Jos¨¦ Emilio, ya no eres de aqu¨ª
El gran poeta mexicano dedic¨® toda su vida al cuento de nunca acabar que es escribir
¡°La verdad que los muertos tampoco duran / Ni siquiera la muerte permanece / Todo vuelve a ser polvo / Pero la cueva preserv¨® su entierro. / Aqu¨ª est¨¢n alineados / Cada uno con su ofrenda / Los huesos due?os de una historia secreta / Aqu¨ª sabemos a qu¨¦ sabe la muerte / Aqu¨ª sabemos lo que sabe la muerte / La piedra le dio vida a esta muerte / La piedra se hizo lava de muerte / Todo esta muerto / En esta cueva ni siquiera vive la muerte¡±.
En el anillo perif¨¦rico de la inmensa ciudad de M¨¦xico, por el que pasan a diario miles de autom¨®viles, se hizo hace unos d¨ªas un enorme bache, una oquedad, un agujero que paraliz¨® la circulaci¨®n durante dos d¨ªas. As¨ª, la muerte de Jos¨¦ Emilio, un agujero negro, un pozo oscuro, una cueva de lava que no sab¨ªamos que ten¨ªamos adentro porque nunca imaginamos que nos doler¨ªa tanto. La muerte de Jos¨¦ Emilio ha sido un golpe a la mand¨ªbula, un knock-out, un recordatorio de que vamos a irnos y tenemos que cederle el lugar a los otros. Como dijo su hija Laura Emilia ¡ªtambi¨¦n escritora¡ª en su ¨²ltimo d¨ªa de vida, que result¨® domingo, Jos¨¦ Emilio se habr¨ªa disculpado por echar a perder el domingo a los que hab¨ªan ido al hospital a preguntar por ¨¦l.
Jos¨¦ Emilio fue un joven alto, delgado y espiritual, p¨¢lido, con una fuerte mata de pelo casta?o. Caminaba a zancadas con Carlos Monsiv¨¢is todas las calles del centro de la ciudad para ver si encontraba a Octavio Paz o al autor de Muerte sin fin, Jos¨¦ Gorostiza. A veces, cuando pod¨ªa, Jos¨¦ Emilio tomaba un taxi. Conoc¨ªa bien esta ciudad que no amaba pero por la que habr¨ªa dado la vida. En una ocasi¨®n, al bajarse y querer pagar al chofer, este le dijo: ¡°No me pague, padrecito, mejor deme la bendici¨®n¡±. Crey¨® que Jos¨¦ Emilio era cura. (Jos¨¦ Emilio protestaba: ¡°Ya no cuentes este invento tuyo, eso no me sucedi¨® a m¨ª, sino a Ram¨®n Xirau¡±).
En Jos¨¦ Emilio, desde muy joven, hab¨ªa un aura de bondad, de vocaci¨®n de servicio, de preocupaci¨®n por los dem¨¢s, de devocionario con puras flores del mal prensadas entre las hojas. Toda la vida, Jos¨¦ Emilio, el poeta, vestido de luto, camin¨®, ley¨® y se dedic¨® al cuento de nunca acabar que es escribir. Y sobre todo reescribir, porque correg¨ªa hasta en las planas finales para la desesperaci¨®n de sus editores, Neus Espresate, Vicente Rojo y, m¨¢s tarde, Marcelo Uribe. Implacable consigo mismo, no solo correg¨ªa poemas y novelas sino que reescrib¨ªa libros enteros, como sucedi¨® con Sangre de medusa. Para ¨¦l ning¨²n texto era definitivo, hab¨ªa que corregir hasta la muerte, desde los primeros poemas de Tarde o temprano de 1958 hasta los ¨²ltimos, porque cre¨ªa que toda obra es una obra en construcci¨®n y que la suya siempre estaba en lo que los alba?iles llaman ¡®obra negra¡±.
En 1968 fui a llevarle a su casa en la esquina de Reinosa el manuscrito de La noche de Tlatelolco, sobre la masacre de los estudiantes del 2 de octubre. Cerr¨® las cortinas de su cuarto de trabajo y despu¨¦s las de toda la casa. ¡°No te das cuenta del peligro, alguien puede vernos¡±. El ¨²nico art¨ªculo sobre La noche de Tlatelolco que sali¨® en toda la prensa mexicana fue el suyo. Despu¨¦s (como si Jos¨¦ Emilio no tuviera trabajo) le llev¨¦ otro libro sobre Octavio Paz, pero ya no cerr¨® las cortinas aunque el libro corr¨ªa el peligro de ir a dar a la basura. Jos¨¦ Emilio sigui¨® diciendo que ¨¦l no era nada ni nadie y que el Yo, es el fascista que todos llevamos dentro. As¨ª como me ayud¨® a m¨ª, Jos¨¦ Emilio, discreto y caballeroso, recogi¨® la obra de Rosario Castellanos, todos sus art¨ªculos, y les hizo un pr¨®logo. Por eso a sus conferencias llegaban mujeres que lo aplaud¨ªan a rabiar. Se sent¨ªan respetadas.
De quienes colaboramos con verdadera pasi¨®n en el semanario M¨¦xico en la Cultura, de Fernando Ben¨ªtez, Jos¨¦ Emilio Pacheco, que era el jefe de redacci¨®n, sufr¨ªa tormentos ignotos cuando rechazaba alg¨²n art¨ªculo del que Carlos Monsiv¨¢is se pitorreaba, solo quedamos Vicente Rojo, quien formaba e ilustraba el peri¨®dico, y yo, que hac¨ªa entrevistas y cr¨®nicas. Nunca pens¨¦ que les sobrevivir¨ªa y tendr¨ªa que recordar con palabras a dos figuras centrales de la literatura en espa?ol. Con raz¨®n, Jos¨¦ Emilio dijo al recibir el Premio Cervantes que la lengua en la que naci¨® constituye su ¨²nica riqueza.
¡°En la estaci¨®n final / Todas las cosas / Muestran / Su virtud de cambiar / De no permanecer / Todo se viene abajo / Y se despide. / Nos dice el mundo: / ¡®Ya no eres de aqu¨ª, / No te reconocemos / Como nuestro. / Lo que cre¨ªste tuyo / Era solo un pr¨¦stamo: / Ahora mismo / Tienes que devolverlo¡±.
Jos¨¦ Emilio todo lo devolvi¨®. As¨ª como Carlos Fuentes, el jarocho, don¨® su biblioteca a Veracruz. Jos¨¦ Emilio declar¨® en 1997, ¡°Mientras viva, no me ir¨¦ de aqu¨ª. Veracruz vive en mis p¨¢ginas y ya que no pude nacer aqu¨ª pido a su mar que se apiade de mis cenizas¡±, y as¨ª lo har¨¢n, con devoci¨®n, Cristina, su mujer, Laura Emilia y Cecilia.
Elena Poniatowska es escritora.
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