Banville recupera el esp¨ªritu de Raymond Chandler
John Banville ha adoptado una tercera personalidad para escribir 'La rubia de ojos negros' La novela la firma su alter ego Benjamin Black y recupera el esp¨ªritu de Raymond Chandler
Las razones de editores y herederos para confiar a novelistas contempor¨¢neos la tarea de revivir a James Bond, H¨¦rcules Poirot, Bertie Wooster o Philip Marlowe parecen claras: un nuevo libro puede despertar ¡ªal menos en teor¨ªa¡ª un renovado inter¨¦s por sus autores. En cambio, para muchos, las razones de un escritor reputado como John Banville (Wexford, 1945) para prestarse a escribir La rubia de ojos negros (que Alfaguara publicar¨¢ el pr¨®ximo 26 de febrero) son un enigma. ¡°Si hace veinte a?os alguien me hubiera sugerido siquiera que alg¨²n d¨ªa escribir¨ªa un libro como este mi reacci¨®n habr¨ªa sido ¡®?c¨®mo te atreves?, ?est¨¢s loco!¡±. Sin embargo, la propuesta de que Benjamin Black ¡ªel seud¨®nimo que reserva a su obra noir¡ªfirmase una novela que resucitase a Philip Marlowe, el c¨¦lebre detective creado por Raymond Chandler, lleg¨® con Banville ya instalado en la sesentena. ¡°Tengo una edad en la que he de probar cosas nuevas para no marchitarme, para no consumirme. Siempre estoy escribiendo una novela de Banville, pero me sobra energ¨ªa literaria que derivo hacia Benjamin Black y, ahora, hacia Chandler. Me divierte y estoy en un momento en el que me puedo permitir asumir riesgos, hacer estupideces¡±.
El artista debe gozar de libertad y en la novela negra siempre debe haber un crimen, y eso la restringe bastante¡±
El propio Chandler, Georges Simenon, James M. Cain y Richard Stark, enumera Banville, son los padres de Benjamin Black ¡ª¡°me temo que es hu¨¦rfano de madre¡±¡ª. Fue su hermano mayor, Vincent, quien le introdujo en la literatura del autor de El largo adi¨®s y La dama del lago ¡ªsus novelas predilectas¡ª. ¡°En esa ¨¦poca yo solo conoc¨ªa a escritoras inglesas como Agatha Christie o Margery Allingham. No hab¨ªa le¨ªdo a Ross Macdonald o Dashiell Hammett, por eso me fascin¨® encontrar a alguien que escribiese tan bien como Chandler¡±. Para Banville, a quien le gusta repetir que ¡°la frase es el mayor invento de la civilizaci¨®n¡±, el lenguaje lo es todo. ¡°Escribo frase a frase. Termino una y empiezo la siguiente. Joyce era un maestro del p¨¢rrafo, yo preferir¨ªa prescindir de ellos¡±. La trama y los personajes le importan, pero desempe?an papeles secundarios. ¡°Como al propio Chandler, a m¨ª tampoco me importa saber qui¨¦n mat¨® al mayordomo: ¨¦l siempre defendi¨® que el estilo lo era todo. En buena parte de sus libros la trama no tiene sentido: cuando estaban rodando El sue?o eterno le llamaron para preguntarle qui¨¦n hab¨ªa matado al ch¨®fer y ¨¦l respondi¨® que no lo sab¨ªa. Yo he escrito La rubia de ojos negros en ese esp¨ªritu. He inventado y he reinventado Los ?ngeles, como hiciera en su momento el propio Chandler¡±.
Ni ha rele¨ªdo sus obras completas ni se ha documentado a conciencia para recrear la Bay City de Marlowe. Se ha limitado a sentarse en su estudio y escribir. Como siempre. ¡°La obsesi¨®n por los hechos sofoca la novela. Flaubert dijo que hab¨ªa le¨ªdo miles de libros cuando preparaba Salamb¨®, su novela sobre Cartago, y al leerla puedes sentir el peso de todas esas lecturas¡±. Seg¨²n el irland¨¦s, la invenci¨®n puede ser tanto o m¨¢s convincente que la verdad.
Banville escribi¨® La rubia de ojos negros en su estudio de Dubl¨ªn. Un apartamento peque?o y luminoso frente al r¨ªo Liffey, ajeno al bullicio que se extiende a ambas orillas. ¡°El silencio es absoluto¡±. Solo lo quiebran, explica, los hijos de los vecinos que juegan en el patio y a quienes Banville escucha conmovido. ¡°Se entretienen con juegos anticuados, como el escondite y el f¨²tbol, se enamoran, se pelean. Son fant¨¢sticos¡±. Lleva m¨¢s de veinte a?os escribiendo en este lugar de moqueta granate ¡ª¡°hace poco advert¨ª que solo est¨¢ desgastado el tramo que va de mi mesa a la cocina, el resto est¨¢ impoluto¡±¡ª, mobiliario austero y riguroso orden. Todo est¨¢ en su sitio: los libros, los diccionarios, las postales, los sombreros. Es la cara o cruz del espacio de trabajo de otro irland¨¦s ilustre, Francis Bacon, cuyo estudio se encuentra a diez minutos a pie del refugio de Banville. ¡°El desorden que me rodea se asemeja a mi mente: puede que sea un buen reflejo de lo que se est¨¢ fraguando dentro de m¨ª¡±, escribi¨® el pintor. Esa cita sirve ahora de aviso a los visitantes desprevenidos a punto de asomarse a ese caos tan necesario para ¨¦l.
Mitos y franquicias
Philip Marlowe naci¨® ya detective privado en 1939, en la primera novela de Raymond Chandler, El sue?o eterno. No habla jam¨¢s de sus padres, y no tiene parientes, que se sepa, o eso dec¨ªa su creador. Marlowe sigue vivo y, a pesar de haber llegado al mundo hace 75 a?os, tiene la misma edad que en 1939. Pertenece al tiempo atemporal de los mitos, de donde ahora lo rescata John Banville, alias Benjamin Black. Los mitos tienen la gracia de la resurrecci¨®n incesante y fabulosa: inmortales griegos, b¨ªblicos, evang¨¦licos, art¨²ricos y caballerescos, dr¨¢culas, tarzanes y peterpanes, Sherlock Holmes y James Bond, Poirot y Maigret, por qu¨¦ no. Toleran la repetici¨®n sacralizadora, pero tambi¨¦n la broma y el pastiche.
Un mito es siempre nuestro contempor¨¢neo, y Marlowe merece renacer en este instante: desconf¨ªa de la riqueza y de sus poseedores, ajedrecista solitario, inc¨®modo para los polic¨ªas serviles con los poderosos y peligrosos para la gente como ¨¦l. "La ley protege al que paga", dec¨ªa en Adi¨®s, mu?eca. Emigrante, baj¨® del norte al sur sin salir de California. Seg¨²n Chandler, no tiene mucho dinero, pero viste lo mejor que puede. Fuma, bebe cualquier cosa que no sea dulce. Se levanta tarde por gusto y temprano por necesidad. Es un tipo, en el sentido en que Umberto Eco utiliza el t¨¦rmino: Don Quijote es un tipo, pero solo es tipo de todos los Don Quijotes, tipo de s¨ª mismo. Invita al eterno retorno, a la repetici¨®n siempre nueva.
El renacimiento de Marlowe deber¨ªa consagrar los rasgos inolvidables que su creador atribuy¨® al detective: ¡°Es un personaje de cierta nobleza, de ingenio corrosivo, triste pero no derrotista, solitario pero nunca realmente seguro de s¨ª¡±. ?Tiene conciencia social? ¡°Tanta como un caballo¡±, responde Chandler. ¡°Tiene conciencia personal, que es algo totalmente distinto¡±. Es un santo: encarna ¡°la lucha de todos los hombres esencialmente honrados por ganarse la vida con decencia en una sociedad corrupta¡±. Mejor persona para el lector que para s¨ª mismo, es m¨¢s honorable que usted y que yo, dice Chandler, y concluye: ¡°Si ver basura donde hay basura es un signo de inadaptaci¨®n social, Marlowe es un inadaptado¡±.
As¨ª, pero envejecido, era el Marlowe que Osvaldo Soriano imagin¨® en Triste, solitario y final (1974), donde el gordo Soriano formaba, personaje de su propia novela, pareja de aventuras con el flaco detective de Chandler, en un caso en torno al Gordo y el Flaco cinematogr¨¢ficos, tambi¨¦n criaturas sagradas. Los recreadores de mitos no son ladrones de cad¨¢veres, sino de seres vivos que reviven sin fin. Hay, sin embargo, una diferencia entre viejos inmortales como Jesucristo o Don Quijote y los inmortales recientes, que son h¨¦roes propiedad de los herederos de su creador, algo que probablemente Soriano ignor¨®. Si el nuevo uso de criaturas como Marlowe, Bond o Poirot se atiene a la l¨®gica de los mitos, obedece forzosamente a la de la franquicia, que, seg¨²n el diccionario de la Academia, significa "concesi¨®n de derechos de explotaci¨®n de un producto, actividad o nombre comercial", licencia para repetir la atm¨®sfera de una marca, el dise?o, el modelo.
El irland¨¦s odia el verano. ¡°Es la estaci¨®n m¨¢s aburrida¡±, aduce, y desde hace casi una d¨¦cada combate el tedio estival ¡ªlas vacaciones est¨¢n descartadas, ¡°me crispa no hacer nada¡±, se justifica¡ª escribiendo novela negra. Ya ha escrito seis, cinco de ellas ambientadas en el Dubl¨ªn de los a?os cincuenta y protagonizadas por Quirke, un pat¨®logo solitario y bebedor, aunque ah¨ª terminan los paralelismos con Marlowe. ¡°Quirke es simplemente un hombre curioso. En esa ¨¦poca en Irlanda no exist¨ªa el concepto de justicia. Todo era una mentira, todo eran apariencias¡±. Marlowe, sin embargo, ten¨ªa otras ambiciones. ¡°Siempre lo hab¨ªa admirado, pero me costaba cre¨¦rmelo del todo: un hombre con su sensibilidad no pod¨ªa ser tan duro. Pero me gusta su hero¨ªsmo, su caballerosidad, es un hombre que cree en un cierto tipo de justicia, que cree que es posible hacer algo de bien en el mundo. Estas son nociones muy anticuadas, pero por eso quiero que la gente joven lea a Chandler: la literatura negra de hoy es cada vez m¨¢s violenta, m¨¢s sangrienta, es hora de volver a la caballerosidad, al honor, a una ¡®violencia educada¡¯, que dir¨ªa mi mujer¡±.
El verano es de Benjamin Black. El oto?o, la estaci¨®n m¨¢s f¨¦rtil, de John Banville. Black escribe en ordenador, sin reescrituras, tres meses de trabajo le bastan para terminar sus novelas. Banville escribe con inevitable lentitud ¡ª¡°entre ayer y hoy he escrito dos p¨¢rrafos; el de hoy es m¨¢s corto porque ten¨ªa esta entrevista¡±¡ª, llenando las p¨¢ginas en blanco de un libro que encuadernan especialmente para ¨¦l con ayuda de una pluma, tarda entre tres y cinco a?os en poner el punto final. Black es un artesano; Banville, un artista. ¡°Estoy muy orgulloso de los libros de Benjamin Black. Creo que son maravillosas piezas de artesan¨ªa. No digo que sean muy buenos libros, pero desde mi punto de vista est¨¢n construidos con maestr¨ªa, como si fuesen una silla o una mesa. En cambio, mi relaci¨®n con los libros de Banville es muy complicada, tan oscura que apenas alcanzo a entenderla. No entiendo por qu¨¦ los odio tanto. Supongo que simplemente porque son fracasos¡±. Banville es consciente de que la distinci¨®n no agrada a los escritores de novelas de detectives, pero nunca le ha preocupado demasiado medir sus palabras ¡ªpara las hemerotecas queda su agradecimiento al jurado del Man Booker Prize que en 2005 premi¨® su novela El mar y a quienes felicit¨® por atreverse a distinguir ¡°una obra de arte¡± y romper la tendencia de premiar ficciones menos exigentes¡ª. ¡°Hace un par de semanas asist¨ª a un festival de literatura negra en Key West y s¨¦ que los escritores presentes se molestaron, pero estoy convencido de que es verdad: para ser un artista, para hacer una obra de arte, debes gozar de libertad absoluta para hacer lo que te venga en gana, y cuando escribes novela negra en ella siempre debe haber un crimen. Eso restringe bastante tu libertad. Por eso creo que el g¨¦nero nunca podr¨¢ elevarse a la categor¨ªa de arte, aunque Chandler estuvo muy cerca¡±.
En sus cuadernos, Raymond Chandler dej¨® listados de posibles t¨ªtulos para posibles novelas: La rubia de ojos negros es uno de ellos. Fue Ed Victor, agente del irland¨¦s y representante del legado del estadounidense, quien le sugiri¨® que lo utilizase. ¡°Y le hice caso, aunque ya hab¨ªa empezado a escribir y [la protagonista] Clare Cavendish ten¨ªa el cabello oscuro y los ojos azules¡±. El lector de Benjamin Black, asegura Banville, encontrar¨¢ en este libro una historia ¡°mucho m¨¢s ligera, m¨¢s libre, con la luz y el sol de California, y el ingenio de Chandler¡±.
Me sobra energ¨ªa literaria que derivo hacia Benjamin Black y, ahora, hacia Raymond Chandler. Me divierte¡±
No lo ha meditado demasiado, pero cree que le fascinar¨ªa que otro continuase con la saga de Quirke ¡ªcuya adaptaci¨®n, una miniserie protagonizada por Gabriel Byrne y producida por la BBC, se emite en estos momentos la televisi¨®n irlandesa¡ª. ¡°Probablemente sea relativamente sencillo escribir un libro de Quirke porque hay ciertas cosas que se repiten en todos: la bebida, la desesperanza, la extra?a relaci¨®n que mantiene con su hija¡ En la mayor¨ªa de los casos, la literatura noir consiste en trabajar con clich¨¦s. Es lo bueno que tiene: tratar de hacer algo nuevo dentro de un g¨¦nero propenso al t¨®pico¡±. A¨²n no sabe si repetir¨¢ con Chandler ¡ª¡°todo depende de c¨®mo funcione La rubia de ojos negros, aunque la segunda vez no ser¨¢ tan divertida como la primera¡±¡ª, pero tiene claro que con ¨¦l terminan los revivals. ¡°Mi mujer me sugiri¨® que escribiese una continuaci¨®n de Retrato de una dama de Henry James porque Isabel Archer es un personaje muy interesante y la novela termina de forma muy ambigua. Pero James es un gran artista y yo ser¨ªa como un buitre aliment¨¢ndome de los restos de un gran autor. Dicho esto, me parece una gran idea y me encantar¨ªa saber c¨®mo sigue la vida de Isabel Archer: todos los hombres estamos enamorados de ella¡±.
En una catastr¨®fica cr¨ªtica publicada en 1991 en The New York Times, Martin Amis conclu¨ªa que Robert B. Parker nunca deber¨ªa haber escrito Perchance to dream, secuela de El sue?o eterno de Chandler ¡ªtan solo un par de a?os antes Parker hab¨ªa completado otra novela chandleriana, La historia de Poodle Springs¡ª. Pero no hab¨ªa vuelta atr¨¢s: el da?o ya estaba hecho, lamentaba Amis. Mientras apura la segunda copa de vino tinto, Banville asegura que est¨¢ preparado para hacer frente a la controversia que sabe acompa?ar¨¢ a La rubia de ojos negros. ¡°Espero que me acusen de deshonrar la memoria de Chandler para escribir apasionadas defensas del libro, ?habr¨¢ una gran pol¨¦mica, ser¨¢ una gran campa?a publicitaria! Seguro que habr¨¢ lectores adictos a Chandler y expertos que se deleitar¨¢n en se?alar en d¨®nde me he equivocado, pero mi respuesta ser¨¢ ¡®escuchad, este libro es m¨ªo, no de Chandler. Adem¨¢s, es una obra de ficci¨®n: Philip Marlowe nunca existi¨®¡±.
En estos momentos, la verdadera preocupaci¨®n de Banville est¨¢ muy lejos de Chandler. ¡°Ya he escrito un tercio de mi pr¨®xima novela firmada por Banville y no tengo ni idea de qu¨¦ va a suceder en la trama. No paro de pensar, ¡®John, en alg¨²n momento tendr¨¢s que resolverlo. Estos personajes tienen que hacer algo¡±. Desde su escritorio, tan solo tiene que mirar de reojo para ver los ocho libros envueltos en papel de seda blanco que encarg¨® al encuadernador y que aguardan a que empiece a cubrir, lentamente, sus p¨¢ginas.
La rubia de ojos negros. Benjamin Black. Traducci¨®n de Nuria Barrios. Alfaguara. Madrid, 2014. 326 p¨¢ginas. 19,50 euros (electr¨®nico: 9,99).
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