Llamadme L¨¢zaro
Lo que hacen las novelas es contar historias de los que por su poco relieve social carecen de ellas
Como el marinero y n¨¢ufrago Ishmael, L¨¢zaro empieza por declarar su nombre: ¡°Pues sepa vuestra merced ante todas cosas que a m¨ª llaman L¨¢zaro de Tormes¡±. En ambos casos hay un tono imperativo, un interlocutor cercano y una sospecha o una evidencia de impostura. Ishmael no asegura que ese sea su nombre: tan solo nos insta a llamarlo as¨ª. El ¡°vuestra merced¡± de L¨¢zaro est¨¢ tan presente en la primera l¨ªnea de la historia como el vosotros o el t¨² ¡ª¡°call me Ishmael¡±¡ª del narrador de Melville. Ishmael puede estar ocult¨¢ndose tras un nombre supuesto, pero el autor de la novela no finge que sea un personaje real. L¨¢zaro juega a presentarse como el narrador de su propia peripecia. Cuenta en primera persona, y en la portada del libro no hay m¨¢s nombre que el suyo. No es un autor an¨®nimo, sino ap¨®crifo, como ha precisado Francisco Rico. Adem¨¢s, en toda la historia, los ¨²nicos nombres propios que hay son el suyo y el de sus padres.
En el principio fue el nombre. Los nombres de los personajes de ficci¨®n son la semilla de sus posibilidades narrativas. El primer paso que da el hidalgo Alonso Quijada o Quesada para convertirse en caballero andante es elegir un nombre, tan vinculado a su origen como el de L¨¢zaro al suyo, aunque son or¨ªgenes prosaicos y por lo tanto burlescos, porque aluden a lugares de la realidad com¨²n y no de la literatura; y a continuaci¨®n inventa el nombre de su amada y el de su caballo.
El Lazarillo finge ser una carta que L¨¢zaro dirige a alguien de su confianza. Cervantes finge haber encontrado unos cartapacios en ¨¢rabe en una almoneda de Toledo. Cuando Defoe public¨® por primera vez Robinson Crusoe lo hizo pasar por el testimonio verdadero de un n¨¢ufrago. Allan Poe escribi¨® algunos de sus cuentos de exploraciones fant¨¢sticas en los peri¨®dicos asegurando que eran relatos fidedignos. Max Aub present¨® su Jusep Torres Campalans no como una novela sino como una biograf¨ªa y un estudio monogr¨¢fico sobre la obra del pintor de ese nombre. En Zelig Woody Allen juega a estar haciendo un documental, con metraje defectuoso de los a?os veinte y treinta, y testimonios perfectamente serios de intelectuales de Nueva York que aseguran haber conocido al personaje: Susan Sontag, Saul Bellow. En la ficci¨®n, desde L¨¢zaro de Tormes, siempre ha existido como un impulso desvergonzado de falsificaci¨®n y de estafa, un deseo no solo de imitar lo real sino de invadirlo y ocuparlo. En el Alc¨¢zar de Madrid las Meninas ocupaban una pared en una habitaci¨®n interior no muy grande: quien entrara en ella tendr¨ªa por un momento la sensaci¨®n de estar pisando el espacio del cuadro.
Desde L¨¢zaro de Tormes siempre ha existido como un impulso desvergonzado de falsificaci¨®n y de estafa
La novela es un formidable universo en expansi¨®n que abarca ya cinco siglos, pero en el origen de esa inmensidad todav¨ªa viviente ¡ª?qui¨¦n puede saber cu¨¢ntas novelas se han escrito, cu¨¢ntas se est¨¢n escribiendo y leyendo ahora mismo?¡ª hay un Big Bang, un punto ¨ªnfimo, un libro muy breve y de peque?as dimensiones que parec¨ªa tener y reclamar para s¨ª tan poca importancia como la vida de su narrador y protagonista, un don nadie, un desecho social, un pregonero de Toledo d¨®cil y cornudo, uno de los ¨²ltimos entre los ¨²ltimos, hijo de un preso por ladr¨®n y de una mujer amancebada con un esclavo negro.
Qu¨¦ extraordinaria expresi¨®n castellana, don nadie. Podr¨ªa ser el t¨ªtulo de una novela metaf¨ªsica. Hasta el Lazarillo, hasta la plena irrupci¨®n de la novela picaresca y el Quijote y sus inmediatos derivados en Inglaterra y luego en el mundo, las ficciones trataban de personajes socialmente exaltados, reyes o pr¨ªncipes, poderosos a caballo, etc¨¦tera. Con L¨¢zaro de Tormes, con la novela, llegan a la literatura los don nadies, los que no cuentan, los de abajo, los tarados, los excluidos, las mujeres. Lo que hacen las novelas es contar las historias de los que por su poco relieve social carecen de ellas. Tambi¨¦n los que por alg¨²n motivo se declaran fugitivos de una identidad obligatoria: Don Quijote, Huck Finn, Fabrice del Dongo, Emma Bovary, aquel pr¨ªncipe de la India que por abjurar de toda la tierra firme, gobernada por la infamia, decidi¨® exiliarse bajo el mar, el Capit¨¢n Nemo de Jules Verne, el capit¨¢n Nadie.
Desde L¨¢zaro de Tormes siempre ha existido como un impulso desvergonzado de falsificaci¨®n y de estafa
En clase un estudiante mexicano lee ese episodio intentando sin mucho ¨¦xito contener la carcajada. Otro estudiante, de Colombia, levanta la mano y dice, sin burla: ¡°Escuchaba el Lazarillo le¨ªdo con tu acento y me acordaba del Chapul¨ªn Colorado y del Chavo del Ocho¡±. Es un recuerdo leg¨ªtimo: Cantinflas, el Chavo, el Chapul¨ªn, son tan herederos naturales de L¨¢zaro de Tormes como Huck Finn y Moll Flanders, y el Kim de Kipling y el soldado Schvejk y los soldados pobres y haraganes de Miguel Gila: los indigentes, los errantes, los que viven al azar de sus encuentros y sus aventuras, los que miran el mundo desde el ¨¢ngulo preciso en el que no cabe ning¨²n enga?o y en el que son m¨¢s visibles las pompas rid¨ªculas de los que mandan y la crudeza sin misericordia de las normas sociales, la miseria oculta tras el oropel, la imbecilidad bajo la m¨¢scara grave del conocimiento, los que saben hasta qu¨¦ punto la prioridad absoluta en la vida es llenar el est¨®mago y procurar, si hace falta haciendo trampa, que no lo pisen o lo arrollen a uno. De donde viene L¨¢zaro es de esos cuentos populares en los que el fuerte, el primog¨¦nito y el bravuc¨®n nunca prevalecen sobre la viveza y la astucia del m¨¢s peque?o. Empez¨® a vivir y a contar su vida mucho antes de que existiera la literatura.
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