Cr¨®nicas del drama del fin de la URSS
La bielorrusa Svetlana Alexiy¨¦vich, una de las m¨¢s l¨²cidas escritoras europeas, reflexiona sobre la pervivencia del esp¨ªtitu sovi¨¦tico en la actualidad


¡°En la Uni¨®n Sovi¨¦tica nos ense?aban a morir por el pa¨ªs, pero no a ser felices. Nuestra experiencia vital es la de resistirnos a la violencia¡±, afirma la escritora Svetlana Alexiy¨¦vich, cronista del impacto humano de las grandes conmociones de la URSS. Su ¨²ltimo libro, El fin del hombre rojo o la ¨¦poca del desencanto (Vremia ?second hand?. Konets krasnovo cheloveka en el original ruso), ha tenido muy buena acogida en sus primeras traducciones europeas, que han recibido el premio de la Paz de la Feria de Frankfurt y el premio M¨¦dicis de Ensayo en Francia, ambos en 2013, a?o en el que Alexiy¨¦vich fue propuesta tambi¨¦n para el Nobel de Literatura.
¡°La URSS fue un intento fallido de crear una civilizaci¨®n alternativa¡±, dice Alexiy¨¦vich en su casa de Minsk, la capital de Bielorrusia, adonde ha regresado, --porque ¡°necesito o¨ªr las voces de la calle¡±--, tras una larga estancia en el extranjero. En Bielorrusia, el pa¨ªs del que es ciudadana, la escritora, de 65 a?os, se siente ¡°en un gran vac¨ªo¡±, ignorada por los medios de comunicaci¨®n del r¨¦gimen de Alexandr Lukashenko, mirada con frialdad por los nacionalistas locales (por escribir en ruso y no en bielorruso) y privada de su medio , los escritores o amigos ¡°muertos, emigrados o envejecidos prematuramente¡±.
¡°Vivo con el sentimiento de derrota, de pertenecer a una generaci¨®n que no supo llevar a cabo sus ideas¡±, afirma Alexiy¨¦vich. ¡°Nadie quer¨ªa el capitalismo, quer¨ªamos el socialismo con el rostro humano. En los a?os noventa ¨¦ramos muy ingenuos y muy rom¨¢nticos, cre¨ªamos que exist¨ªa una nueva vida y que ¨¦ramos capaces de crearla, que la culpa de nuestros males estaba tras los muros del Kremlin y era de los comunistas, no nuestra¡±, razona. ¡°?Y qu¨¦ tenemos m¨¢s de dos d¨¦cadas despu¨¦s?¡±, exclama, y contesta: ¡°un l¨ªder medio bandido y autoritario y un entorno provinciano en Bielorrusia¡± y ¡°un presidente que habla como un ¡°govnik¡± (termin¨® que designa un individuo con escasa educaci¨®n procedente de un entorno marginal) en Rusia, y lo peor es que eso es lo que pide la sociedad¡±.
El ¡°hombre sovi¨¦tico¡±, producto del plan para transformar la naturaleza humana en el laboratorio del marxismo-leninismo, sigue existiendo en Rusia, Bielorrusia, Turkmenist¨¢n, Ucrania, Kazajist¨¢n, y el resto del territorio de la URSS, opina Alexiy¨¦vich. ¡°Creo que conozco a este hombre, que lo conozco muy bien, que he vivido con ¨¦l muchos a?os. ?l soy yo, yo y mis conocidos, amigos, padres (¡) Ahora vivimos en distintos Estados, hablamos en distintas lenguas, pero no nos puedes confundir con nadie. Nos reconocer¨¢s enseguida. Somos la gente del socialismo, iguales y diferentes del resto de la gente, tenemos nuestro l¨¦xico, nuestras ideas del bien y del mal, de los h¨¦roes y los m¨¢rtires, tenemos una relaci¨®n particular con la muerte (¡) estamos llenos de envidia y de prejuicios. Venimos de all¨ª donde existi¨® el Gulag¡¡±, escribe en su elocuente pr¨®logo.
La situaci¨®n en Rusia, Ucrania o Bielorrusia hace recomendable la lectura del ¨²ltimo libro de Alexiy¨¦vich. El fin del hombre rojo abre espacios psicol¨®gicos inexplorados, con muchas paradojas y amargos reconocimientos sobre el derrumbamiento de la URSS y los a?os que siguieron. La obra va m¨¢s all¨¢ de de las voces que recoge y del esfuerzo creativo de la autora para entretejerlas en un producto literario. Alexiy¨¦vich documenta un sufrimiento en gran parte ignorado por los occidentales que formulan pol¨ªticas para esta parte del mundo.
No es f¨¢cil desprenderse de la identidad de ciudadano de una superpotencia para identificarse con uno de sus territorios. En Bielorrusia ¡°Lukashenko ha parado el tiempo. La dictadura hace que la vida sea primitiva¡±. En Rusia, el tiempo se mueve pero en una direcci¨®n inquietante. De viaje por ese pa¨ªs, tras una ausencia de varios meses, Alexiy¨¦vich se sorprendi¨® al encontrarse con ¡°gentes que se hab¨ªan transformado de repente en patriotas, que llevan enormes cruces y se creen muy importantes¡±. ¡°En las provincias rusas han surgido grupos agresivos, ortodoxos, nacionalistas, de j¨®venes fascistas¡±, dice y ella, que en los noventa sali¨® a la calle para hacer caer la estatua de F¨¦lix Dzherzhinski (el fundador de la Cheka o polic¨ªa sovi¨¦tica), se confiesa sorprendida por ¡°los j¨®venes rusos que idealizan la Uni¨®n Sovi¨¦tica¡±.
Opina la escritora que Rusia acabar¨¢ yendo en direcci¨®n a Occidente, pero ¡°es dif¨ªcil saber de que forma y cu¨¢nto durar¨¢ el camino, porque no ha superado la humillaci¨®n y eso produce una agresividad antiliberal que viene de las provincias y que se plasma en el presidente¡±. ¡°En Bielorrusia¡±, se?ala, ¡°nadie ha adoptado leyes antigay o de defensa de la religi¨®n ortodoxa, pero creo que esto sucede s¨®lo porque Lukashenko, de momento, controla la situaci¨®n. En Rusia, esas leyes se han promulgado porque Putin no est¨¢ en situaci¨®n de controlar ese enorme pa¨ªs y ha apostado por la gente m¨¢s analfabeta y no por la m¨¢s progresista.¡±
A Alexiy¨¦vich no le importa que la etiqueten como ¡°escritora sovi¨¦tica¡±. ¡°Soy investigadora de aquel periodo y tanto yo como mis h¨¦roes hemos pasado de aquella ¨¦poca a otra nueva¡±, dice. ¡°Escribo en ruso, mi pa¨ªs es Bielorrusia y he vivido una simbiosis que ha afectado a muchos en este pa¨ªs, donde el 90% de la poblaci¨®n habla en ruso¡±. ¡°La identidad bielorrusa no se ha formado y est¨¢ bajo gran presi¨®n de la identidad rusa, y yo estudio a la gente real y trasmito su experiencia¡±, dice. ¡°Hay un peque?o grupo que busca de forma agresiva su identidad bielorrusa, pero ¨¦sta, por desgracia, no existe¡±, agrega.
Los personajes de su libro discuten a favor o en contra del golpe de agosto de 1991, huyen de la violencia en Azerbaiy¨¢n, Abjazia o Tajikist¨¢n, sufren traiciones y decepciones y tambi¨¦n se suicidan. Alexiy¨¦vich explica la abundancia de suicidas refiri¨¦ndose a la incapacidad de los ciudadanos rojos de reconciliarse con la p¨¦rdida del gran proyecto que supuso la URSS y de pasar de la ¡°gran historia¡± a la ¡°existencia individual¡±. ¡°Somos guerreros. O luchamos o nos preparamos para la guerra. Nunca vivimos de otro modo. De ah¨ª la psicolog¨ªa de guerra¡±, afirma en su pr¨®logo.
Entre sus personajes hay una mujer decide casarse con un asesino condenado a cadena perpetua. Esa trayectoria personal refleja, seg¨²n la escritora, tanto ¡°la capacidad de sacrificio¡± de los rusos como la capacidad de ¡°inventarse un amor, algo que forma parte de un entorno cultural ¡°incomprensible desde una posici¨®n feminista¡±. Ese mundo arcaico y provinciano reflejado en el libro ¡°no se ha resquebrajado todav¨ªa¡± afirma. Para Alexiy¨¦vich fue un descubrimiento el peso de la figura de Stalin en la memoria de sus protagonistas. ¡°Est¨¢ vivo¡±, afirma.
Con El fin del Hombre Rojo, Alexiy¨¦vich concluye la ¡°utop¨ªa roja¡±, un conjunto de cinco libros dedicados a las memorias y vivencias individuales de grandes acontecimientos hist¨®ricos que comenz¨® con La guerra no tiene rostro de mujer (1983), donde se cuestionaba los clich¨¦s del hero¨ªsmo sovi¨¦tico en la Segunda Guerra Mundial. En El ¨²ltimo testigo (2004), Alexiy¨¦vich explor¨® la memoria infantil sobre aquella guerra y en El Chico de Cinc, 1989, las vivencias provocadas por la invasi¨®n sovi¨¦tica en Afganist¨¢n. El accidente en la central nuclear de Chern¨®bil se convirti¨® en Voces de Chern¨®bil (publicado en Espa?a en 2006 por siglo XXI).
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