La usura
'El precio de la historia' es una r¨¢pida puja, que a ratos contiene un apunte hist¨®rico sobre los tesoros de los que alguien corre a deshacerse
La televisi¨®n tiene virtudes desasosegantes. Un programa horrendo puede ser interesante y hasta adictivo. De lo que se tratar¨ªa no es tanto de calificar a los programas como de desentra?arlos. Esto sucede con una emisi¨®n del canal Historia que pudiera adaptarse a la realidad espa?ola, como ha sucedido con tantos ejemplos de igual catadura. Rebautizado con el rimbombante nombre de El precio de la historia, su t¨ªtulo original, Pawn stars, podr¨ªa traducirse literalmente como Estrellas de la casa de empe?os o, de manera m¨¢s televisiva, como Mira qui¨¦n empe?a. A trav¨¦s de un muy reconocido negocio de prestamistas en Las Vegas, ciudad donde la urgencia por disponer de liquidez es acuciante, asistimos al desfile de los objetos m¨¢s chocantes.
El programa es una r¨¢pida puja, que a ratos contiene un apunte hist¨®rico sobre los tesoros de los que alguien corre a deshacerse. De ah¨ª su ubicaci¨®n en un canal tem¨¢tico de documentales, no siempre tan estimulantes como el g¨¦nero promete. En nueve temporadas la gente ha empe?ado de todo, desde recuerdos familiares hasta ingenios tecnol¨®gicos pasando por objetos firmados. La velocidad del programa es casi de fotomat¨®n. Es un tira y afloja que se resuelve a la baja y donde triunfan los dependientes de la casa de empe?os, no por brillantez, sino porque tienen la sart¨¦n por el mango. No hay ni rastro de la profundidad moral ni de la lucha interior que Sidney Lumet volc¨® en su pel¨ªcula El prestamista, protagonizada por Rod Steiger en 1964.
La ret¨®rica moral de la usura podr¨ªa remontarse mucho m¨¢s all¨¢, pero quiz¨¢ la cumbre narrativa persista en las p¨¢ginas de Crimen y castigo. Dostoievski nunca conoci¨® Las Vegas Boulevard, sino descampados m¨¢s g¨¦lidos. La sociedad puede ser presentada desde la ventanilla del perista y la atalaya del prestamista y m¨¢s en un momento de degradaci¨®n y ruina como el que vivimos. No va por ah¨ª el programa, entre festivo y guas¨®n. El drama real afea la tele. Se prefiere lo superficial a cualquier tentaci¨®n de profundidad. De ah¨ª situarlo en Las Vegas, y no en un barrio humilde. Y volvemos a la idea de inicio. Sigues mirando un programa mediocre a la espera de que en alg¨²n instante salte algo de verdad entre tanta jocosa indiferencia.
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