreso, Breviario de teatro para espectadores activos,contestado por el acad¨¦mico Juan Luis Cebri¨¢n, ante un p¨²blico que escuch¨® su canto de amor a ese ¡°formidable juego simb¨®lico¡±, el teatro. Una lectura pausada y ceremoniosa, a la altura de un actor imbuido de una misi¨®n: llevar su oficio a la casa de las palabras. Citando a Peter Brook o Stanislavsky, entre otros maestros, desgran¨® la esencia de su trabajo: su belleza (¡°Es como la mano en el guante, separada pero inseparable; el papel alimenta cada una de las c¨¦lulas del actor, pero no lo aprisiona; en el interior del papel es libre y altamente consciente¡±); sus contradicciones (¡°El actor lidia con caracteres de lobo y con caracteres de cordero: en realidad ambas energ¨ªas, la del lobo y la del cordero, est¨¢n en todos ellos, como lo est¨¢n en nosotros mismos¡±) y su eterna paradoja (¡°?Qui¨¦n es el autor de las palabras que est¨¢n en el aire y que se quedan en el cuerpo para constituirse con ellas? La esencia del actor se constituye en esta paradoja y este la asume dentro de su cuerpo para constituir la verdad espiritual de su mundo. El actor sabe que las palabras que utiliza no son suyas, pero en momentos de gracia lo olvida y cree profundamente que lo son¡±).
?Pero quiz¨¢ el momento m¨¢s emocionante fue cuando Jos¨¦ Luis G¨®mez volvi¨® a tocar el timbre de la casa de Francisco Ayala, el escritor al que ahora sucede en el sill¨®n Z de la RAE y cuya viuda, Caroline Richmond, se encontraba entre el p¨²blico. La figura del autor de Recuerdos y olvidos plane¨® ayer con esa fuerte intensidad de las cuentas no saldadas. ¡°Al abrirme ustedes las puertas de esta casa, y darme la oportunidad de sentarme en el mismo sill¨®n que ocup¨® don Francisco Ayala, he podido, siquiera sea en mi imaginaci¨®n, pulsar de nuevo el timbre y traspasar el umbral de su casa, aquel inolvidable tercero derecha de la calle del Marqu¨¦s de Cubas, n¨²mero 6, cuya puerta una vez dej¨¦ que se cerrara¡±. En 1975 G¨®mez (que ya hab¨ªa logrado la colaboraci¨®n de otro acad¨¦mico, Camilo Jos¨¦ Cela, para la traducci¨®n del franc¨¦s de La resistible ascensi¨®n de Arturo Ui, de Bertolt Brecht) fue a casa de Ayala buscando el mismo resultado para traducir del alem¨¢n un Woyzeck de B¨¹chner. Ayala le trat¨® con m¨¢xima amabilidad y elegancia y accedi¨® a la traducci¨®n, pero, aunque estaba escrita en un espa?ol mod¨¦lico, no funcionaba para el teatro y el actor decidi¨® embarcarse ¨¦l mismo en la tarea y no utilizar la traducci¨®n de ¡°don Francisco¡±. Viaj¨® a Am¨¦rica Latina con la obra, pero al volver a Espa?a decidi¨® no estrenarlo, insatisfecho con su propia traducci¨®n y con el resquemor por su falta hacia el viejo escritor. ¡°As¨ª se cerr¨® una puerta, por mi propia cortedad, a la que ya no me atrev¨ª a llamar en los a?os siguientes. A lo sumo acerqu¨¦ la mano al timbre, pero no me atrev¨ª a pulsarlo¡±.
Esta confesi¨®n in¨¦dita la escucharon, entre acad¨¦micos y amigos, muchos de los suyos: actores como Aitana S¨¢nchez-Gij¨®n, N¨²ria Espert, Julia Guti¨¦rrez Caba, Carmen Machi, Jos¨¦ Sacrist¨¢n o Pilar Bardem o autores como Sanchis Sinisterra. Todos lo arroparon desde su entrada en el sal¨®n de actos de la mano del traductor Miguel S¨¢enz y la novelista Carme Riera. Ante ellos, Cebri¨¢n dio la bienvenida al actor: ¡°Bienvenido sea en su condici¨®n de int¨¦rprete de la lengua, y como aut¨¦ntico creador en el m¨¢s genuino y original sentido del t¨¦rmino: el que define a quien da la vida¡±. Una vida que G¨®mez decidi¨® dar all¨ª mismo al Sordo de Triana de Valle-Incl¨¢n, un trozo ¡°grandioso y poco conocido¡± del teatro espa?ol que us¨® para cerrar su discurso y cuyo lamento traspas¨® los centenarios muros de m¨¢rmol, poco acostumbrados a los fuegos de un c¨®mico.
Teor¨ªa y pr¨¢ctica (sin disparo
Jos¨¦ Luis G¨®mez se llev¨® la voz (la boca entera) adonde comienza la palabra. En un instante se hizo mono y, vestido de frac, exclam¨® como Pedro el Rojo, el mono del Informe para una Academia,de Kafka:
¡ª?Excelent¨ªsimos se?ores acad¨¦micooos!
Un escalofr¨ªo recorri¨® la sala; en el estrado, el director y sus acompa?antes, los acad¨¦micos y las autoridades asimiladas a ese rango, sintieron el veneno del teatro en su pureza extrema: el grito, la palabra, la boca entera (que dir¨ªa Emilio Lled¨®, como record¨® Juan Luis Cebri¨¢n, el acad¨¦mico que respondi¨® a G¨®mez), se hizo presente en la sala como sustancia de la biograf¨ªa teatral del nuevo acad¨¦mico.
En seguida dej¨® G¨®mez de ser Pedro el Rojo y entonces, vestido de frac, fue todas las cosas que ha sido en el teatro; hizo teor¨ªa del autor, del actor, del director, se adentr¨® en el alma del p¨²blico, as¨ª como de las amenazas que caen ahora sobre el oficio de la palabra. Cebri¨¢n a?adi¨®, en su parlamento, una amenaza: la indelicada acci¨®n del Gobierno, que no cuida en la educaci¨®n el cultivo de la palabra, la esencia del teatro, y de la vida.
Pero G¨®mez no pod¨ªa irse sin regresar a su naturaleza de int¨¦rprete. Y escogi¨® un texto (Sacrilegio, de Valle Incl¨¢n) cuyo mon¨®logo llen¨® su boca. Valle hac¨ªa hablar a un bandolero, El Sordo de Triana, condenado a muerte; el mon¨®logo era como una herida y fue dicha en el andaluz de su tierra por este onubense al que ya no le vimos el frac del acad¨¦mico sino el alma desnuda del actor. El Sordo va a ser ajusticiado. Al t¨¦rmino del mon¨®logo con el que el bandolero intenta redimirse ante Dios, Valle escribi¨®, entre par¨¦ntesis (Disparo).
Falt¨® el disparo, no se oy¨®, los acad¨¦micos lo adivinaron, el p¨²blico debi¨® entenderlo, como si hubiera sonado. Y entonces son¨® un aplauso tan grande como los que ha conseguido en el teatro. Sus compa?eros, all¨ª estaban, lo ovacionaron tambi¨¦n.
Babelia
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