Francotirador
La fascinaci¨®n que te puede provocar en el cine un francotirador adquiere un tono monstruoso cuando te informan de que esos asesinos en la sombra se dedican a matar indiscriminadamente a civiles
Jude Law interpretaba convincentemente en Enemigo a las puertas a un legendario francotirador siberiano que caus¨® terror¨ªficos problemas al Ej¨¦rcito alem¨¢n en la batalla de Stalingrado. Este hacedor de muerte era l¨®gicamente selectivo. Sus letales objetivos eran los oficiales, su misi¨®n era cazar a guerreros con rango. El duelo final entre este hombre y un arist¨®crata alem¨¢n especializado en el mismo oficio rezumaba suspense de primera clase, se enfrentaban en un juego mortal regido por la astucia, el instinto, la psicolog¨ªa y las trampas.
En un reciente art¨ªculo sobre el matador siberiano, Jacinto Ant¨®n, ese se?or que escribe con tanta erudici¨®n, inteligencia, gracia, sentimiento y pasi¨®n sobre las cosas que le apasionan, o sea, aventureros, h¨¦roes con reverso y villanos de altura, egiptolog¨ªa, aviadores y guerreros, contaba que el impagable historiador Anthony Beevor le hab¨ªa informado de que jam¨¢s existi¨® el mayor Konings, el rival de Vasili Azitsev. Pero el cine se puede permitir esas deformaciones de la realidad en nombre de la intriga y del espect¨¢culo.
La fascinaci¨®n que te puede provocar en el cine ese francotirador (se est¨¢ librando una guerra y hay pocas dudas sobre la identidad de buenos y malos) desaparece y ese oficio adquiere un tono monstruoso cuando te informan de que esos asesinos en la sombra se dedican a matar indiscriminadamente a civiles que se est¨¢n manifestando en las calles contra el Gobierno. Cuentan que esos cobardes siniestros y dotados de mort¨ªfera punter¨ªa asesinaron a 100 personas que protestaban en Kiev. Algunas iban cubiertas con pasamonta?as y portaban palos, bates, piedras y porras, una defensa demasiado vulnerable contra las balas de un enemigo al que no puedes ver.
Y te imaginas los sentimientos que pueden dominar a los compa?eros, familiares y amigos de esas v¨ªctimas si logran atrapar a esos verdugos clandestinos. O al jefe supremo, ese presidente que ha desaparecido corriendo al comprobar que los sublevados iban a ganar. Qu¨¦ sentido de la supervivencia cuando las cosas se ponen feas poseen esos poderosos d¨¦spotas, esos padres de las patrias, que disolv¨ªan a balazos a los protestones. Y que poca piedad me inspira su ajusticiamiento.
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