El escritor radicalmente bueno
Nunca le escuch¨¦, ni vi que pusiera por escrito, palabra que pudiera suponer injuria o venganza
Cuando so?¨¢bamos en los escritores y le¨ªamos a Azor¨ªn, a Unamuno y a ?scar Wilde, entre otros, pens¨¢bamos que los escritores ser¨ªan sencillos y et¨¦reos, verdaderos, y ni siquiera esos lo eran; Azor¨ªn result¨® ser, m¨¢s adelante, cuando supimos de ¨¦l, un se?or cursi que llevaba paraguas rosa cuando iba al cine; Unamuno escrib¨ªa como si rompiera telara?as a bastonazos, y Oscar Wilde, por ejemplo, era un dicharachero de frases hechas. Luego descubrimos el boom, a los franceses, descubrimos a la vez a Camus y a Sartre, los pusimos juntos en la escasa estanter¨ªa; despu¨¦s escuchamos hablar, en este ¨²ltimo caso, de las ri?as que mantuvieron, y durante decenios la disyuntiva entre los dos llen¨® y rellen¨® muchas noches de alcohol y nada.
Los escritores se fueron haciendo a la semejanza de todos nosotros, con sus vicios y sus extra?ezas, con sus egos y con sus paranoias; eran como todos nosotros, no soportaban la competencia del que ten¨ªa al lado, no se pod¨ªa hablar frente a uno de ellos de la belleza de la escritura del otro, y as¨ª fuimos descubriendo la maledicencia y la venganza como materias, tambi¨¦n, de lo que est¨¢ al lado del tintero.
Fue malo descubrir esta circunstancia, as¨ª que hab¨ªa que hacerse con algunas excepciones. De las que hab¨ªa vivas, que hay varias, una era Jos¨¦ Emilio Pacheco, que muri¨® la noche pasada despu¨¦s de un accidente que finalmente fue el accidente final de la vida. ?l encarnaba, como algunos otros a los que ahora no me referir¨¦, el escritor radical, que s¨®lo era escritor cuando escrib¨ªa, equivoc¨¢ndose hasta la l¨ªnea final, como ¨¦l mismo dec¨ªa. Y cuando dejaba la pluma y sal¨ªa a la calle a buscar a otros, cuando viv¨ªa para ser humano sobre todas las cosas, ya entonces Jos¨¦ Emilio Pacheco era Jos¨¦ Emilio, el hombre de la cara grande y a veces ani?ada, un muchacho que fue joven mientras le llen¨® la sonrisa los ojos que ¨¦l ocultaba como si los defendiera detr¨¢s de unas gafas enormes que le serv¨ªan tambi¨¦n para parapetarse como en otro.
Jam¨¢s le escuch¨¦, fuera del papel o en el papel, decir nada que pudiera ser arrebato o lujuria vengativa contra otros, y fue tan familiar esa actitud, tan propia, que cuando la gente se refer¨ªa a ¨¦l en un concili¨¢bulo, p¨²blico o privado, alguien siempre dec¨ªa:
--Ah, Jos¨¦ Emilio¡ Jos¨¦ Emilio es otra cosa.
Me gustaba su manera de ser y de caminar, de re¨ªr y de preguntar, de esperar a que el otro terminara de hablar para decir, a su vez, y tan solo a su vez, con la gallard¨ªa del humilde, la ¨²ltima palabra. La ¨²ltima palabra de Jos¨¦ Emilio.
F¨ªjense, conoc¨ª otro poeta as¨ª, pero mucho m¨¢s atrabiliario, mucho m¨¢s noct¨ªvago que Jos¨¦ Emilio, m¨¢s extraviado con respecto a las l¨ªneas que va marcando la calle de la vida. Se llamaba Claudio Rodr¨ªguez. Y hubo a¨²n otro, a ¨¦ste lo conoc¨ª m¨¢s, pero estaba m¨¢s dotado para la c¨®lera po¨¦tica, era Jos¨¦ Hierro. Y hab¨ªa uno, que caminaba lentamente hacia la melancol¨ªa de la noche, y casi en silencio; era ?ngel Gonz¨¢lez. En La Oliva, Valencia, habita otro de esa estirpe, Francisco Brines, y en Madrid y Jerez y Sanl¨²car, transita otro sabio de esa manera de ser, Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald.
Ninguno de ellos, es cierto, tiene las camisas de joven que us¨® siempre Jos¨¦ Emilio Pacheco, pero todos ellos han tenido, tienen, tanto que decir, todos ellos hubieran hecho una timba que Jos¨¦ Emilio y hubieran hablado de la vida y no se hubieran entretenido en quitarle el pellejo al pr¨®jimo que cultiva, como Jos¨¦ Emilio cultivaba, la poes¨ªa.
Era un tipo raro, tan escritor y tan bueno, Jos¨¦ Emilio Pacheco.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.