Cr¨®nica de la nada (hecha a retazos)
Las bibliotecas se encuentran amenazadas en muchos lugares por la falta de apoyo
Escuch¨¦ a do?a Dolores de Cospedal, alias se?ora ¡°de-ninguna-manera¡±, proclamar dram¨¢ticamente que ¡°el PP o la nada¡± y al principio me qued¨¦ anonadado, pero enseguida me puse a considerar que tal vez el nihilismo se haya convertido en la opci¨®n pol¨ªtica m¨¢s razonable. La nada a la que se refer¨ªa la secretaria general del m¨¢s importante (por ahora) partido de la derecha es una Nada con may¨²scula, una nada ¡ªsi se me permite el ox¨ªmoron¡ª ontol¨®gica, de esas que invitan a replantearse (como Leibniz, como Heidegger) por qu¨¦ hay algo y no m¨¢s bien nada. Y es que la nada anonada (o nadea) desde que Parm¨¦nides nos dej¨® dicho que solo el ser es y el no-ser no es. Claro que quiz¨¢s la secretaria general estaba actuando en la convenci¨®n del PP como aquel camarero sartreano de El ser y la nada (1943) que interpretaba concienzudamente el papel de camarero ¡ªempe?¨¢ndose con sospechoso ah¨ªnco en los gestos y tareas propias de su trabajo¡ª con el fin de realizar su condici¨®n y cerrarle el paso a la angustia inherente al ser-para-s¨ª, o, en el caso de la dama que me ocupa, a la ansiedad que provocan en su partido las pulsiones centr¨ªfugas que no cesan de manifestarse. As¨ª que la secretaria general se limit¨® a interpretar eficazmente el papel de secretaria general y bla, bla, bla, aqu¨ª no pasa nada (¡°de-ninguna-manera¡±). Sea como fuere, el caso es que me da a m¨ª que la se?ora de Cospedal poco tiene que ver con aquellas espl¨¦ndidas y esforzadas liberales que quedan muy bien retratadas en Amazonas de la libertad (Marcial Pons), un ensayo de Juan Francisco Fuentes y Pilar Gar¨ª que se ocupa de una parte a¨²n poco estudiada de la historia de las mujeres espa?olas: la que da cuenta de su resistencia y combate contra la monarqu¨ªa absoluta, de su papel en las conspiraciones contra Fernando VII, y de las que Mariana Pineda constituye el m¨¢s conocido ejemplo. Mujeres todas ellas luchadoras y valientes que frecuentaron la prisi¨®n y el exilio, y cuya azarosa existencia nos muestra que ¡ªparafraseando a Virginia Woolf¡ª no quisieron actuar como meros espejos ¡°que pose¨ªan el poder m¨¢gico y delicioso de reflejar la figura del hombre al doble de su tama?o natural¡±, sino que supieron tomar en sus manos las riendas de su destino. Por eso mismo quiero imaginar que hoy se estar¨ªan manifestando contra el engendro legislativo del se?or Gallard¨®n. Por lo dem¨¢s, es obligado reconocer que he tomado prestado (modific¨¢ndolo) el t¨ªtulo de este anonadado Sill¨®n de Orejas a Juan Cruz Ruiz, cuya Cr¨®nica de la nada hecha pedazosfue publicada en 1973.
Bibliotecas
Paso una tarde casi? paradisiaca repantigado en mi sill¨®n de orejas y salivando de placer mientras hojeo The Library: A World History (Chicago University Press, 75 d¨®lares), un bell¨ªsimo monumento a las bibliotecas a cargo del arquitecto (e historiador) James Campbell y del fot¨®grafo Will Pryce. Se trata, simplificando, de una historia ilustrada de la evoluci¨®n arquitect¨®nica y t¨¦cnica de los repositorios de libros y de las sucesivas adaptaciones que fueron experimentando para adaptarse a los nuevos soportes y necesidades. Campbell y Pryce se han fijado especialmente en el contexto bibliotecario angl¨®fono, pero en cualquier caso su libro es una aut¨¦ntica fiesta para los amantes de esas instituciones que hoy se encuentran amenazadas en muchos lugares por la falta de apoyo, la ignorancia del poder y otras enfermedades culturales contempor¨¢neas: de ah¨ª que los autores exploten la veta nost¨¢lgica, como de cosa en peligro de desaparecer. Y no es extra?o: el libro me llega mientras contin¨²a en Reino Unido la movilizaci¨®n de los bibliotecarios, que utilizan antiguos carteles (b¨²squese en Google ¡°library poster flickr¡±) para protestar contra la precarizaci¨®n de sus centros y la peregrina idea, cada vez m¨¢s extendida entre los conservadores, de que son los propios ciudadanos los que deber¨ªan asegurar los servicios p¨²blicos. Y tambi¨¦n me entero de la inauguraci¨®n (con bombo y platillo medi¨¢tico) de la Bexar County Digital Library en San Antonio (Texas), una peque?a biblioteca tan di¨¢fana como una tienda Apple que presume de no albergar ni un solo libro de papel y cuyos bibliotecarios parecen haber adoptado el mismo relajado c¨®digo de vestimenta que los empleados de Steve Jobs, esa especie de uniformado antiuniforme que tiene tanto predicamento entre los empleados de las empresas tecnol¨®gicas. No s¨¦: quiz¨¢s sea un poco antiguo, pero a m¨ª, como a Martin Eden, todav¨ªa me gustan las bibliotecas con libros reales (aunque no solo) y, sobre todo, profesionales reales, aunque reconozco que una de mis bibliotecarias favoritas sigue siendo Batgirl, la estupenda superhero¨ªna del c¨®mic hom¨®nimo que trabaja durante el d¨ªa como encargada de la biblioteca de Gotham City. Y me sigue pareciendo que los aut¨¦nticos bibliotecarios son imprescindibles y util¨ªsimos. Nada que ver los de ahora con aquellos viejos estereotipos que los convert¨ªan en seres alejados del mundo y de la realidad: ellos a menudo afeminados y t¨ªmidos ¡ªcuando no perversos asesinos¡ª; ellas puritanas, solteronas o v¨ªrgenes avinagradas y siempre dispuestas a la censura, como esa inefable Irma Pince tan celosa de los libros que se guardan en la biblioteca de Hogwarts y que en la saga de Harry Potter ¡ªque tanto se ha le¨ªdo, por cierto, en bibliotecas p¨²blicas¡ª es comparada con un ¡°buitre desnutrido¡±. A todos esos bibliotecarios les debemos siempre nuestro homenaje. Y que se vistan como les venga en gana, por Dios.
¡®Delirium¡¯
A pesar de mi mala memoria, conservo en un rinc¨®n de mi cerebro un mont¨®n de im¨¢genes dispersas de la estupenda pel¨ªcula de Billy Wilder D¨ªas sin huella (The Lost Weekend, 1945). La m¨¢s terror¨ªfica es la del delirium tremens del escritor dips¨®mano Don Birnam (Ray Milland), con el repugnante rat¨®n que surge de una grieta en la pared y su ulterior combate con el murci¨¦lago que revolotea por el cuarto, todo ello subrayado por el inquietante y met¨¢lico sonido del therem¨ªn (esc¨²chese en YouTube) empleado por la banda sonora de Mikl¨®s R¨®sza para reforzar los momentos cr¨ªticos del filme. La pel¨ªcula se ce?¨ªa bastante a la novela hom¨®nima de Charles (Reginald) Jackson (1903-1968) un viejo best seller de culto (otro ox¨ªmoron) que acaba de reeditar Alianza en su colecci¨®n 13/20 con la misma traducci¨®n con que la hab¨ªa publicado Argos Vergara hace tres d¨¦cadas. Le¨ªda hoy, sigue mostrando un pulso narrativo y una ambici¨®n literaria que va mucho m¨¢s all¨¢ de su habitual consideraci¨®n como muestra de esa especie de subg¨¦nero literario muy estadounidense en torno a los horrores de la thirsty muse (musa sedienta); y, de hecho, Don Birnam, un escritor cada vez m¨¢s bloqueado por su adicci¨®n, es ese tipo de alcoh¨®lico para el que, en sus propias palabras, un trago es demasiado y cien demasiado poco. En todo caso, la novela se distancia de la pel¨ªcula de Wilder en que, por m¨¢s que en ambas tenga su papel la novia paciente y ¡°salvadora¡±, en la primera queda bastante clara la homosexualidad latente del protagonista, otro trasunto autobiogr¨¢fico (adem¨¢s del alcoholismo) de la del propio Jackson.
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