Aires de Duke Ellington
El m¨²sico cre¨® una sonoridad orquestal tan inconfundible como la de un solista
Duke Ellington tuvo una educaci¨®n musical limitada y dispersa, y nunca pis¨® un conservatorio. Su madre cantaba en casa con una bella voz de soprano y su padre era aficionado a la ¨®pera italiana. Viendo que el chico ten¨ªa disposici¨®n para la m¨²sica le buscaron una profesora particular, pero ¨¦l confes¨® a?os despu¨¦s que sus faltas fueron m¨¢s numerosas que sus asistencias, porque le gustaba mucho jugar al b¨¦isbol y m¨¢s todav¨ªa acudir a los billares en los que nunca faltaba un pianista de ragtime.Desde muy joven Duke Ellington se movi¨® entre esos dos mundos, el de la clase media formal y muy religiosa y con grandes ambiciones educativas, y la tentaci¨®n de la vida nocturna, de los clubes y los billares en los que se juntaban la m¨²sica, los g¨¢nsteres, los peque?os estafadores, los contrabandistas de alcohol. Era una clase media que a las injurias de la segregaci¨®n respond¨ªa con el ejercicio de una formalidad inamovible, con una insistencia casi exasperada en los valores que desment¨ªan cada uno de los estereotipos sobre los negros, su infantilismo, su pereza, su presunta sexualidad agresiva, su propensi¨®n a los impulsos instintivos. La madre de Ellington era hija de un esclavo, pero nunca se le habr¨ªa ocurrido reivindicar ese origen. La manera de ser aceptados no era exhibir heridas ni reclamar ruidosamente derechos, sino imponer d¨ªa a d¨ªa, con una paciencia sobrehumana, la propia dignidad enfrente de la marginaci¨®n, criar hijos que llegaran a ser m¨¦dicos, profesores, jueces, que se comportaran en cualquier circunstancia con una urbanidad superior incluso a la de los blancos.
En esa educaci¨®n el arte, la literatura y la m¨²sica constitu¨ªan valores supremos, vividos con una convicci¨®n apasionada, a la manera de otra clase media tambi¨¦n insegura de su posici¨®n, la jud¨ªa en Europa central. Pero la m¨²sica que se veneraba no era el jazz precisamente. El jazz, en la primera juventud de Duke Ellington, representaba todo lo contrario de lo que defend¨ªan los negros de su propio grupo social, las amistades de su madre en la iglesia y en los conciertos de lieder de Schubert y sonatas de Beethoven, el c¨ªrculo profesional en el que se mov¨ªa su padre, un mayordomo imponente en las mejores casas blancas de Washington. El jazz, para la inmensa mayor¨ªa de los negros cultivados, era el reverso de la respetabilidad que ambicionaban, la m¨²sica de la mala vida, de los billares, de los prost¨ªbulos, de los teatros de variedades, de las salas de fiestas en las que hombres y mujeres beb¨ªan alcohol prohibido y enloquec¨ªan bailando ritmos l¨²bricos, parodias ofensivas de las danzas africanas y los bailes de los esclavos en las plantaciones. En 1927, cuando la orquesta de Duke Ellington hab¨ªa empezado su estancia fulgurante en el Cotton Club, su hermana menor, Ruth, conect¨® la radio en la casa familiar de Washington para que la madre pudiera escuchar en directo por primera vez una actuaci¨®n de su hijo primog¨¦nito. La se?ora Ellington escuch¨® digna y at¨®nita, sentada r¨ªgidamente en una silla, como en el banco de una iglesia, y movi¨® la cabeza sin decir nada.
El jazz, para los negros cultivados, era el reverso de la respetabilidad que ambicionaban,
la m¨²sica de la mala vida
El Cotton Club estaba en Harlem, pero no ten¨ªa nada que ver con Harlem, y menos a¨²n con ese formidable movimiento cultural afroamericano de los a?os veinte que se llam¨® The Harlem Renaissance. El Cotton Club, entre 1926 y 1931, fue para Duke Ellington lo que la iglesia de Santo Tom¨¢s en Leipzig hab¨ªa sido para Bach, no tanto el lugar en el que se ejecutaba su m¨²sica como la atm¨®sfera o el ecosistema en el que fue posible que esa m¨²sica llegara a existir, con sus ventajas pero tambi¨¦n sus limitaciones tremendas, con sus oportunidades y sus humillaciones. El Cotton Club estaba en lo hondo de Harlem, en Lenox Avenue y la calle 145, y los m¨²sicos que tocaban, los camareros que serv¨ªan y las bellezas j¨®venes que formaban los cuerpos de baile eran todos negros, pero a los negros no les estaba permitida la entrada, y aunque les hubiera sido posible entrar no habr¨ªan podido costearse ni un vaso de limonada, porque los precios eran desorbitados, de modo que solo pudieran pagarlos blancos pr¨®speros con ganas de vivir la excitaci¨®n golfa de una noche de alcohol, m¨²sica de moda y bailarinas medio desnudas en un local de Harlem c¨¦lebremente regentado y frecuentado por g¨¢nsteres. Fue en el Cotton Club donde Duke Ellington cre¨® su forma ¨²nica de componer y el sonido que ser¨ªa exclusivamente suyo durante m¨¢s de cuarenta a?os, y donde adopt¨® un estilo personal que conjugaba con suprema desenvoltura, con una gracia sin esfuerzo visible, las dos lealtades fundamentales de su vida: la formalidad de su educaci¨®n familiar y la entrega a la m¨²sica de jazz; el fervor religioso y la inclinaci¨®n a disfrutar todos y cada uno de los placeres de la vida, la comida, el amor de las mujeres, el alcohol, el lujo, la celebridad.
Terry Teachout, que escribi¨® hace a?os una biograf¨ªa excelente de Louis Armstrong, Pops, ha publicado ahora otra de Ellington, Duke, quiz¨¢s con menos simpat¨ªa hacia este personaje, pero con el mismo rigor, la misma profunda familiaridad con ese mundo tan espec¨ªfico, tan contenido y cerrado en s¨ª mismo, en su jerga peculiar y en la reverencia por sus h¨¦roes y sus maestros, como es el mundo del jazz. Teachout explica c¨®mo Duke Ellington resolvi¨® algunas de las dificultades cruciales en las que se sostiene esa m¨²sica: el equilibrio inestable entre la composici¨®n y la improvisaci¨®n; y entre el sonido com¨²n de la orquesta y el protagonismo de los solistas. Louis Armstrong y los veloces pianistas del estilo llamado stride en Harlem inventaron los despliegues individuales de virtuosismo. Duke Ellington cre¨® una sonoridad orquestal tan inconfundible como la de un solista.
Y la cre¨® no a solas y de la nada, sobre el papel de una partitura, sino a partir del trabajo cotidiano de un grupo de m¨²sicos, cada uno con una voz particular, con facultades especiales y limitaciones a las que Ellington se adaptaba para aprovecharlas al m¨¢ximo, como Bach se adaptar¨ªa a las facultades y a las limitaciones de los m¨²sicos de su orquesta de Leipzig o Shakespeare a las voces, a la corpulencia f¨ªsica, a los rasgos psicol¨®gicos de los actores para los que escrib¨ªa sus papeles. ¡°Mi m¨²sica se corresponde con la personalidad tonal del int¨¦rprete¡±, dec¨ªa Duke Ellington. Y en esa correspondencia hab¨ªa tambi¨¦n una parte de oportunismo y de vampirismo, y hasta de robo en ocasiones, porque muchas de las composiciones m¨¢s conocidas de Ellington nacieron de hallazgos improvisados de sus m¨²sicos durante los conciertos, y ese sonido que identificamos tan inmediatamente en uno o dos compases, como identificamos a Thelonious Monk en la pulsaci¨®n de un solo acorde, est¨¢ hecho de personalidades tonales merecedoras de mucho m¨¢s cr¨¦dito del que se les reconoce. Duke Ellington us¨® en beneficio propio las facultades excepcionales de sus mejores solistas igual que el talento como compositor y arreglista de Billy Strayhorn, due?o de la educaci¨®n de conservatorio que a ¨¦l le faltaba: pero al mismo tiempo que se aprovechaba de los otros los impulsaba a descubrir lo mejor de s¨ª mismos. Ahora uno escucha en los discos el caudal infatigable de su m¨²sica y se pregunta c¨®mo habr¨ªa sido asistir de verdad a uno de aquellos conciertos.
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